La Puerta De Los Prejuicios

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Ya llegaba el fin de la época. Eso significaba que la gente debía dirigirse a la Puerta Divina para ser justamente dividida en necesarias o innecesarias. Sasha, al llegar frente al Guardián, fue frenado por este, con desprecio.

—¿Qué queres?

—Pasar como todos los demás.

—No, vos no podes pasar. Córrete, córrete.

Fue empujado a un costado. Pero esto no iba a quedar así:

—Decime por qué no puedo pasar y me voy. Pero que sea algo que convenza.

—Acá pasa gente normal. Vos, con tu impureza, es imposible que seas aceptada en el próximo tiempo. Sos muy rara. —había una enorme antipatía.

—Disculpe. Para aclararle bien: No me jode que me traten como mujer u hombre. Pero usted lo está haciendo en un tono irritante...

—Ándate. No molestes. —el Guardián se dirigió a una señora que se encontraba nerviosa, sosteniendo con fuerza su cartera— ¿Qué le sucede que tiene esa cara, mujer?

—Solo quiero pasar, por favor.

—Bueno, adelante. —se corrió a un lado para que la señora pase por la Puerta Divina.

Sasha miró al Guardián con indignación.

—¡Es una ladrona! ¿No se dio cuenta de esa inquietud? ¿De la manera que agarraba el bolso?

—Era el celular del marido. —respondió el Guardián como si nada— Pude ver a través de ella. No robo nada. Ahora, deja de meterte en mi laburo ¿Dale? —se dio la vuelta para ir a la fila, donde ahora era el turno de un hombre moreno. Lo miró con el ceño fruncido— ¿Y vos qué?

—Soy un fiel vendedor ambulante. —orgullo profundo.

—Ah, trabajas en la calle. Vivís prácticamente en ella. Nos sobra el tipo de gente como vos. Ándate, negro.

—Guardián, yo no vivo en la calle. Me pago mi propia casa...

—Con el dinero de la gente normal. ¡Ándate! No me hagas repetirlo.

Y el morocho, con tristeza, agachó la cabeza para retirarse del lugar. Detrás de él seguía un empresario rubio. El guardián lo saludó con sumo respeto y sin decirle nada, lo dejó pasar. Sasha arqueó las cejas.

—Ese era un Lava-dinero. Y lo dejaste pasar.

—Era muy bonito. Estaría bueno que en la próxima época se llene de gente rica y hermosa. Sin causar problemas. —dijo inflando el pecho con orgullo.

—El otro era un hombre de trabajo. Uno que se va temprano y regresa tarde a la casa. Y así lograr traer el pan sobre la mesa.

—Bah, la gente normal también es trabajadora.

—Además, ni que fueras albino. —eso último hizo que el Guardián lo mirase furioso.

—¿Por qué no mejor te ocupas de tu aspecto, machona?

—Porque estoy perfectamente bien.

Pero el Guardián lo ignoró. Había ahora otra mujer que llevaba en su mano un cuchillo manchado de sangre. El Guardián tampoco dijo algo, simplemente le cedió el paso. A Sasha eso le desesperaba.

—Gente que roba, gente que mata... Esa es la que nos sobra.

Se quedó inmóvil al ver como el Guardián empujaba a un niño en silla de ruedas, cuesta abajo.

—Estas son las que nos sobran. —señaló el Guardián — ¿De qué sirve tener a alguien sin poder caminar? Aparte que encima depende de otra.

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