34. EL LAMENTO DEL ÁNGEL

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Cuando el sentido de la vista volvió, descubrí que estaba tirada fuera del círculo de sal donde mi Liberante yacía. Zaius, a su vez, permanecía quieto, como dormido, y más allá estaba Rigo... Tardé poco en reincorporarme cuando Ric se hizo de mis mejillas y las comenzó a acariciar con vehemencia, mientras me daba cálidos besos en la frente.

—¡Esa es mi nena! —me dijo, orgulloso de mí por haber tenido fuerzas para volver.

Todo era demasiado confuso, desordenado e ininteligible para procesar de manera plausible lo que estaba ocurriendo. Los Intercesores que habían estado protegiendo el exterior de la iglesia entraron corriendo a la cripta con el propósito de ayudar en el conjuro de inserción para que Zaius volviese a la vida, Estrella, a su vez, oraba con mucho fervor para que Rigo retornara, Ric me abrazaba y me decía que todo estaría bien y el último Excimiente cargaba el Mortusermo entre sus brazos como esperando que éste anunciara finalmente que el juego había concluido con éxito.

Y yo... Yo tenía la retribución dorada en mis manos, y si nadie me hacía caso yo misma la iba a utilizar a favor de mi amigo.

—¡No! —me detuvo el último Excimiente cuando advirtió mi propósito—. No la malgastes. Quiero decir que esperes: el que hayas visto a Rigo en el expiatorio no significa que esté muerto del todo. Si uno de ustedes hubiera muerto el juego habría terminado. Una parte de su espíritu aún está unida a su cuerpo. Espera un poco... sólo un poco y verás cómo el Mortusermo los recompensará.

Miré a Ric esperando su consejo y él se limitó a asentir. Nos alejamos del círculo y le pidieron a Estrella que se apartara. Nuestra amiga parecía esperanzada, se sujetó del brazo libre de Ric y se acurrucó en su pecho. Dios, cuán mareada me hallaba.

—«¡Rector Sokma Anima, Briamzaius!» —comenzaron a proclamar todos los integrantes de la hermandad del Mortusermo, con sus palmas a dirección del cuerpo inerte de mi celestial ángel —. «¡Rector Sokma Anima, Briamzaius!»

Cuál sería mi fascinación y desconcierto al atestiguar que el cuerpo de Zaius comenzaba a sacudirse en el suelo. Mi pecho trepidó y mi corazón palpitó con ahínco. La piel congelada de Briamzaius comenzó a ganar color, y su cuerpo a burbujear de una manera tan aterradora como extraordinaria. El último Excimiente empujó con su pie el Mortusermo y éste chocó contra los pies de Zaius.

Un viento glacial surgió de la nada y se enterró en mis huesos y en el del resto de los participantes. Y mi Liberante siguió temblando. Azorada, pude ver perfectamente el rostro pálido de mi Grigori. Ric me sujetó con más fuerza y comenzó a soplarme en la nuca, quizá para que no tuviera miedo. Pero yo, más que aterrorizada, estaba al borde de la histeria, ¿y si Zaius no soportaba la transición de inserción?

En un ipso facto todos los Guardianes, Excimientes e Intercesores cayeron de espaldas cuando las llamas de los cirios que circundaban el cuerpo de Zaius ensancharon sus flamas y se alzaron hasta el techo. Las llamas de los cuatro cirios comenzaron a moverse a voluntad hasta que se trenzaron y formaron una silueta de fuego que poco a poco descendió hasta penetrar en el pecho de mi Liberante.

Férenc Briamzaius de la Casa de Herczog profirió un lamento que erizó la piel de todos los presentes; el lamento del ángel parecía proceder de un horrible padecimiento, un horrible dolor. Todos nos miramos extrañados y clavamos nuestra vista sobre el afectado. El hermoso caballero envuelto en sus mantas blancas se estremeció, se retorció de nuevo en el suelo y empezó a llorar de dolor. En ese instante me desprendí de las manos de Ric y corrí hasta él, para sujetarle, para impedir que se lastimara con sus retorcijones.

—¡Escúchame, Zaius, estoy aquí, todo está bien... estás volviendo a la vida!

El cabello brillante y plateado de mi ángel le cubría parte de su mirífico rostro marmolado.

MORTUSERMO: EL JUEGO DE LOS ESPÍRITUS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora