Prólogo.

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Miles de personas encadenadas esperaban en una larga fila su muerte. Delante de todas estas personas una tarima se alzaba con siete horcas acabando con la vida de estos presos.

Uno de los marineros al servicio de la Compañía de las Indias Orientales sujetaba un largo pergamino mientras leía lo escrito en él.

-Con objeto de poner fin a unas condiciones de vida en deterioro. Otras sietes personas subieron a la tarima. –Y garantizar el bien común, se declara el estado de emergencia para estos territorios por orden de Lord Cutler Beckett, representante debidamente designado por su majestad el rey. Aquellas personas dieron un paso hacia delante. –Por decreto y según la ley marcial, las siguientes leyes quedan provisionalmente enmendadas. El verdugo ajustaba la horca en cada una de las personas. –Derecho a asamblea, suspendido. De un movimiento de palanca todos cayeron sostenidos por la horca. –Derecho a habeas corpus, suspendido. Otro movimiento de aquella fatídica palanca se llevo otras siete personas por delante. –Derecho a defensa jurídica, suspendido. Siete personas más cayeron. –Derecho a veredicto por parte de un jurado, suspendido. Otro movimiento de palanca, lo cuerpos se amontonaban en un rincón donde otros soldados se encargaban de deshacerse de su calzado, el cuál también estaba creando una montaña. –Por decreto, toda persona culpable de piratería, de ayudar a una persona condenada por piratería o de relacionarse con una persona condenada por piratería, será sentenciada a colgar del cuello hasta morir. Otra tanda de siete personas subían derechos a su muerte.

Detrás de las seis personas, un niño pequeño de no más de diez años subía con la cabeza agachada, una vez bajo la horca la observó. Era pequeño y no llegaba a ella, desvió su mirada a un trozo de plata marcado cuando comenzó a cantar.

-El rey secuestró a la reina en su hogar y la apartó del mar. El verdugo caminó detrás del pequeño. –Son nuestro mares por poder, naveguemos siempre. Un barril fue colocado delante del niño mientras este era subido sobre él por el verdugo que colocó la soga alrededor de su cuello.

Un hombre de piel oscura situado en la esquina izquierda siguió la canción.

-Yo-ho la manos los colores alzad. Todos los condenados comenzaron a entonar la canción.

-Gritad mendigos. Los soldados miraban confusos a los condenados. –Nunca moriré. Algunos de los presos alzaron sus rostros. –Yo-ho ,todos juntos. Otros acompañaban la canción mientras golpeaban los pies sobre el suelo. –Los colores van.

Uno de los soldados corrió hacia donde un hombre se encontraba sentado.

-Lord Beckett., han comenzado a cantar. De fondo las voces se seguían escuchando.

-Gritad, ladrones.

-Por fin. Beckett esbozó una sonrisa.

-Nunca moriré. Un redoble de tambores y el verdugo tiró de aquella palanca, poniendo fin a la vida de aquella personas también.

Piratas del Caribe: En el fin del mundo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora