Capítulo 21.

946 87 12
                                    

Cuando al fin Sahale se quedó dormido, me levanté con el cuidado suficiente de no despertarle

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Cuando al fin Sahale se quedó dormido, me levanté con el cuidado suficiente de no despertarle. Me abrí paso entre las sábanas y recorrí la habitación hasta encontrar prendas limpias. Tenía muchas preguntas y la única persona que podía responderlas estaba muy cerca de aquí.

Una vez que estuve vestida, con unas botas limpias y más cómodas, me coloqué la capa que siempre utilizaba y salí de la habitación. Antes inspeccioné el interior y noté el cuerpo apacible de Sahale entre las cobijas. Respiraba con lentitud, dormía incluso mejor de lo que lo hizo cuando durmió en mi castillo, porque efectivamente yo había entrado a revisar su habitación cuando se quedó esa única vez en mis tierras. No sé qué era lo que lo hacía tener tanta tranquilidad en este momento, pero me daba miedo quedarme a averiguarlo.

Salí de la habitación con la frente en alto, sin cubrirme nada más que el cuerpo, sentía demasiada seguridad en mí, caminé hacia donde creía que podría encontrar a Emilia. A pesar de que la oscuridad me intimidaba, esta vez mis ojos al notar la luz de la luna filtrarse por algunos espacios en el techo me reconfortaron.

A mi alrededor no había más que habitaciones y pasillos largos, llegué hasta donde se encontraba un gran espacio y en el centro había un pequeño estanque con agua. Me acerqué lo suficiente como para encontrar mi reflejo en él.

Tenía los ojos cansados, mi cabello estaba alisado de tanto que Sahale lo había acariciado antes de dormirse. Mi piel aunque lucía sana se sentía como si no estuviera cómoda dentro de ella. Como si todo mi interior se sintiera ajeno a mí.

—Deberías estar dormida —alcé la mirada y encontré a quien buscaba parada a unos pasos de distancia. Ella vestía ahora un vestido largo y blanco. Llevaba el cabello recogido en una coleta y la marca en su rostro parecía tener la tinta más oscura. Ella lucía como un ángel. Sus manos estaban entrelazadas frente a sí esperando que yo reaccionara ante su voz.

Me giré para encararla, ella no parecía ser mucho mayor que yo, aunque sabía que tenía siglos enteros con vida.

—¿Me estabas buscando? –preguntó haciendo que me cohibiera un poco. Asentí con lentitud, quería de verdad hacerle muchas preguntas aún cuando no estaba segura de cómo iniciarlas—. Siéntate conmigo.

Me acerqué a donde ella estaba, juntas nos sentamos en el borde del estanque. Ella alzó la vista y señaló a Olivia, su pequeña hija, caminar hacia donde vivían tallándose los ojos. Tenía demasiado sueño, y cuando se sumergió en la habitación, las luces se apagaron.

—Es mucho más lista de lo que creí que sería, apenas tiene 3 años y la gente le teme.

—Creo que la entiendo —admití y ella me miró condescendiente—. ¿Por qué decidiste que querías morir esta vez?

—No necesariamente escogí la muerte —respondió observando el techo del lugar— elegí envejecer con el hombre a quien amo, que es muy diferente.

DRAKONS: Hijos de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora