[dos meses antes]
VEINTE.
—E-ella debe odiarme.—farulló Harry, besando el borde de la botella marrón de licor barato para tragar su áspera inundación de liquido. Sus ojos tratando de enfocarse en la foto encerrada en un marco negro, glosado, una foto de graduación de Lori y Brisa sonriendo felizmente.
Sus ojos verdes confusos se centraron en la expresión serena de brisa, una llena de felicidad y esplendor. Dios, la extrañaba. Quería que su cálido abrazo se lo tragara entero, sus labios para olvidar toda la ansiedad y el dolor, sus brillantes ojos para hacerlo sentir que valía la pena existir. La necesitaba tanto, y cuanto más añoraba por ella, más difícil era pasar el día sin ella.
Ella fue quien se preocupaba. Ella fue quien lo ayudó a vivir. Y siempre fue así desde el accidente. Mientras Lori se entristecía y lo excluía, Brisa siempre estaba cerca para ayudarlo a él y a Lori a pesar de que apenas podía mantener una conversación adecuada con ella como antes. Ella siempre parecía estar llena de paciencia y cuidado. Ella era el único pegamento que lo mantenía a él y a Lori juntos.
Y ahora que ella se ha ido, todo a su alrededor se está desmoronando frente a él. Ella debe odiarlo. Dijo que todo lo que habían pasado, los besos, los toques, las tiernas palabras, incluso estar conectados juntos como uno, era un error.
Un jodido idiota, eso era.
Él por sí solo destruyó una de las cosas más sorprendentes que le sucedieron. Por lo tanto, se merecía el dolor de cada segundo tortuoso que pasaba sin ella. Su corazón merecía romperse en pedazos porque él la rompió.
Harry sintió el ardor de las lágrimas calientes correr por sus mejillas mientras su visión borraba la hermosa cara de Brisa. Su espalda se desliza de la pared hacia el piso, sus piernas se doblan en su pecho en posición fetal. Tembló cuando sus sollozos se abrieron paso dolorosamente por su garganta.
Se lo merecía.
Se lo merecía.
Se lo merecía.
Él no merecía vivir.
