—Padre, quiero que sepas que siempre ando en busca de especialistas. No me quedo ni quedaré conforme hasta verte de pie, caminando como antes, siendo autosuficiente.

Sin embargo, Eusebio hizo caso omiso a sus palabras. Miró por la ventana y puso atención en el paisaje que había atrás de la torre. El sol comenzaba a bajar y faltaba poco para que la oscuridad se apoderase del cielo. Colores violetas y rojizos, sus favoritos. Eso sin embargo solo significaba una cosa: que su hijo se marcharía pronto, y quedaría solo una vez más. Quizás por cuánto tiempo...

—Elías, aproxímate. Quiero verte de cerca.

Extrañado por aquella petición, le obedeció y posicionó su rostro a la altura del de él. Enseguida, Eusebio extendió su mano y le acarició la frente haciéndole la señal de la cruz. Los ojos mieles de Elías brillaron.

—Has crecido tan rápido...

Las palabras del hombre hicieron que el hijo inclinara la cabeza y negara. Sentía un peso cargando su pecho cada vez que el hombre le decía aquello.

—No es cierto. —Su voz luchó por mantenerse fuerte, impertérrita.

Eusebio volvió a apoyar las manos en sus rodillas y chasqueó la lengua en su paladar.

—No finjas ser el que fuiste y dejaste en el pasado, no me engañes. —Arrugó la frente, y luego pinchó con el dedo índice la de Elías para que se enderezara—. Soy consciente de tus esfuerzos y de lo mucho que has logrado. Has cambiado, has cambiado para bien y lo sabes.

Elías asintió.

—No es del todo cierto, pero gracias.

—Has madurado y crecido, además de que sigues cuidando de mí, ¿qué más puedo yo pedir? Mi hermano no ha tenido la misma suerte con sus hijos en su reino, me envidia, está siempre solo, vieras tú cómo se queja, ¡ja!

—Ah, eso no, el tío se encuentra muy bien. No le hagas caso cuando se queje, lo hace para darte lástima, papá. No es como si a estas alturas de la vida puedas estar manteniéndolo aún, lo entiendes, ¿cierto? —Enarcó una ceja y lo inspeccionó—. Tiene hijos y nietos, no te corresponde.

Eusebio parpadeó varias veces, saliendo del ensimismamiento, luego cerró los ojos. Asintió.

Manteniéndolo. Esa palabra...

Poco a poco elevó la barbilla y comenzó a recorrer el techo con sus ojos, pensando.

Manteniéndolo. ¿Por qué esa palabra le causaba una sensación extraña?

A la vista de su hijo, quien lo contemplaba con curiosidad y cierto grado de preocupación, solo estaba cansado de charlar. Asoció su repentino silencio a eso. Pero, no era eso. Eusebio trataba de hacer memoria con todas sus fuerzas.

Manteniéndolo. ¿Qué significaba esa palabra? La había visto y oído antes, pero no lograba unir los cabos sueltos que se estaban formando en su cabeza. Era importante para él, lo sabía, algo se lo decía...

Manteniéndolo.

Manteniéndolo.

Manteniéndolo.

—Hijo, ¿podrías por favor llevarme a la cama? Estoy cansado de estar sentado —dijo de pronto, con el fantasma de la palabra dando vueltas por su mente.

Elías asintió. El anciano seguía con los párpados cerrados, pero a penas se inclinó para tomarlo, le extendió ambos brazos y los abrió para hacerle más sencilla la tarea a su hijo. Un par de zancadas después estaba recostado en el extremo opuesto a la ventana de la torre, acomodando sus sábanas.

El guardián de la TorreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora