Mi droga imaginaria

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Ni bien terminé de abrir la puerta principal de la casa y salir al exterior, lo primero que comprobé fue que el sol había vuelto a ser eso, un brillante sol de nuevo. El cielo seguía siendo cielo, no había tornado su matiz a pesar de los acontecimientos que tuvieron efecto ayer. En un pequeño espacio en el firmamento vislumbré una imagen del pasado, pero muy común y conocida por todos: un avión. Volaba y atravesaba sin culpa sobre las nubes y cuando entraba en una, se perdía en ellas, sus pequeñas luces blancas y rojas parpadeantes fueron las que me servían de excusa para creerlo aún en vuelo. ¡Cuánta envidia les tenía a los tripulantes de esa nave!¡Cómo hubiera deseado ser de aquel avión, un simple pasajero más y seguir viajando inseguro, pero seguro por lo ancho y largo del mundo! Mis ojos se movían de derecha a izquierda lentamente siguiendo el trayecto del vuelo; cuando de pronto, algo que no esperaba: una explosión sorda. La nave en el cielo se había permutado en una enorme bola de fuego, simulaba ahora un segundo sol. Pero este fuego no se esparció, no salió humo, los fragmentos de metal del avión no saltaron, ni cayeron al vacío; sólo se quedó allí exactamente como si fuera un nuevo sol... simplemente la inmortal candela poseía la misma apariencia que el sol. Nadie se percató, a nadie le causó el menor sobresalto. Salí por completo de la casa y me encaminé por la calle, caminé hasta el paradero cruzando por viejos parques, los cuales ya no lo eran, pero también crucé por avenidas cortas y casas, que ahora tampoco lo eran. Luego de un largo trecho andando, al fin llegué al paradero. La pista o calzada tampoco ya lo era, por donde naturalmente ayer pasaban y se atoraban en infernal tráfico los autos, motos, buses y cualquier medio contaminante, que ahora eran remplazado por caballos. Estos caballos eran de carreras, con jinetes vestidos y emperifollados con la indumentaria oficial del hipódromo local. Caballos a toda prisa que estaban infatigablemente entrenados para la carrera más larga de su historia. No eran caballos como los cuatro de anoche, los que cayeron del cielo montados por sus jinetes, cuando la luna se tornó roja como la sangre, no, eran simples jinetes, pero con la carrera ellos iban evolucionando. No podían quedarse así en ese estado si deseaban terminar con la carrera. Cien vueltas alrededor del planeta, debían recorrer océanos, volcanes, bosques, montañas, praderas, ex avenidas, ex ciudades, ex países, ex vida. Acabada aquella carrera, todo terminaría.

El día ya no era día, el sol salía por obligación, pero cuando me di cuenta ya no eran dos, sino que, cuatro los soles que falsamente iluminaban. Pasó el tiempo, un segundo, un millón de años, ¡no sé cuánto! y finalmente anocheció. ¡Qué hermosa luna! Un maravilloso satélite de pálido celeste, como el celeste de uno de los cielos cuando aún existía el día. Celeste era, a pesar de que la noche era aún pesada. La visión ya era post-apocalíptica, lo peor ya había pasado. Con la presencia de la luna, las ex gentes salían a las calles, caminando. Hace dos días lo que viví me hubiera causado horrores y me hubiera muerto de miedo, pero hoy en día, yo soy el único que ocasiona temor. Noté que nadie andaba normal, noté que lo que quedaban de la gente, aún con carne en el cuerpo, otros tenían agujeros en la piel que carcomía hasta los huesos a causa de una droga que la gente empezaba a consumir a pesar de ese efecto secundario. La ex gente la consumía porque era lo más parecido a sentirse maravillosamente muerto. La muerte era lo mejor para ese momento, ya que nadie podía morir. La ex gente se disparaba la cabeza, caía al piso, rebotaba, llenaba la tierra de sangre y al cabo de un impulso estaba otra vez de pie. Los gritos de desesperación ajena ya me habían dejado literalmente sordo. Nadie podía morir. La ex gente y yo habíamos sido testigos de dos sucesos en especial. El primero fue del rapto, cuando las noticias no sólo locales, sino también las internaciones, se inundaron de imágenes con personas siendo elevadas al cielo, pero con tal fuerza. Como si se estuviera observando a una pequeña araña siendo succionada por una potente aspiradora industrial. Los gritos, aún se percibían, pero cada vez se fueron apagando hasta quedar todo el mundo en silencio total. El segundo suceso fue el ver a muchos saliendo del fondo de la tierra. Veía inválidos, niños Down, mujeres sin cabello, bebés arrastrándose, corazones solos, en el suelo, latiendo, bebés o fetos destrozados, viejos esqueléticos en los suelos, ex gente quemada, desfigurada, podrida, pero viva. Los zombis que pasaban a mi lado me miraban odiándome, eran los sobrevivientes, gente con marcas en el cuello, tatuajes, heridas infectadas, mal cocidas, con lana negra, que en cualquier momento cedería. Yo no tenía eso, no necesitaba ninguna marca, una vez de niño había leído el libro del apocalipsis y quedé impactado, algo recordaba de las marcas para sobrevivir, por eso las negué. Igual, no podía morir. Todo ardía, todos estaban heridos y sufrían, yo ya estaba solo. No existía el agua, ni la luz, ya nada. Todo lo deforme y la desgracia era normal por eso yo, siendo normal, terminé siendo el monstruo.

Aún recuerdo ese día del cataclismo. Cuando todo estaba temblando y ardiendo. Me llamaste y dijiste que querías verme, que me necesitabas a pesar que el día anterior ya me había despedido de ti. Me llamaste y yo te respondí que ese día quería abrazar a mi madre, honrarla, y que tú debías hacer lo mismo. Todo lo olvidaste por miedo, ese día le diste alas al sujeto que le gustaste de siempre y aprovechó el fin para tocarte y sentir que inútilmente te cuidaba.

Fue horrible, el peor acto existente, y el ultimo, la tierra se estremecía como una nueva Pangea e imaginando el mapa de mañana, todo estará irreconocible, y los continentes estarán nuevamente alejados, más que antes y algunos ya no existirán, otros se habrían fusionado pero encogido. Con el nuevo aire, ya que la tierra no iba a temblar más hasta otros millones de años, se iba creando, iba naciendo, se iba forjando una nueva vida, un nuevo aire. El paraíso. Nadie sobreviviría el juicio, pero para los que superen la gran prueba, esto no habrá sido horrible, ni doloroso, ni desesperante, ya que el premio será infinito.


Mi droga imaginariaWhere stories live. Discover now