Rezando a Dios

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—No hay de qué preocuparse —Le restó importancia—, Nos vemos luego, adiós. —Colgó.

Miraba fijamente algún punto perdido de Madrid. El sol se encontraba a media tarde, calentando suavemente la ciudad, dejando comenzar el verano.

Caminaba por el modesto departamento concentrado en sus pensamientos. Sin darse cuenta dejó caer el pequeño colgador de ropa con prendas negras. Lo levantó rápidamente protestando por tener que agacharse a recogerlo y siguió deambulando.

Al anochecer salió a dar un paseo. Había comido y dormido por haberse excedido así que no estaba cansado.

—Siempre quieres estar solo, Franco. —Gabriel hablaba como niño a través del teléfono—. Olvídate de todo por un rato. Hace días que andas extraño, más de lo que ya eres. —Bromeó—. Aprovecha lo que tenemos, aunque sea por este momento.

—Lo siento...—negó—, de verdad hoy no.

Caminaba sin rumbo fijo. Era jueves y las campanas de la iglesia sonaban a lo lejos indicando la entrada a misa. Se sentó en un banco frente a ella. Ahí aguardó hasta que terminara; camuflado en la penumbra, ajeno a todo su alrededor.

Encendió un cigarrillo y se lo fumó sin apuros. Ya casi podía escuchar los cantos de piedad y de gloria.

Tenía la cabeza confusa. Creía que hacía cosas; cosas al azar, sin lograr algo concreto. Trataba de ser parte de algo sin ser parte de nada.

De pronto entristeció al recordar, su boca formó una línea recta y su mirada cayó al suelo. En su rostro se tornó una expresión oscura. Frente a la iglesia; en medio del ventarrón cálido de junio, cayó una lagrima.

Miró a su alrededor repentinamente turbado, contemplando como todo sucedía en cámara lenta, como poco a poco se quedaba solo. La gente pasaba cada vez menos frecuente y las hojas de los árboles eran barridas por el viento que jugueteaba entre ellas.

Apoyó los codos sobre las piernas y descansó la cabeza sobre sus manos. Observó fijamente la estructura santa, concentrándose.

En sus ojos apareció un leve brillo y de pronto ese lugar ahora era otro lugar, uno que quedaba muy lejos.

Percibió como el calor ya no le perseguía, una brisa fresca salía a su encuentro invitándolo a adentrarse más sin esconderse entre los árboles.

Sonrió melancólicamente y se levantó de la banca; quería sentir la madera, las flores y el aire. Ansiaba sentir el crujir del pasto y escuchar el eco al gritar.

Las campanas rompieron el espejismo formado por él, sacándolo de sus cavilaciones y devolviéndolo abruptamente a la realidad. La gente comenzó a salir del lugar y tomar rumbo a sus hogares. Cuando todos hubieron salido, entró.

Trató de hacer poco ruido al cerrar la puerta juntándola suavemente, haciendo el menor ruido posible al cerrar la puerta.

El cura se encontraba encendiendo las velas cuando se percató de su presencia. No dijo nada. Sonrió amablemente y con la cabeza asintió en señal de despedida. Acto seguido abandonó la capilla por una de las misteriosas puertas colocadas a los costados del altar.

Mientras caminaba por el largo pasillo hacia el centro de la ceremonia, extendió sus brazos hacia los lados y con el dedo índice de sus manos apuntó a cada vela puesta en la larga hilera que recorría el camino. Lenta y paulatinamente fueron prendiéndose débiles llamas que alumbraban el lóbrego lugar.

Se sentó frente a la Virgen María, con las piernas abiertas y sus manos juntas formando un puño. Levantó la cabeza y en sus ojos se podía ver la súplica de una tormenta que parecía nunca acabar.

Rin ¿Cual es el verdadero rostro del amor?Where stories live. Discover now