Capítulo 23. Entre Amigos

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—¿Te duele? —preguntó de pronto la pequeña, con una voz débil, casi adormilada.

—No, descuida —le respondió Matilda sonriendo, aunque eso no era del todo cierto—. Ya casi no siento nada.

Samara agachó su mirada un poco.

—Fue ella —susurró de pronto, pero era difícil saber si se lo decía a Matilda o a sí misma—. Yo no fui, yo no quería hacerlo... ella lo hizo...

—Tranquila, Samara —susurró la Psiquiatra, suave y lento—. Estaré bien, sano rápido. En unos días, ya ni siquiera se notara.

La doctora que la estaba curando no estaba del todo segura de ello, pero no dijo nada.

—Fue como con mi madre —murmuró de nuevo Samara de la misma forma—. De nuevo le hice daño a alguien que quiero...

Pequeños rastros de melancolía se asomaron por los ojos de la nena, pero de inmediato ella se los talló para disimularlo.

Una vez que le curaron su mano, Matilda la acompañó a las regaderas para que pudiera lavarse el cabello y el cuerpo, y mudarse de ropas. La espero afuera a que terminara, y en ese lapso tuvo el auto reflejo de tomar su celular; sin embargo, éste no encendió. Esos minutos que estuvo bajo el agua, evidentemente no le habían sido beneficiosos; incluso aún seguía húmedo y algo sucio. Había visto en película y en el internet que podía servir ponerlo en una bolsa de arroz, pero no estaba segura de qué tan útil sería eso en realidad. Tenía un segundo teléfono, el de "emergencias", que era un número al que sólo la Fundación le marcaba; sin embargo, lo había dejado en su bolsa en el módulo de recepción.

Ya con una bata limpia, su cabello y cuerpo aseado, Samara estaba lista para ir a su nueva habitación. Debido al deplorable estado en el que quedó el cuarto anterior, la tuvieron que mover a uno diferente en otra ala, aunque fuera de menor seguridad, petición que Matilda había hecho desde prácticamente su primer día ahí, y que sólo hasta ese entonces se le podía cumplir, pese a las circunstancias no tan agradables en las que ocurría. Era, en apariencia, más agradable que el anterior. Además de la camilla, que era algo más amplia, tenía un sillón para visitas, e incluso una ventana que daba al jardín, aunque con sus respectivos barrotes en ella.

—Este cuarto es un poco más agradable del que tenías, ¿no te parece? —Sonrió Matilda con un tono juguetón, mientras recostaba a la niña en la camilla—. Intenta descansar un poco, ¿sí?

—No puedo dormir —señaló Samara, apremiante, quedándose sentada en la camilla pero sin recostarse—. Si lo hago... ella vendrá por mí de nuevo.

Matilda respiro hondo. Se sentó en una silla a lado de la camilla, y la tomó gentilmente de su mano.

—Quedarte sin dormir no hace nada bueno por tu salud, Samara.

La niña miró hacia otro lado, insegura. Su reacción era más que esperada, debido a la espantosa experiencia por la que acababa de pasar. Y aplicarle un calmante, no era para nada recomendable por exactamente lo mismo.

—Dime una cosa —masculló Matilda, de nuevo algo jovial—. ¿Siempre que duermes tienes estas pesadillas?

Samara se viró hacia ella lentamente, mirándola con sus ojos enrojecidos y cansados.

—No... no siempre.

—Los últimos días habías podido dormir tranquilamente y sin pesadillas, ¿verdad? ¿A qué crees que se debió?

Samara apretó un poco el entrecejo y cerró un poco los ojos, en un gesto reflexivo casi sobreactuado.

—No lo sé... —sus delgados dedos se apretaron un poco más a la mano de la psiquiatra—. Creo que todo ha sido mejor desde que llegaste. Pero cuando creí que también me habías abandonado...

Resplandor entre TinieblasOnde as histórias ganham vida. Descobre agora