Un sobre amarillo

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Decidí dejar el auto en casa y caminar un rato, eso me ayudaría a pensar mejor todo lo que estaba pasando, la casa de Mario no estaba lejos y él era el único que podía ayudarme en un momento así, él tenía las palabras adecuadas siempre para hacerme entrar en razón, para encontrar mejores ideas y para no sentirme mal cuando de Lizbeth se trataba. Teníamos casi 8 años de amistad.
Llegué pronto al edificio donde estaba su departamento, y lo encontré sentado en las gradas que daban a la puerta principal, con sus lentes oscuros, una camisa azul, una pantaloneta negra unas tenis del mismo color que la pantaloneta. Tenía el celular en la mano y el sol le llegaba de frente, me pareció extraño verlo ahí, fuera de su casa, sentado ahí en esa grada.
— ¡Hola Mario! —saludé moviendo mi mano.
—Hola, llegaste rápido —su semblante era alegre igual que siempre.
— ¿Subimos?
—No, vamos a otro lugar, están haciendo algunos arreglos
— ¡Oh! Está bien.
—Bueno vamos al terreno baldío, hoy hará una tarde bonita.
—Vamos.
Se levantó y empezamos a caminar a un terreno baldío que estaba cerca del departamento de Mario, era un lugar bonito, había árboles y una zona verde muy bien cuidada, desde ahí se veía parte de la cuidad y en las tardes era un espectáculo, ver los edificios y las casas tiñéndose con colores rojos y anaranjados encendidos, toda una obra de arte. Llegamos y nos sentamos en la zona verde bajo la pequeña sombra de un árbol.
—Lizbeth está embarazada.
— ¿Cómo lo supiste? —Mario me miraba con cierta intriga en sus ojos.
—Me buscó para pedirme ayuda.
— ¡No puede ser! —se escuchaba tan indignado, sabía que ella no le agradaba después de lo que me hizo.
—Yo planee una vida con ella, cada cosa de mi vida la planee junto a ella, eso me tiene mal ahora en este momento, ella va a tener un bebé, de quien sabe quién y eso es un asco. Yo le di 6 años de mi vida, y no me arrepiento, pero porqué tiene que hacer esto, volver después de dejarme solo durante 2 años, volver a recoger sus cosas que habían quedado en mi casa, volver a pedirme ayuda porque está embarazada.
—Esa mujer está loca, me da tanta rabia, Nicolás —su mano estaba sobre mi hombro, se estaba esforzando para ayudarme, por lo menos para escucharme.
— ¿Lo recuerdas? Cuando descubrimos que me estaba siendo infiel, la vida se me cayó a pedazos, ella destruyó todo lo que yo era, me hizo daño, se llevó partes de mí que nunca voy a recuperar.
—Amigo, sólo tienes que soltarla, dejarla ir a ella y a todo este asunto, ¿Sabes? nada de esto es tu culpa, te rompió, te hizo daño, pero no puedes quedarte ahí en pedazos, reconstrúyete, levanta la cabeza aunque estés en pedazos, nadie tiene que saber que no estás del todo bien.
—No sé cómo soltarla, la recuerdo todos los días, como si estuviera amarrada a mí.
—Corta eso que los une, aunque duela, córtalo porque eso, eso va a terminar ahorcándote, sofocándote, quitándote el aire, solo tienes que tomar la fuerza suficiente para dejarla ir.
Sentía como dentro de mí, algo se iba estrujando cada vez más, como la idea de soltarla me dolía en el alma, en la piel y en los huesos. Como si algo mordiera y desgarrara mi cuerpo desde adentro. Pensar en dejarla ir, en olvidarla, como algo podía doler tanto, algo tan relativamente sencillo.
—Oye, puedes con esto —Mario pasó su brazo por encima de mis hombros y me abrazó tratando de hacerme sentir mejor.
—Sí, yo puedo con esto —casi logré convencerme.
— ¿Te llegó el correo de que tenemos que ir mañana a la oficina?
—Sí, creo que sí.
— ¡Es ridículo que nos hagan ir a la oficina un domingo!
—Ridículo e injusto —dije con una mueca.
—Nicolás, espero que sacar todo lo que sacaste funcione.
Nos quedamos sentados hablando de diferentes cosas, me contó de su reencuentro con un amor de su infancia y yo le conté sobre Emma, sobre lo que habíamos compartido, sobre lo bien que me sentía con ella, se mostró muy contento con eso, así que decidí no decirle que Emma estaba con alguien.
Después de un rato nos fuimos de ahí, la tarde estaba terminando de caer ya y yo debía volver a casa. Pasamos por su departamento, se quedó en la entrada y nos despedimos dándonos la mano como siempre lo hacíamos. De camino a casa pude pensar cómo iba a hacer para soltar, me di cuenta que lo primero era sacar ese álbum de fotos. Llegué a casa por instinto ni siquiera sentí el camino, ni jugué con las grietas en el suelo, ni miré el paisaje; de repente pensé en Emma y entendí que todas esas cosas sin ella, eran demasiado aburridas.
Ya en casa, tomé una ducha, alisté cosas para el día siguiente ir a la oficina y me acosté a descansar, usé el truco de dejar la mente en blanco para quedarme dormido, el cual funcionó de la mejor manera.
Al día siguiente desperté con algo de prisa, me bañé, apenas desayuné y tomé las cosas para irme. Cuando estaba saliendo, cerraba la puerta de mi casa con seguro y escuché una voz dulce y armoniosa a mi espalda.
— ¿Nicolás? —voltee a ver para encontrarme con una chica de tez morena, un poco alta, caderas anchas, cintura fina al igual que sus manos, que sostenían un sobre amarillo. Un par de rizos de su cabello caían frente a sus grandes ojos cafés y sus cejas gruesas, el resto de esos rizos estaban a la altura de sus hombros alborotados alrededor de su rostro, sus labios rosados y un poco gruesos estaban relajados solo esperando la oportunidad para dejar escapar unas palabras, llevaba una blusa de rayas amarillas y negras, un short celeste que dejaba ver sus piernas morenas, las cuales he de admitir se veían preciosas con los primeros rayos del sol, y unas zapatillas negras. No conocía a aquella chica, pero algo en ella era tan llamativo y fuerte que me hacían desear que si nos conociéramos, como si tuviera un universo entero para ofrecer.
— ¿Sí?
—No me conoces y tal vez yo tampoco a ti, pero me enviaron a darte esto —extendió hacia mí, el sobre amarillo que tenía en las manos.
— ¿Qué es?
—No lo sé, solo me pidieron que lo trajera.
— ¿Quién?
—Ya lo sabrás, a su tiempo —todo aquello era demasiado misterioso. Me acerqué y tomé el sobre, siempre manteniéndome alerta, era extraño, pero me sentía seguro.
—Gracias.
—Por nada —sonrió, se dio media vuelta y se alejó.
Yo tenía intriga y curiosidad por saber que había ahí. Entré de nuevo a mi casa y me senté en una silla del comedor, abrí el sobre y lo primero que logré sacar, fue una hoja blanca con una frase escrita con lápiz labial color vino: “No te están contando toda la verdad”.
Después una serie de fotos, las miré y sentí como todo se caía, como todo se derrumbaba, fue en ese momento cuando cualquier cosa que me atara a Lizbeth dejó de existir, no tuve que cortar eso que me ataba a ella, en ese momento se rompió y no se volvería a unir nunca más.

La última gotaWhere stories live. Discover now