La detective abrió la puerta con rapidez y miró a su hermana con cara de pocos amigos, Odile sonrió con inocencia, su mano aún metida en su gran bolso: — Olvidé mi llave. —expresó la mayor de las Moreau. Odette se hizo a un lado para permitir que su elegante y alta hermana entrase asu departamento.

Odile Moreau le recordaba a Holly Golightly —Audrey Hepburn, no la que Truman Capote había descrito—, no era una belleza despampanante que podría dejarte sin aliento, no. Odile tenía una sofisticación y elegancia en su forma de expresarse, de vestir e incluso de andar que simplemente cautivaban: Una muchacha alta, pálida, esbelta... con un oscuro cabello sedoso que le tocaba los hombros en forma de traviesos rizos.

Mirándola ahora, —después de su viaje a Paris y conociendo ya a Illya— Odette podía notar que Odile e Illya eran seres muy similares; por fuera, eran todo lujos y excentricidades, portes sobrios y sonrisas llenas de cortesía que no resultaba natural, sino todo lo contrario, era una cortesía cuidadosamente aprendida por años.

Le sorprendió tener dos personas tan parecidas en su vida.

—El tráfico en esta ciudad se ha vuelto una locura—contó Odile, colocando con gentileza su bolso y abrigo sobre el sofá frente a Murphy, caminó hacia él con su sonrisa cortés y le besó la frente. — La gente se está largando como una pandilla de desquiciados y sumándole a eso las manifestaciones...

— ¿Qué manifestaciones? —preguntaron ambos detectives, Odile hizo un puchero y les miró, extrañada por esa curiosa sincronización. Aunque sabía que realmente no debía sorprenderle, esos dos pasaban casi las veinticuatro horas del día (los siete días) juntos haciendo dios sabía qué.

Odile sonrió pícara antes de responder: —En serio, chicos. Me sorprende que sus ciclos menstruales no estén sincronizados.

—Odile... —masculló su hermana menor mientras Murphy lanzaba su cabeza hacia atrás y soltaba un largo suspiro. —Estamos hablando en serio.

—Ya,ya —la mayor de las Moreau hizo un vago gesto con la mano antes de sentarse en el sofá y prácticamente desparramarse en él.— No hay necesidad de ponerse pesados. —Odile se hurgó los bolsillos del vestido (Odette se hizo una nota mental: debía conseguir uno de esos) y sacó una cajetilla de cigarros que tenían una pinta de ser carísimos, se hizo de uno y, con toda la pereza del mundo, caminó hasta su cocina para encender su cigarrillo mientras que su hermana y Murphy esperaban por ella en la sala. Cuando volvió, el cigarro ya en sus labios rojizos, no se sentía ya con ganas de hacer ninguna otra broma—Hay un enorme grupo de gente que busca dejar la ciudad ¿no?, bueno, pues también hay un grupillo de gente que está enfadadísima. Han bloqueado algunas calles y todo; sin contar que las autoridades del puerto cerraron los túneles, la única forma de salir de la ciudad es mediante los puentes en las zonas residenciales.

— ¿Y qué están exigiendo? —pregunta Murphy, pero Odette sabe bien la respuesta. Es lo mismo que ella pediría después de lo ocurrido:

—Seguridad, —responde Odette, su hermana mayor le guiñe el ojo y suelta un "¡Bingo!" — justicia.

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Ahora, las noches en "la ciudad que nunca duerme" eran inusualmente silenciosas; se podían escuchar los lejanos sonidos de automóviles, a veces patrullas o ambulancias. Pero no más: a la nueve de la noche el silencio caía sobre la ciudad y no había ni un alma ya en las calles.

Para una de las hijas de Lilith, la anteriormente ruidosa ciudad se había convertido en un lugar más cómodo en el cual vivir; se le antojaba a un ambiente casi apocalíptico, y eso le dibujaba una sonrisa infantil en los ensangrentados labios.

De Hombres y BestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora