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Sus primeros y lejanos recuerdos fueron no tan rosas. De sus primeros años con vida, recuerda la memoria de constantes conflictos.
Mientras su pequeña yo con la apariencia de solo una bebé se encontraba en su cuna, el ruido era obstruido por la puerta cerrada y la pared que le dividía del escándalo.

Cuando ella solía llorar, la única persona que venia a calmarla era un hombre de mirada curiosa. De ahí, fue la única persona que conocio en toda esa etapa.

Solían mantenerla alejada, o al menos eso pensaba ella. El tiempo paso, ella ahora tenía el cuerpo de una infante de cuatro años. Ella solía jugar en silencio, teniendo como único sonido el bullicio de los conflictos diarios. A ella no le importaba estar en ese cuarto, después de todo tenía a sus amigos de felpa junto con deliciosos bocadillos.

Con el tiempo ella desarrollo el habito de mantenerse callada. Si ya de por si era muy tranquila, el que no hiciera sonido hacia de su presencia casi inexistente. Había veces en las cuales los gritos duraban tanto que aquel hombre nunca llegaba a visitarle y entregarle su comida. No que a ella le importara la verdad, eso ya había ocurrido, y lo entendía. Por eso, siempre procuraba guardar tres o cuatro galletas de emergencia.

Ella no conocía lo que había fuera de esa habitación, tampoco es que le interesara. A ella le agradaban sus peluches, su suave cama, las paredes negras y la alfombra blanca. Si se aburría, podía jugar con sus amigos o intentar adivinar las palabras de los libros que descansaban de las grises estanterías. Ella nunca tuvo necesidad de escapar u observar por la ventana; le agradaba el silencio, y prefería mantenerlo a tener que escuchar los gritos en su mas puro esplendor.

Ella aprendió a conformarse y amar su vida, después de todo ella estaba satisfecha, sin embargo las preguntas siempre flotaban dentro de su conciencia:

¿Porque estaba ahí? ¿Quien es ese hombre? ¿Acaso habían mas personas dentro de ese lugar? y la mas importante; ¿Cual es su nombre?

Suspiro, y sin mucho esfuerzo tomo del plato de porcelana una de las muchas galletas en forma de diamante, la mordió.

Un par de suaves golpes sonaron del otro lado de la puerta, para después esta ser abierta. Sus ojos se ampliaron, aquel hombre volvía a visitarla, ¡quizá podría responder sus preguntas!

La puerta se abrió, y aquel hombre entro con una bandeja en manos. Esta portaba cuatro platos: comida y postre, junto con un par de vasos; la bebida. Soltando un cansado suspiro cerro la puerta en cuanto ya había ingresado a la habitación.

Ella le observo desde su lugar, y aquel hombre de negro se extraño de esta vez tener la mirada de la pequeña sobre él. La mayoría de las veces que él venia, ella solía estar mas concentrada en sus juguetes que en su persona. ¿Deseará algo?

Se acerco hacia ella, dejando con cuidado la bandeja en el suelo para tomar asiento a su lado.

—Buen día. – Saludo, él asintió con la cabeza en cortesía. Entregándole un par de peluches el hombre los tomo sin reclamar, era la rutina de siempre.

Dejo los peluches y muñecas cerca suyo, acomodandoles de manera que estuvieran sentados cerca de ellos, por otro lado la niña hacia lo mismo con los restantes que portaba.

Eran sus amigos, ellos también merecían estar en su merienda.

Ya todos acomodados, la peli blanca junto sus manos bajando su cabeza. Tomando un momento de silencio, agradeció por la comida. El hombre imitó sus acciones sin embargo estas siendo vacías. Después de todo a él no le agradaba, ni estaba dispuesto a agradecerle a Dios como los demás hacian.

Empezaron a comer, siempre en silencio. La comida era deliciosa y a pesar de que ella no comiera con prisa, el hombre comía a una velocidad lenta. Su mirada pérdida se encontraba clavada en los platos. Se veía cansado, ¿ocurrió algo afuera?

Ella le observó por unos segundos mas, y tragándose el bocado de comida que antes masticaba decidió de una vez por todas aclarar sus dudas.

—Disculpe – El hombre se sobresalto, despabilandose al momento de escuchar su voz. Unos segundos después, ya mas calmado le volvió a ver.

—Desearía preguntarle algunas cosas. – Empezo. —¿Eso está bien? – Su acompañante parpadeo, sin embargo al final asintió con suavidad.

—¿Dónde estoy? – empezo simple, el hombre pareció sorprendido. Después de pensarlo un poco, respondió:

—Nos encontramos en el castillo, – Vaciló por unos segundos para después de continúar — Uh, Castillo... Blanc Black. Está es tu habitación. – Explico, intentando ser lo mas general posible dando los detalles básicos, pues era consciente que la niña no conocía nada fuera de la habitación. La pequeña asintió, intentando disimular su sorpresa. Desconocía, y de no ser así entonces había olvidado, por completo la voz ajena. Le era parecida a una de las voces que solía hacer escándalo fuera de su cuarto. ¿Seria posible que aquella voz le pertenecia a este hombre?

—¿Entonces quiere decir que desde un principio vivo aquí? ¿Por eso estoy aquí? – la mirada del hombre demostró tristeza por un momento, para volver a afirmar. — Entiendo. ¿Hay mas personas viviendo en este lugar? – Asintió nuevamente.

—Algunos subordinados viven aqui, otros solo hacen sus labores y se retiran al finalizar el día. – respondió sin problemas, eligiendo las palabras mas neutras posibles para no dar detalles de aquella presencia no deseada que vivía ahí no por placer, pero por compromiso con la pequeña.

—Ya veo. Entonces ¿Quien es usted? – pregunto sin pensar en el impacto de esas simples palabras. El hombre se mostró sorprendido, y la pequeña se preocupo de haber sonado irrespetuosa. — Mis disculpas, ¿le fastidio la pregunta? – intento razonar, su acompañante nego rápidamente.

— No es nada – Consoló. — Mi nombre es Kcalb, soy el diablo de este mundo. – La pequeña ladeó la cabeza.

—¿Diablo? ¿Que es eso? ¿Es importante? – La mirada de Kcalb se volvio mas dolida. Soltando un suspiro se forzó a sonreír para ella. A ella le agradaba su sonrisa, deseaba poder verla mas. Imitó su acción solo para él.

— Primero, existen mas mundos además del nuestro. Cada mundo tiene un Dios, y su contraparte, un Diablo. – Kcalb observo a la pequeña. Al verla tan atenta demostrando interés, decidió extender su historia. —Ambos son los encargados de gobernar tal mundo con apoyo de sus subordinados. Los dioses tienen a los ángeles y los diablos tienen a los demonios.

— ¿Ángeles ? ¿Demonios? – pregunto intrigada, agrietado esa imagen calmada que solía llevar. Kcalb curvo sus labios ante su entusiasmo y tomando al peluche que tenía a un lado suyo, pidió amablemente que le pasara al peluche que estaba sentado a un lado de la pequeña.

—Macarona, – Alzó al peluche que le había pasado la pequeña. — Es un Ángel, un subordinado de Dios. Los ángeles suelen tener alas emplumadas. – Señalo las mencionadas — Y una aureola sobre su cabeza. – La niña aplaudió impresionada por lo que había aprendido. Observó al otro peluche que Kcalb sostenía.

—¿Que hay de Yosafire? – Señalo al peluche mencionado. Kcalb le devolvió a Macarona para después cambiar a sostener la mencionada.

— Yosafire es un Demonio, uno de mis subordinados. – Comenzó. — Los demonios tienen cuernos sobre su cabeza en lugar de una aureola como los ángeles. También, sus alas no son emplumadas. – Señalo las alas de la muñeca — Y los demonios tienen una características extra que es la cola. – señalando lo mencionado la pequeña aplaudió de nuevo. Kcalb volvió a acomodar a Yosafire a su lado.

—Las personas del exterior suenan interesantes. – Menciono, Kcalb le dedico una sonrisa triste.

—Lo son. – afirmo tranquilo.

—Ah, solo tengo una pregunta más. – La pequeña alzo su dedo, Kcalb asintió dandole permiso de continuar.

—Señor Kcalb ¿Usted sabe cual es mi nombre? – pregunto con inocencia y toda pequeña alegria que Kcalb había sentido en ese pequeño momento fue reemplazada con una tristeza inmensa. Sintió su corazón ser estrujado, e observándola con ojos tristes le respondió suavemente.

—Tu nombre es Silhouette.

Aislamiento.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora