28. EL COMIENZO DE UNA NOCHE ETERNA

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—¡Lo que me faltaba! —desdeñó ella con los ojos crispados, incrédula de lo que acababa de oír— ¡Recibir órdenes de un reverendo atarantado! Pues no, papacito, prefiero la compañía de los perros nocturnos en lugar que la de un infeliz como tú.

—Pues, tal parece, que con Rigo tendrás ambas cosas, Estrella —intervino Ric partiéndose en carcajadas.

—No me parece que sea la forma de hablarle a alguien que está tratando de proveerte seguridad, Estrella —bramé indignada, cruzándome de brazos. Rigo miraba fijamente a la rubia, imperturbable. —Así que por favor, no seas orgullosa, es por tu propia seguridad.

—No me gusta que nadie me dé órdenes —increpó ella, meneando la cabeza—, así que no, yo me voy sola. Además, ¿en qué se supone que me llevarías a la mansión Montoya, mecaniquillo? ¿En tu patineta?

—Si no cabes en mi patineta te llevaré en mi lomo —exclamó Rigo—. Yo veré cómo me las arreglo, pero de que vienes conmigo, vienes, así que deja de estar de mamona porque hoy no estoy de humor para soportar tus putos arranques, ¿entendido? —Estrella quedó con el rostro desencajado—. Y tú, principito cagado; ya va siendo hora de que te dejes de niñerías y protejas a nuestra ojitos como Dios manda. ¡Me emputa que siendo su Guardián no le proveas la seguridad que necesita!

Esa fue la primera vez que Rigoberto León dejó ver su enérgico carácter. En las sienes se le habían marcado unas hebras de venas, y la mandíbula se le había tensado más de lo que nunca le hubiera visto. Él solía ser tan atento y amable que por un momento había olvidado su procedencia, un muchacho de barrio, participante activo de peleas callejeras y de un mundo diferente al nuestro. Ric, clavándole cuchillas con la mirada, respondió agrestemente;

—Dulcifícame tu tonito de voz la próxima vez que se te ocurra dirigirte a mí, gato igualado —Rigo bufó y yo me aferré a uno de los brazos de Ric para evitar que se lanzara contra el primero—. Es más, la próxima vez inclínate cuando te dirijas a mí.

—Te voy a inclinar pero de la putacera que te voy a dar si me sigues provocando.

—¡Eso quiero ver! —ladró Ric inflando su pecho.

—¡Hey, hey, hey, basta! ¡Basta los dos! —Se interpuso Estrella entre los muchachos—. Ya tenemos suficientes enemigos que buscan nuestra muerte como para que ustedes, par de imbéciles, se quieran matar entre sí. Está bien, enlamado, te espero en mi casa antes de la medianoche si eso te hace sentir mejor —concedió.

Rigo, con la misma seriedad de antes, asintió con la cabeza.

—¿Quieres un aventón a tu casa? —le preguntó Ric a Rigo cuando abandonamos la capellanía de Santa Elena de la Cruz. Los R.R. podían tratar de matarse y a los cuatro segundos estar como si nada hubiese ocurrido.

Bufé.

—Gracias, pero mi casa está cerca —respondió Rigo con gratitud—. Además debo de ir a comprar la cena de mi hermano.

—¿Y la tuya? —quise saber—. ¿También comprarás la cena para ti?

Rigo sonrió sin responder y se marchó trotando.

—¿A qué te referías con que si también iba a comprar la cena para él? —me preguntó Estrella mirando cómo Rigo se alejaba de nosotros entre la neblina de la noche.

—Sabes a lo que me refiero —contesté cuando Ric me abrió la puerta de copiloto y me invitó a abordar el sitio en lugar de Estrella, como solía suceder. Un tanto incómoda me introduje. No quería que mi amiga se sintiera ofendida por ocupar su habitual sitio.

—Siempre es su hermano... y no él —murmuró Estrella sentándose en los asientos traseros sin discrepar, para mi sorpresa.

—Nachito siempre será su prioridad —aseveré, poniéndome el cinturón.

MORTUSERMO: EL JUEGO DE LOS ESPÍRITUS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora