11. PRINCESA DE LA MUERTE

Start from the beginning
                                    

—¡Basta! —grité atormentada—. ¡Siento dolor! ¡Basta!

—¡Sof, Sof, escucha! —dijo una voz que no provenía de ninguno de mis atacantes—. Somos nosotros, Sof, somos no...

—¡No se me acerquen, no se me acerquen! —les supliqué, aún percibiendo la aflicción que me provocaban los demonios pequeños. Eran horribles.

—¡Di que eres mía! —bramaron las voces de los demonios en una sola voz, mientras saltaban sobre mí encajándome más en los clavos—. ¡Renuncia a tu Creador y entrégate a mí! ¡Concédeme tu alma! —Adiviné que un demonio estaba hablando a través de ellos.

—¡No soy tuya! —exclamé, sintiendo más tormento—. ¡Jamás lo seré, te desprecio, desvaloro tu existencia: eres el más impuro y maldito de todos los ángeles del infierno!

—¡Sof, no los escuches, no les prestes atención, soy Ric quien te habla ahora! —anunció la voz de antes. ¿Por qué no lo veía si estaba allí?—. ¡Escúchame, Sof, ahora mismo estás en el reino de la muerte, pero vas a volver con nosotros! ¡Permíteme ayudarte, por favor, y escúchame!

—¡Ric ¿dónde estás? ¿Por qué no te veo?! —lloré con exasperación.

—¿Qué le ocurre, Ric? —oí decir a Estrella, aunque tampoco podía mirarla.

Por alguna razón sus voces se escuchaban con eco.

—No lo sé, parece que no es capaz de mirarnos, pero sí nos escucha. Además, pareciera que estuviera siendo atacada por algo o alguien.

—¡Son demonios los que me atacan —grité—, y a través de ellos me está hablando un demonio mayor que exige que entre mi alma a él! ¡Ayúdame, Ric! ¡Una ola de fuego quiere quemarme!

—¡Ay, no! —lloró la rubia.

La ola de fuego comenzó a lamerme las piernas, quemándomelas.

—¡Ahh... no, no, no! —chillé, intentando sacudirme. Pero estaba incrustada sobre los clavos.

—¿Ric qué le pasa a Sofía? —insistió Estrella.

—¡No lo sé, con una mierda...! ¡Maldito juego hijo de pu...!

—¡Ey, Ric, no pierdas la compostura! —le dijo Rigo—. Es obvio que está siendo atacada por demonios ¿cómo la podemos salvar? ¡Se está arrastrando y grita que se quema!

La ola siguió avanzando, lentamente, abrazándome sin misericordia.

—Vamos a llevarla a la capellanía de Santa Elena —sugirió de nuevo Rigo—, con el padre Mireles. La capellanía es la más cercana de aquí.

—¡Son las cuatro de la mañana, Rigo! —objetó Estrella.

¿Tanto tiempo había pasado ya desde que muriera?

—Con un carajo, rubia tonta, ¡ella está siendo atacada por visiones de demonios, a nosotros ni siquiera nos puede ver! Los demonios de la muerte la están castigando, y nuestras conjuraciones no funcionan. Necesita un sacerdote. ¡Vamos! ¿No ven que está sufriendo? Dame las llaves, Ric, para acercar el auto a la puerta principal de la mansión.

—¡No te dejaremos ascender, Excimiente! ¡Te llevaremos con nuestro padre! —dijeron los bebés demoniacos mientras bailaban sobre mí—, si ya no quieres más tormento, entonces entrégate a él. Hazlo tu nuevo amo y ríndele honor y sumisión.

—¡No! ¡No! ¡No! ¡No me entregaré a él! ¡No! ¡¡NOOO!! ¡Cállense, déjenme!

—Estrella ¿oyes lo que ella dice? —exclamó Ric en un tono desesperado—. Le están hablando los demonios, quieren que se entregue a su amo. ¡No los escuches, Sof, no lo hagas, por más tormento que sientas no te entregues a él!

