Algo sucedió en Bruselas

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CAPITULO UNO

Un suave zumbido me despierta de entre los sueños. Todo está vagamente iluminado, y las luces de emergencia brillan de una forma tenue. Permanezco unos segundos reubicándome y después estiro mi espalda, adormecida y un poco dolorida por las horas de vuelo. Los pasajeros de los asientos contiguos todavía duermen. Así lo prefiero.

En unos minutos mi cabeza hierve de asuntos pendientes, temas que debo solucionar en estas próximas semanas. Se agolpan la planificación de mi estancia, algunos temas urgentes en España, el último trabajo que debo enviar el jueves. Decido no agobiarme hasta dentro de unas horas, cuando mis pies descansen sobre suelo belga y pueda pensar con claridad tras una cena y una ducha.

El aire está frío y húmedo, demasiado otoñal para este mes de julio. La gente desciende por la empinada escalera protegiéndose del viento en sus chaquetas y chales. Después nos recibe un bullicio de pancartas, gritos, empujones y caras expectantes. Parece que hoy han aterrizado varios vuelos simultáneamente y el aeropuerto toma la apariencia, por unas horas, de un hervidero a punto de estallar.

Veo pasar las luces a toda velocidad tras los cristales del taxi. Tras escabullirme del tremendo atasco, la carretera está despejada y me dejo conducir con ligereza hasta el sur de Bruselas. Me pregunto si habrá cambiado mucho la ciudad. Hace sólo tres años que, por esta fecha, vine por primera vez. De noche, con frío, en un día que guardaba muchos parecidos con el de hoy.  Las ciudades cambian a ritmo vertiginoso, a veces te despistas unos meses y al regresar todo está fuera de su lugar, disperso, desconocido. Es el paso veloz al que vivimos, tan difícil de seguir a veces.

Ya en el hotel me desplomo sobre la cama. Mis tacones resuena al contacto con la madera del suelo. Me siento exhausta y extraño el tacto de mis sábanas, el olor de mi habitación, mis costumbres. Sé que así será durante los primeros diez días, pero luego me habituaré, como sucede siempre. Los viajes de estos últimos años así me lo han demostrado.

Escucho a Massive Attack mientras me ducho, veo un rato la tele y concluyo el día organizando mentalmente la jornada maratoniana que me espera mañana.

CAPITULO DOS

Un último vistazo al espejo del baño y a punto para salir. Reviso meticulosamente todos los detalles, por insignificantes que sean. El planchado del blazer, el lustre de los zapatos, el brillo del pelo. A lo largo de los años he ido desarrollando una especie de perfección psicótica que, creo, me acompañará el resto de mi días. La necesidad de tener un control total sobre mi vida y mi profesión se volvió cada vez más acuciante, así que empecé a cultivar manías y obsesiones por estar siempre a punto, fuese en el trabajo o en casa. Pasaba a limpio diez veces mis apuntes o notas, hasta que estaban ordenados alfabéticamente. Repasaba mi peinado desde todos los ángulos, verificando que se veía de fábula y aguantaría incluso si cruzaba un huracán. Por eso hoy, como siempre, observo mi imagen con atención durante un buen rato hasta darme el permiso para salir y empezar a buscar clientes.

He madrugado bastante pero las calles ya están llenas de gente. El lío de primera hora es monumental así que decido cambiar mi planning y empezar por la zona en donde está mi hotel. Tiendas de ropa y complementos, de regalos, de artículos personalizados. Visito todos los negocios que encajan con mi producto, y así transcurren la mañana y la tarde sin descanso. Una pequeña parada para comer fast food (la odio, pero cuando estoy trabajando siempre acabo en estos sitios para no perder tiempo) y cuando me doy cuenta son ya las seis de la tarde y todo está cerrado. Todo excepto los supermercados y los centros comerciales. Decido dar un pequeño paseo para desconectar antes de volver al hotel, y visitar el parque en el que hace tres años solía venir a jugar con mi marido y mi hijo. Mi hijo, cuanto me acuerdo de él cada vez que tengo un momento libre. Me hubiese gustado traerlo conmigo esta vez, aunque de todos modos no habría podido. Cuando viajo y tengo que hacer servicios comerciales siempre es intensivo y agotador, y auque he pensado muchas veces en la manera de hacerlo con él  y compaginar el tiempo durante mis estancias, siempre llego a la conclusión de que no es posible. No puedo estar en dos sitios a la vez, ni creo -afortunadamente- que nadie lo haga.

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⏰ Last updated: Jul 26, 2012 ⏰

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