Capítulo 1.- Los ángeles de luz

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Mientras, otra lucecita se encendió a unos pasos de mí.

—¡Allá estás! —grité jubilosa, pero como si mi emoción la hubiera asustado, aquella también desapareció—. Ouuu —gimoteé con desconcierto.

Pero de pronto otra luz brilló lejos de mí y mi sonrisa volvió a aparecer, y después otra más alumbró la noche, y otra y otra y decenas más. Estaban por todas partes.

—¡Increíble! —grité pero rápido tapé mi boca temerosa de que con mis gritos volvieran a desaparecer, pero no lo hicieron, al contrario. Pronto el pequeño claro entre los arboles estaba lleno de aquellas motas de luz danzando entre la hierba y las ramas.

Mi corazón estaba por completo emocionado, latía contento mientras mis ojos se abrían lo más que me era posible para no perder detalle de aquel mágico cielo de estrellas entre la hierba. Aquellas estrellas de color amarillo verdoso, que jugueteaban traviesas, parecían hacer al fresco lugar un poco más cálido.

—¡Barry! —susurré entusiasmada pensando en que mi pequeño amigo debería acompañarme a ver el espectáculo de estrellas en la tierra.

Como pude, tratando de no molestar a los ángeles de luz, a ratos en puntitas, otras dando largas zancadas y a veces dando un paso y esperando unos segundos, fui al lugar donde estaban mis padres y mi peludo amigo.

—¡Papá, mamá, abuelito! —exclamé jubilosa señalando el lugar del que provenía—. ¡Allá hay ángeles de luz!

Callé maravillada al ver aquellas chispas rondando nuestro improvisado campamento.

—¡Aquí también hay! —dije haciendo una mueca de incredulidad.

Aunque había unos pocos no podían compararse con todos los que volaban en el lugar donde los encontré.

—Se llaman luciérnagas —dijo mi papá—. Son insectos que son bioluminiscentes, es decir que pueden fabricar su propia luz y que la proyectan a través de sus cuerpos. En el caso de las luciérnagas lo hacen por su abdomen o por la parte trasera de su cuerpo...

—¡Son angelitos de luz! —rebatí contrariada por la explicación tan técnica que él me daba.

—No, Alejandra, son insectos coleópteros... —de pronto mi mamá le dio un simulado pellizco en la rabadilla—. B-bueno, son ángeles de luz que visitan a los niños que son buenos. Y viven en el bosque.

Mi mamá sonrió satisfecha y yo también.

—¡Allá hay más —señalé el claro donde estaban—, vamos a que los vean!

—No podemos, hija —habló mamá—, necesitamos recoger todo para irnos, ya se está haciendo tarde y está muy fresco. Pronto va a hacer demasiado frío.

Mi rostro y mi ser completo se compungieron.

—Pero, mamá, los ángeles de luz...

—¿Qué te parece si te vas adelantando y cuando terminemos te encontramos allá? —sugirió mi abuelito.

—¡Sí! —volví a gritar mi alegría.

Di unos pasos enormes pero de inmediato regresé para sujetar a mi querida mascota de sus patas delanteras.

—¡Ven conmigo, Barry! —le animé con entusiasmo, pero apenas pareció notarme.

—Mejor déjalo descansar —sugirió papá—, ya es un perro viejito.

—¡Qué tienes contra los ancianos! —renegó mi abuelito a lo que papá se disculpó y terminaron riendo. Yo apenas pude percatarme de esto, ya que no cesaba en mis intentos de hacer que mi peludo amigo fuera al lugar que quería mostrarle.

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⏰ Last updated: Jun 25, 2018 ⏰

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Jandy, una promesa al atardecerWhere stories live. Discover now