30. ESPÍRITUS GUERREROS

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—¿Por qué no me dijiste que ya habías regresado, Rigo? —le preguntó su hermanito. Rigo no respondió. Sus cuencos se llenaron de lágrimas—. Un hombre estuvo aquí hace un rato y me preguntó por ti.

—¿Qué hombre? —preguntó Rigo frunciendo el ceño—, ¿qué hombre, campeón?

—Dijo que se llamaba Alfa... Alfatild...

—¡¿Alfaíth?!

—Ah, sí, eso.

Casi pareció que nuestros corazones reventaban en nuestros cuerpos al oír aquello.

—¿Qué... te dijo? —se apresuró a preguntarle Rigo mortificado—. ¿Te hizo daño?

—No —respondió el pequeño, haciendo un puchero—. Pero me dijo que tú estabas en peligro de muerte. —De pronto los enormes y redondos ojos del pequeño se humedecieron—. Tuve mucho miedo de que te ocurriera algo, hermanito, tuve mucho miedo —musitó abrazándose a las piernas de Rigo, que por su tamaño, era lo único que alcanzaba—. Dijo que si repetía muchas veces «Mortusermo» «Mortusermo» tú te salvarías.

—¡NO! —bramamos todos a la vez.

—¡NOOO! —gritó Rigo con un gruñido doloroso—. ¡¿Por qué lo has repetido, Ignacio, por qué diablos dijiste ese puto nombre?! ¡¿Por qué?!

Y el niño se soltó a llorar.

—¡Dijo que te salvarías! —exclamó el pequeño, herido por los gritos de su hermano mayor—. ¿Por qué me regañas? ¡Nunca me gritaste tan horrible!

—¡No, tú, mi bebé, no tú! —gritó Rigo.

Entonces, preso del azoramiento, apartó a su hermano y corrió hasta el muro más próximo a él y comenzó a gritar y a precipitar sus puños contra él. Estrella y yo gritamos al unísono, al ver cómo nuestro amigo se lastimaba hasta sangrar. El muro se desquebrajó y el pequeño siguió llorando con más intensidad al mirar lo que su hermano hacía. Rigo no paró de hacerse daño hasta que Ric de un empujón lo tiró al suelo y lo apresó.

—¡Para de hacer mamadas, Rigoberto, para! —lo reprendió Ric.

Estaba horrorizada, temí que Rigo reaccionara de forma violenta e intentara golpear a Ric, que lo único que intentaba era ayudarlo, mas en lugar de eso, Rigo abrazó a Ric.

—¡Se va a morir...se va a morir, mi hermanito!

Era inevitable. Según la maldición del Mortusermo, Nachito moriría en siete horas.

—¡Eso no va a pasar, mi hermano! —le aseguró Ric—. ¡No vamos a dejar que pase!

—Rigo —le dije cuando me acerqué a él, una vez que Ric lo hubo levantado—, tal vez... si el juego termina antes de que hayan pasado las siete horas tu hermano... se salve.

Rigo asintió con la cabeza, pero no parecía tener esperanzas en ello. Alcanzó a su hermanito y lo levantó del suelo oprimiéndolo en su pecho. Así lo mantuvo abrazado, ambos llorando en silencio, uno tratando de preservar la vida del otro. Desde luego, el pequeño no sabía lo que le deparaba el destino, y eso me partía el corazón.

—Rigoberto —le dijo Estrella cuando se hubo frente a él. Rigo asomó su rostro y nuestra amiga aprovechó para limpiarle las lágrimas que rodaban por sus mejillas—. ¿Te acuerdas lo que me dijiste hace rato cuando conducías mi auto hacia la mansión Montoya? «Tú crees que por ser como soy y por tratarte como te trato no tengo sentimientos: te aseguro que esta es mi forma de decirle a mi amigos lo mucho que los quiero. Yo te aprecio un chingo, Estrella, y te juro que si en mis manos estuviera, salvaría tu vida cada vez que pudiera» —Rigo la siguió mirando en silencio, sorprendido—. Quiero que sepas que si en mis manos está... yo también salvaré tu vida cada vez que pueda. —Por primera vez en la vida oí que el tono que Estrella empleaba para dirigirse a Rigo era suave, cariñoso—. Cuando digo tu vida, también incluyo a tu hermano... porque sé que él mismo es tu vida, tu sangre... el corazón que te hace vivir... es el oxigeno que te hace respirar. No voy a dejar que él se vaya.

MORTUSERMO: EL JUEGO DE LOS ESPÍRITUS ©Where stories live. Discover now