—¡Maldita desobediente! —me gritaban los demonios—. ¡No te dejaremos ascender a la vida si no te entregas a nuestro padre!

—¡NO! —continué gritando.

—¡Oh, mi niña, soy Ric, tu Guardián, no llores, no tengas miedo, estoy contigo! ¡No te voy a dejar, estoy contigo! ¡No los escuches, no los escuches, te lo ruego!

—¡Ric, no soporto verla así! —lloró Estrella.

—¡Malditos demonios, atáquenme a mí! —gritó Ric perdiendo los cabales—. ¡A ella déjenla en paz, déjenla en paz, malditos, dejen a mi niña en paz!

—¡Ric! —gimoteó Estrella—. ¿Qué le están haciendo, por qué se sacude así?

—¡Sofía! —me volvió a hablar Ric—. ¿Me escuchas? ¡No son reales esos demonios, no son reales, no lo son! ¡No les prestes atención!

—¡Ric tengo miedo, ellos no me dejan ascender! —lloré.

—Solo escucha mi voz, concéntrate en ella. ¡Soy tu Guardián, Sof, siente mis brazos, te estoy abrazando, te aferro a mi pecho!¡Oh, cielo, no llores! ¿Me sientes? Estoy contigo... ¡Siente mi espíritu que está yendo junto a ti! ¿Sientes mi fuerza? ¡Te estoy sacando de allí! ¡Ya no hay nada negro a tu alrededor, ni demonios ni dolor! ¡Sólo yo, solamente estoy yo, y tú estás conmigo...!

Un estruendo enceguecedor me electrocutó de hito a hito, al tiempo que el torbellino de luz se tragaba al instante el fuego y a todos los demonios que me atormentaban.

—Está reaccionado, ella está reaccionando —exclamó Estrella esperanzada.

—¡Eso es todo! —clamó Rigo jubiloso—. ¡Lo hiciste, Ric, lo hiciste! ¡Y pensar que me parecías un completo pendejo!

Aún no los podía ver, puesto que ahora todo era bruma, no obstante, sentía paz. Los demonios ya no estaban. El fuego ya no estaba. Ahora me sentía apresada alrededor de unos cálidos brazos. Su perfume... su aliento... podía sentir el aura de mi Guardián, cuyo espíritu había descendido hasta mí para defenderme. Sentí cómo un cálido viento soplaba sobre mi cara y cómo la pesadez que antes me había oprimido el pecho me liberaba.

—Eres tan fuerte, mi niña bella —oí la voz de Ric. Ahora estábamos en el suelo y yo en su regazo, podía presentirlo—. Cuan equivocado estuve al pensar que eras débil. Lo has logrado, pequeña, has vencido a tus demonios. ¿Lo ves? Eres la más fuerte de todos nosotros, estoy tan orgulloso de ti.

Al abrir los ojos me encontré con Ric: sus finas mejillas, su mandíbula cuadrada, sus rizos esparcidos sobre su perfecta frente estaban sobre mí. Solo para mí. Los ojos de Ric me miraban con tristeza, tan verdes, brillantes y colmados de agua que me pregunté si eran lágrimas contenidas. Me observaba asustado, como si yo fuese solo un espejismo. Me tenía aferrada a él con tanto recelo que parecía temer que yo fuese desaparecer si me soltaba.

—Nuestra Excimiente... volviste —me arrulló, besándome la frente.

—Gracias... por... custodiarme hasta el final —Aspiré hondo—. Quédate conmigo —le supliqué, tratando de sonreír.

Hubo un silencio en que sólo pude escuchar los latidos de su corazón.

—Para siempre —me dijo, antes de dormirme en sus brazos

FIN DE LA PRIMERA PARTE

FIN DE LA PRIMERA PARTE

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.
MORTUSERMO: EL JUEGO DE LOS ESPÍRITUS ©Where stories live. Discover now