Bañada en lágrimas, y con mis brazos envolviendo a Rigo, pedí a nuestra Señora de los Dolores que, por medio de su fervorosa y benigna gracia, hiciese que el pequeño Nacho recobrase su salud. Los niños jamás deberían de morir, puesto que son sus inocencias y risas las que mantienen el equilibrio de un mundo manchado por la corrupción humana.

—¡Enhorabuena! —dijo un joven paramédico cuando Nachito se sacudió sobre la camilla—. Recuperamos sus signos vitales. ¡Vamos, muchachos! —se refirió al resto de los paramédicos—. Ayúdenme a ingresarlo a la ambulancia.

Todos los presentes exclamaron jubilosos, aplaudiendo y llorando de alegría. Rigo parecía ser muy querido por sus vecinos según lo que pude atestiguar: entonces mi amigo extendió los ojos y sus músculos dejaron de estar tensos.

—¡Eso es todo campeón —le dijo—, eres el mejor, eres un súper héroe invencible, mi hermano!

Toda la multitud retrocedimos para permitir que los paramédicos procedieran. Luego vi, entre las personas, que atrás estaban Ric y Estrella, observando todo con expectante mortificación.

—Joven —dijo el paramédico severo a Rigo. Ahora llevaba un bloc en la mano—. Antes de llevarlo al hospital debe de pagar el traslado y el servicio. Son mil trescientos pesos.

Rigo alzó la cabeza y en su expresión supe lo que pasaba: él no tenía dinero.

—Yo, yo... —musitó, acariciando mis manos—, iré de inmediato con mi patrón para que me adelante mi semana, por favor lléveselo, allá le pagaré.

—No es una ambulancia pública, joven, venimos de una institución privada. ¡Pague ahora!

—No tuve otra opción, Rigo —se disculpó doña Alicia llorando—, no había servicio en las ambulancias públicas y el niño estaba como muerto, por eso llamé a una privada.

—No se apure, doña Alicia —la dispensó Rigo, desprendiéndose de su muñeca un amplio reloj argentado—. Aquí tiene —dijo, extendiendo el reloj al paramédico—, mi padre dijo que era de plata, tómelo como prenda del pago mientras consigo el dinero. Soy leal con lo que le digo. Me llamo Julio Rigoberto León Contreras, y...

—¿Estás bromeando? —explotó el paramédico, explorando el reloj como si fuese un pedazo de carbón—. ¡Dije dinero, no cachivaches!

Oí que a mis espaldas una mujer comenzaba a organizar entre los presentes la reunión de la cuota del servicio médico cuando Ric se abrió paso para llegar hasta donde nosotros, encarando al paramédico, a quien le aventó tres billetes de mil pesos en la cara.

—¡Con un demonio, hijo de perra! —le gritó—. El niño se está muriendo ¿y a ti te preocupa que te paguen el puto servicio? ¡Ahora lárgate, ya tienes el dinero!

El paramédico, sorprendido y a la vez exasperado, no hizo sino ordenar que procedieran con el traslado. Rigo agradeció a Ric con un gesto y le entregó el reloj. Desde luego, Ric no lo recibió, en cambio le dio una palmada en el hombro y se alejó. Entonces Rigo trepó a la ambulancia luego de darme un apretón de manos y un beso en la mejilla.

—Gracias por estar conmigo —me dijo desde adentro.

Yo asentí con una sonrisa.

—Para eso estamos los amigos, Rigo.

—¡Ay, Dios mío! —se abrumó la señora Alicia cuando la ambulancia partió y las personas comenzaron a dispersarse—. Que injusta es la vida con este pobre muchacho. Rigo es tan bueno, noble y trabajador que no merece esto. A veces se ha quedado sin comer con tal de darle a su hermano todo lo que necesita. Hace un mes el niño se enfermó de varicela y por comprar las medicinas Rigo se atrasó con la renta de su habitación. Ahora el dueño lo quiere sacar de aquí. ¿Qué hará el joven si lo corren? ¿A dónde se irá a vivir con su hermano?

MORTUSERMO: EL JUEGO DE LOS ESPÍRITUS ©Where stories live. Discover now