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    Por fin comenzaba mi último año para finalizar de una buena vez mis estudios. Y para mi suerte era en una institución diferente.

    ¿Suerte? Sí, para mí lo era.

    Había pasado toda mi vida en la misma escuela, rodeada desde la infancia con las personas que me habían hecho infeliz, y gracias a un bendito milagro mis padres decidieron cambiarme. Para muchos sería la gloria estar todos los años con tus amigos, pero para mí que no los tenía, era el mismísimo infierno.

    Mejor tarde que nunca, ¿cierto?

    Tenía la oportunidad de iniciar desde cero, poder ser invisible y que nadie me molestara, tomar mejores decisiones, volverme más fuerte. Y cerrar esa horrible etapa de una manera pacífica y solitaria.

    O al menos eso creía.

    Caminé por la entrada, llevaba mi uniforme —una falda y una camisa bajo un suéter— que combinaba entre los colores verde y rojo oscuro. Vi a una gran cantidad de chicas vestidas igual que yo, por lo que sujeté con más fuerza la tira de mi mochila, intentando entrar rápido así me daba tiempo a encontrar mi nuevo salón.

    El edificio era el doble de grande al que asistía antes, por ende iban más alumnos, y no fue para mi sorpresa sentir como un gran brazo me llevaba por delante, sin fijarse que estuviese en el camino. Miré hacia mi derecha intentando mantener el equilibrio, notando como alguien de espalda el doble de grande que la mía se reía al chocarme.

—Discúlpam... —murmuré hacia él.

—No molestes —gruñó por lo bajo pero le pude entender perfectamente.

    Luego de tratarme con ese odio, soltó una risa burlona caminando de nuevo hacia el interior del edificio, ignorándome por completo. ¿Quién se creía que era? No hacía más que recordarme a mis antiguos compañeros, aunque él tenía un aura más oscura, y se notaba a leguas que era de poca paciencia. Intenté recordar el rostro del castaño para evitar no toparme con él de nuevo.

—Dos lunares bajo la ceja, y cara de engreído y estúpido —balbuceé sacudiendo mi ropa fulminando con la mirada su espalda a la lejanía, como si pudiese sentir mi odio.

—No te olvides de su arete en el labio, aún no entiendo como no lo expulsan de aquí —Una voz femenina me sacó de mis pensamientos.

    Giré mi rostro y me encontré con una muchacha más bajita que yo, traía el cabello corto un poco más abajo de sus hombros, ondulado y castaño. Sus ojos grandes me miraban divertidos, aunque no la conocía de ningún lado.

—Tienes... tienes razón —respondí confundida.

—¡Oh! Lo siento, soy muy observadora y no pude evitar oírte después de ver como Jaebum te chocó. Soy Karina, pero puedes llamarme Kari. ¿Eres nueva? ¿A qué curso vas? Ojalá vayamos juntas, te ves simpática.

Así que el nombre del idiota era Jaebum. Reí bajito al ver que no dejaba de hablar, sujetaba su corto cabello con una de sus manos y no dejaba de sonreír. Era bastante curiosa.

—Yo soy Loida, y... creo que me tocó en la clase uno, soy de último año —respondí dándole una seña para que entremos antes de que cerraran las puertas.

—¿¡En serio!? ¡SEEEH SEEH! Vamos a ir juntas, ven —tomó mi brazo para entrelazarlo con el suyo— yo te guío.

    Sin más opción me dejé guiar, y no fue tan mala idea hacerlo. Kari conocía el lugar como la palma de su mano, hasta podría haber llegado con una venda en sus ojos. Subimos a la segunda planta y justo al medio del pasillo estaba nuestro curso, entramos antes de que estuviese lleno, y elegimos dos lugares junto a la ventana.

Sweet dangerWhere stories live. Discover now