Hermione fue despachada. Los elfos le indicaron dónde estaban los productos de limpieza y los almacenes de ropa blanca. Afortunadamente, toda la ropa blanca y las prendas de vestir eran lavadas por otro servicio. En la pared de la cocina había un mapa de la mansión con indicadores de dónde se encontraban los miembros de la familia. Podía ver el punto de la señora Malfoy en su salón, pero no había otros.

Al poco rato, Hermione se puso a fregar el suelo. En realidad, no le importaba el trabajo. La mantenía ocupada y hacía que los días pasaran más rápido. A veces, mientras fregaba, el pesado brazalete de hierro repiqueteaba contra el cepillo. El brazalete era lo que la mantenía a raya, era su mecanismo de control. Garantizaba que no pudiera ir a ningún sitio al que no quisieran que fuera. También le impedía hacer magia, incluso aunque tuviera una varita en la mano. Hermione había perdido su varita el día que la capturaron. La habían herido de gravedad, pero de algún modo, había sido tratada por un Sanador, lo bastante bueno que se aseguró de que no muriera. Al principio, constantemente se preguntaba si no habría sido mejor que muriera aquel día, pero ya no tenía esos pensamientos.

Hoy en día, Hermione disfrutaba de placeres sencillos. La naturaleza, las flores, la lluvia, los bichos, los pájaros, etc. A veces la trataban como a un animal y cuando la dejaban salir sola, lejos de la gente, también se sentía como tal. Era lo suficientemente humana para subsistir.

Conoció a la chica muggle, era danesa o alemana y se llamaba Stina. Stina no hacía nada del mantenimiento de la casa, era la puta de Lucius Malfoy y eso era todo lo que hacía. Él le regalaba cosas bonitas y ropa, pero seguía llevando el brazalete de hierro igual que Hermione. Hermione supo enseguida que no iban a ser amigas. Stina era territorial con su posición en la casa y Hermione desde luego no tenía ninguna ambición. En términos de estatus, estaban más o menos a la par. La habilidad y el entrenamiento mágico de Hermione ya no contaban para nada.

El día avanzaba como siempre y pronto llegó la hora de la cena. Hermione sabía servir la comida, lo había hecho innumerables veces. Cumpliría con su deber a la perfección, siempre lo hacía. El comienzo de la comida significaba que tenía que llevar la sopa. Hermione haría la mayor parte del trabajo, a los sangre pura no les gustaba ver a los elfos. Entró en la habitación con la olla de sopa y la puso sobre la mesa de servicio.

—Pero si es la sangre sucia —oyó decir a Draco detrás de ella.

Hermione no respondió, se dirigió a la silla que ocupaba Lucius Malfoy y se quedó allí de pie hasta que él le indicara que quería sopa o le hiciera un gesto para que se fuera. Después de llenarle el cuenco, hizo lo mismo con la señora Malfoy. La sopa era la única parte de la comida que realmente tenía que servir, el resto consistía en colocar los platos en la mesa y cortar la carne. Mantener las bebidas fluyendo era el objetivo principal de su trabajo.

—¿No te dije que así era como acabarías? —continuó riendo—. Contéstame sangre sucia.

—Sí, lo hiciste —respondió y volvió a colocar el plato de sopa de la señora Malfoy frente a ella. Hermione tenía que responder a las preguntas que le hacían.

Se puso al lado de Draco hasta que él decidiera si quería sopa.

—La servidumbre te queda bien —dijo mientras sonreía de un modo que le resultaba demasiado familiar. A Hermione no le importó. No le estaba dando indicaciones, así que no podía alejarse.

—Draco, es de mala educación, mantener conversaciones con la servidumbre —mencionó la señora Malfoy.

—Querrás decir con los esclavos —sus ojos no se apartaban de Hermione, cuya mirada estaba fija en la pared.

—Te dijeron que cuidaras tus modales —Lucius amonestó con calma.

La antigua Hermione hubiera querido preguntarle si seguía siendo un niñito de papá, pero mantuvo los ojos fijos y la mente despejada. Al final, Draco le hizo un gesto para que se marchara. Siguió el resto de la comida. Lucius y Narcissa mantuvieron una conversación y Draco se dedicó a observar a Hermione. Cuando terminó la comida, salieron de la habitación y Hermione empezó a recoger los platos.

Las primeras horas de la noche podían ser ajetreadas, sobre todo porque había que rellenar los depósitos de alcohol. Por lo general, todo se calmaba a las nueve. Que te llamaran después de esa hora era algo malo. Sin embargo, a esa hora Stina esperaba a que la llamaran. Hermione no juzgaba a Stina ni el consuelo que le daban sus regalos y privilegios. No envidiaba ninguna comodidad que pudiera encontrar en este mundo.

Cuando estuvo segura de que ya no la necesitarían por esa noche, se retiró a su habitación. Aún debía limpiarla. No tenía que hacerlo, pero había aprendido a sentirse cómoda con la limpieza. No había nada que pudiera hacer con el colchón, aparte quitarle el polvo. Después de darle una buena paliza, lo cubrió con la ropa de cama de la planta baja. Era ropa de cama de buena calidad, solo tenían hoyos reparados o manchas que fueron imposibles de lavar. Apreciaba la ropa blanca de buena calidad.

Tardó una hora en fregar el suelo de su pequeña habitación, pero consiguió quitar años de suciedad. Era más de medianoche cuando terminó, pero podía permitirse un poco de tiempo libre. No la llamarían hasta el desayuno, que era a las siete. Bebió una taza de té en la escalera de servicio exterior antes de retirarse a dormir en su nuevo hogar. Un rápido vistazo a la pared de la cocina le dijo que todos los Malfoy estaban en sus respectivos dormitorios, con Stina ocupándose de Lucius.

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Notas: Historia en edición...

Naoko Ichigo

El lento deshieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora