3. Triple C

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«Los hombres lobo pueden sentir cuando su mate está triste»

C a p í t u l o 3

Me he aplicado un poco de base sobre mi pómulo amoratado

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Me he aplicado un poco de base sobre mi pómulo amoratado. Todavía me arde el rostro pero, necesito disimularlo como sea. Aunque me gustaría, no me puedo permitir que expulsen a Caleb porque entonces, en vez de un simple puñetazo, me pegará una paliza. Nadie puede enterarse del impulso de mi novio, por eso estoy encerrada en el baño mientras el resto del internado está en la cafetería. Necesitaba tiempo para camuflar el golpe y, sobre todo, para inventar una excusa. «No es nada, me caí en la ducha». No, eso ya lo he usado. No va a colar.

Caleb Clarck o, como suelen llamarle, Doble C (Triple C si le añadimos la de capullo) es, aparentemente, el chico perfecto: guapo, deportista —el quarterback del equipo de fútbol, por supuesto—, y lo suficientemente inteligente como para dar clases particulares. Ese fue el pretexto por el que una chica normal como yo se acercó al chico más popular del internado y, por alguna razón, me convertí en su alumna favorita. Al principio, estar con Caleb era como ser la protagonista de una comedia romántica para adolescentes pero, a medida que la trama avanzaba, fui advirtiendo pequeños detalles secundarios que, por desgracia, dejé pasar. Salidas de tono, gritos, empujones y, para cuando llegaron las bofetadas, ya era demasiado tarde para dar marcha atrás. Mi película de amor se fue transformando, poco a poco, en una de terror. Una cinta que se repite una y otra vez, como en un tétrico bucle.

Si sigo cerca de Caleb, volverá a golpearme cuando tenga oportunidad pero si rompo nuestra relación, se enfadará y me golpeará. Estoy atrapada en un círculo que siempre termina conmigo maquillándome en un cubículo.

Me he dejado caer hasta sentarme en el suelo. Me he agarrado las piernas y he escondido la cabeza en mis rodillas mientras las lágrimas resbalaban por mis mejillas. Estoy cansada de llorar pero, es lo único racional que puedo hacer sin acabar lastimada.

—¿Brooke? —rápidamente me he secado las mejillas con las manos y, después de coger aire, he abierto la puerta sonriendo.

—¿Qué estás haciendo tú aquí? —en realidad, mi pregunta no tiene sentido. Esta también es su habitación.

—He venido a por mi móvil y te he escuchado, ¿estás bien? —me ha mostrado su Smartphone al tiempo que yo fruncía el ceño, poco convencida—. Venga Brooke, que la puerta es de madera no de plutonio.

—Olvídalo Thomas, no lo entenderías.

—Entonces explícamelo, quiero ayudarte.

—No necesito tu ayuda.

—Todo el mundo necesita mi ayuda, de una forma u otra.

Aunque he sentido ganas de darle una patada en su bonito trasero, supongo que debería darle las gracias. Necesitaba reírme y esto es lo más gracioso que he escuchado en todo el día.

—Tienes razón —su expresión ha sufrido un cambio radical. Mi contestación ha roto todos sus esquemas. Eres un pequeño genio, cerebro—. No he elegido bien las palabras: no quiero tu ayuda.

—¿Por qué me odias, Broo?

—Ni se te ocurra llamarme así —me he inclinado hacia él, apuntándole con el dedo índice—. Anda, por favor, vete.

—A veces, está bien hablar con alguien. No te lo guardes todo para ti porque, puede que un día no lo soportes más y explotes.

—Voy a explotar como no te vayas, en serio.

—Espera Broo —me ha sujetado del brazo y, además de ignorar mi petición sobre ese ridículo apodo, me ha obligado a mirarle directamente a los ojos—. ¿Qué te ha pasado en la cara?

—¿Es una nueva forma de llamarme fea?

—Sabes que no me refiero a eso. Hablo del golpe —me ha acariciado el pómulo con delicadeza mientras yo ahogaba un grito—. Brooke, ¿quién te ha hecho esto?

—¿Estás loco? ¿Cómo se te ocurre pensar eso? —he dejado escapar una risa nerviosa—. Yo no me meto en peleas. Tengo un moratón porque... me caí en la ducha. El olor a tabaco me hizo resbalar.

—Ya pues, yo sí que he participado en más de una pelea —aunque he intentado bromear para desviar el tema a los cigarrillos, sus labios forman una línea recta—. Esa marca solo la deja un puño.

He agachado la cabeza, escondiéndome en mis rizos. Me siento como una niña pequeña a la que han pillado robando una galleta. Tal vez, y solo tal vez, no sea tan mala idea contarle la verdad. Thomas, aunque tiene el ego bastante subido, parece un buen chico y tiene buena consistencia física. Podría defenderme, podría ser mi única oportunidad de salir del círculo. Bien, allá voy:

—Seguramente me arrepienta de decirte esto pero...

No he podido seguir porque el ruido de la puerta me ha interrumpido. Al girarme y ver su semblante serio, he sentido miedo.

—Amor —sí, curiosamente el mismo chico que se atreve a ponerme las manos encima solo se dirige a mí con apelativos cariñosos—. ¿Podemos hablar? A solas.

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