Capítulo 20.

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Recordaba muy poco lo que era vivir en un castillo

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Recordaba muy poco lo que era vivir en un castillo. Más aún tener tanta vigilancia todo el tiempo y que un séquito de doncellas tratara de hacerte lucir menos letal. No me gustaba tener un perro faldero mágico que me siguiera a todos lados con tal de brindarme protección. Sabía perfectamente cómo cuidarme sola. Me había alejado de este castillo por una simple razón: lo odiaba, más aún, odiaba estar sola en él.

Yo había sido la hermana mayor, mi hermano Doroteo por ser el varón tendría el trono. Jamás me molestó, de hecho era una dicha. Aunque las reglas no podían cambiarse. A veces cuando él tenía que ir a la guerra temía que muriera, pues supondría que yo estaría al mando en su ausencia y por lo tanto me convertiría en Reina. No había un evento especial que me hiciera odiar estar aquí. Era simplemente que no era para mí. Las paredes de este sitio me ahogaban. Se sentía como una prisión de la que nunca podría escapar. Todavía en los pasillos podía ver a las doncellas tratar de animarme. En los salones aún podía escuchar la música de los bailes en los que quisieron emparejarme con un guapo rey de una tierra muy lejana.

Aún escuchaba la voz de mis consejeras que insistían en que consiguiera un buen esposo. Lo único que adoraba de este lugar era la comida. Mi padre vivió más años metido en la cocina al lado de la gente de servicio que en guerra. Él había sido un buen hombre, así que sabía que si Doroteo regía... también sería un gran rey pues había tenido un buen ejemplo.

La primera vez que escapé del castillo Doroteo acababa de obtener la corona y pronto tendría qué encontrar una esposa. Recuerdo que ofrecieron un enorme baile. Vinieron princesas de ocho reinos. Todas dispuestas a ser escogidas por el más generoso y joven rey de todos. Mi hermano estaba aterrado nunca había estado enamorado antes y ni siquiera sabía cómo funcionaba eso de los matrimonios arreglados, al menos nosotros no teníamos una ley que nos dijera con quién emparentarnos, pero sabíamos que teníamos qué elegir en algún momento de nuestras vidas, si nosotros no lo hacíamos, la familia lo haría primero. Doroteo no había podido dormir la noche anterior a su compromiso y recuerdo que me dijo: "Quien tú creas que deba quedarse conmigo lo hará".

Durante el baile conocí a quince princesas. Ninguna parecía estar lo suficientemente interesada en él. En sus pláticas solo hablaban sobre el reino, el castillo, Flox –dragona de mi hermano-, sus dones como jinete y los planes de conquista y paz que tenía el ejército. Por primera vez sentía algo de pena por él.

Casi al final de la noche, noté que había una señorita sentada en una de las mesas más alejadas del trono. Ella usaba un vestido que parecía estar hecho a mano. El tono de su capa era lo que había llamado más mi atención, era un azul profundo. Su cabello era muy negro, tenía seis lunares en su frente, parecían formar una constelación. Al ver que me acercaba, fijo sus ojos en mí. El peculiar dorado del iris fue lo que terminó por atrapar a mi curiosidad.

—No te conozco —dije al verla— ¿De quién es tu familia?

—Soy Rahe de Tallulah, soy de la familia de nadie —la observé, estaba demasiado bien vestida para no ser de ningún pueblo.

DRAKONS: Hijos de la LunaWhere stories live. Discover now