12. EN LA CASONA BASTERRICA

Start from the beginning
                                    

La señora Basterrica debía sobrepasar los cuarenta y cinco años de edad, y aún así me pareció muy guapa. Aunque era alta, rubia y con un brillante cabello que le rozaba los hombros, su expresión petulante languidecía sus atributos.

—No empieces de nuevo, niña —respondió ella, con un tono que se me antojó despreocupado—. Él solo me trajo. Y no es mi amante, es mi amigo —aclaró, sacudiéndose el abrigo tras dejar unas bolsas en el suelo.

Estrella bufó. Escuché pisadas por todo el vestíbulo.

—¿Cuándo harás gala de tu título de "señora" y dejarás de comportarte como una ordinaria jovencita? —le recriminó Estrella a su madre—. ¿No te das cuenta que te ves ridícula, siempre con hombres más jóvenes que tú? ¿En serio crees que te aman? ¡No seas tonta! ¡Ellos sólo buscan tu dinero, aman lo que les puedes dar con él, no a ti! Y tú, zafio mentecato —prosiguió mi Intercesora de Ataque, dirigiéndose al invitado de su madre—, deja de reírte como un retrasado metal y lárgate de esta casa.

—Te digo que te calles —refutó su madre—. Anda, toma estas bolsas y ve a tu cuarto para que te pruebes las prendas que te compré.

—¡Ah! —bramó Estrella furibunda—. Así que lo harás de nuevo, acallar mis protestas por medio de regalos. ¡No quiero nada, te quiero a ti, mamá, en casa, conmigo! Pero... ¿qué huelo? ¿Vienes alcoholizada? ¡Apestas a alcohol, mamá!

Oí que el acompañante de la señora Basterrica prorrumpía en carcajadas más escandalosas, burlándose de Estrella, a quien se le oía histérica, resentida y desilusionada.

—Que agarres tus obsequios y te los midas —ultimó la señora Basterrica—, no me estés perturbando ni me hagas dramitas. Déjame despedirme de...

—¡No te vas a despedir de nadie, córrelo o lo saco yo misma de las greñas!

—Bobby, es mejor que te vayas, querido. Te hablo más tarde para que vengas por mí.

—De modo que tu ridículo gigoló tiene nombre, ¿no mamá? ¡Bobby se llama! Pues escúchame bien, gigoló nombre de perro barato, si vuelves a poner tus caninas patas en esta residencia otra vez, te juro que voy hacer que caiga sobre ti todo el rigor del diablo. ¡Como que me llamo Estrella Basterrica! ¿A caso no sabes que la "señora" está casada con mi padre desde hace más de diecisiete años? ¡Sinvergüenza! Lárgate de mi casa y no vuelvas más, no sea que mi padre te mande matar como el perro que eres.

—Vete, Bobby, antes de que ésta loca se te abalance.

—Hasta entonces, querida Paula —se despidió el joven, riéndose de Estrella de nuevo—. Más tarde vengo por ti ¿vale?

Oí el cerrón de la puerta principal y los suspiros de la señora Basterrica.

—¡Caiga en mí la maldición de las progenitoras adúlteras! —lloriqueó Estrella—. ¿Es posible que se hubiesen intercambiando los papeles de madre e hija? ¿Es posible que sea yo la que deba de estar en vela, preocupada, esperando a que aparezcas? ¡No viniste a dormir, mamá, ahora ya pasan de las siete de la noche! ¿Tienes lombrices en la cabeza en lugar de neuronas?

Fue en ese instante cuando supe el tiempo que había transcurrido. Todo era peor de lo que suponía, casi había pasado un día entero fuera de mi casa. ¡Dios mío!

—Sabes que la tormenta no ha dejado de azotar desde ayer —se excusó la señora.

—Me pudiste llamar para no estar como una estúpida preocupada por ti,

—¡Lo hecho, hecho está! Apropósito ¿no ha hablado tu padre?

—¡Por supuesto que ha hablado mil veces, mamá, y no sabes la cantidad de mentiras que he tenido que decirle para evitarle un disgusto!¡Te largas con tu amante ¿y ahora te preocupas por mi padre?!

MORTUSERMO: EL JUEGO DE LOS ESPÍRITUS ©Where stories live. Discover now