Él se había entregado por completo al demonio, llamado Balám y, por lo tanto, su vida ahora pertenecía a las huestes del infierno, y como consecuencia, sentiría toda clase de aversión a lo sagrado.

Descubrirlo no pudo ser más oportuno.

—¡No lo haga aún, don Gonzalo! —se apuró a decir el muy maldito, luchando por mostrarse sólido ante mi padre e inquebrantable ante mí—. ¿Le placería que organizásemos una cena el día de mañana para celebrar los nuevos lazos fraternales que nos unirán a su familia y a mí si el noviazgo entre su hija y yo progresa, como es mi deseo? Allí entonces podrá bendeci... es decir, hacer lo que su hija le ha solicitado en este momento.

¡Ventajista infeliz!¿Cómo se las arreglaba para salirse con la suya?

—¡Nada me daría más gusto que reunirnos en familia, mi buen Artemio! —celebró mi padre haciendo lo que nunca solía hacer; sonreír—. Erika estará encantada de preparar una deliciosa cena para celebrar nuestro futuro parentesco, ¿no es así mujer? —se dirigió a mi madre con ordenanza, sin tomar en cuenta su parecer. Ésta se limitó a asentir, como siempre lo hacía, sumisa, sin increpar. Suspiró más de lo razonable y se aferró con más fuerza a mi brazo.

Me sentía como una de esas chicas de antaño, a las que sus padres le han concertado un matrimonio con un hombre al cual no amaba, sin el derecho de decidir sobre su propio futuro. Alfaíth me destinó una mirada victoriosa y yo me limité a mostrarle todos los dientes con mi mejor cara de villana. Más aún porque mis diabluras aún no habían terminado.

—Mamá, aprovechando que hoy es domingo, ¿por qué no invitas a Artemio esta noche para que nos acompañe a misa de ocho? ¡Estoy segura que se sentirá honrado de entrar a la casa de Dios en nuestra compañía!

—¡Eso sería estupendo, hijo! —lo alentó mi padre palmeando su hombro.

Ninguno de mis padres advirtió que aquella ardiente mirada con la que Alfaíth me observaba no se debía propiamente al fuego del "amor" que decía profesarme, sino al odio contenido que había brotado como consecuencia de mis insidias, en las cuales pretendía dejarlo en evidencia.

—Vamos, Artemio —imploré, con la voz más hipócrita que en mi vida había empleado—, complace a esta pobre chica que tanta estima siente por ti. ¿Verdad que irás con nosotras? ¿Puedes imaginar lo que será estar en la iglesia tomados de la mano participando de la santa eucaristía?

Me pregunté en qué momento iba a reventar ese inmundo demonio. Estaba rojo de la ira, y las fauces de su nariz un tanto anchas. Continué dedicándole mi encantadora sonrisa.

—Sus ojos están enrojecidos y cristalinos, Artemio, ¿le ocurre algo? —le preguntó mamá con su suave voz.

«Le ocurre que si entra a la iglesia durante la celebración de la santa eucaristía, es probable que explote en millones de fragmentos el muy desgraciado».

—¡Qué va a ocurrirle sino llorar de alegría! —me atreví a burlarme discretamente, sabiendo que Alfaíth en realidad estaba embargado de cólera y odio hacia mí. Él sabía lo que yo estaba pretendiendo, y aunque era poderoso, por alguna razón se estaba conteniendo de descuartizarme allí mismo. Y me pregunté por qué.

—¿Participar de la santa eucaristía? —preguntó mi padre con el ceño fruncido.

—Sí, padre, beber y comer de la sangre y del cuerpo de Cristo —expliqué con inocencia.

Me imaginé a Alfaíth prendido en fuego mientras despaciosa y dolorosamente se hacía cenizas en el interior de la iglesia una vez que hubiese bebido el vino consagrado y comido la hostia.

MORTUSERMO: EL JUEGO DE LOS ESPÍRITUS ©Where stories live. Discover now