Entonces, me quemé. Me ahogué, me hundí, me paré en frente de una ametralladora. Todas las metáforas que quieran usar, sirven. Luca se detuvo, se dio la vuelta y me observó con verdadera curiosidad.

—¿Cómo? ¿Sabes dónde vivo?

Me quedé muda con el dedo índice en el aire.

—Eh...

—Nunca viniste a mi casa —dijo, ladeando la cabeza. Lo afirmaba, pero intentaba recordar si se estaba equivocando o no.

—No necesito ir a tu casa para saber dónde vives —solté, tan rápido que no llegué a pensarlo bien. Apenas me di cuenta, me tapé la boca con las manos. «¡Más idiota no puedes ser, Serena!»—. Eso no sonó bien.

—¿Me acosas? —preguntó Luca, justo antes de reírse tan fuerte que toda alma en la plaza pudo haberlo escuchado.

—¡Eh! Que Alan me lo dijo.

—¿Alan? Tu no te llevas muy bien con Alan.

—No, pero lo conozco de niño —repliqué. Mientras más trataba de aclarar, oscurecía y quedaba en evidencia—. De todas formas, ese no es el quid de la cuestión. La cuestión es que, si tiras mi fachada a la basura, iré a buscarte.

Luca me sonreía como si hubiese ganado una batalla y yo no entendía en qué parte habíamos empezado a pelear como para festejar algo.

—¿Y qué harás, eh? ¿Me torturaras a besos? —inquirió, en voz más baja, inclinándose hacia mí—. Porque si es así, ya mismo le digo a Alan que todo es una mentira y que te has escapado de casa para venir a verte con un chico a la una de la mañana —añadió, sacando el celular de su bolsillo.

Bien, Luca me había salido más chantajista y bromista de lo esperado. Pero todo el juego me lo hacía con esa carita tan pícara y atractiva que simplemente no podía enojarme. Él me estaba provocando, él quería besarme tanto como yo a él y no podía molestarme eso.

Esbocé una sonrisa que esperaba se viera inteligente y negué.

—¿No? —dijo, sorprendido por no haber picado.

—Te robaré energía sin besos y ya. ¿Qué mejor que no darte lo que quieres, eh? —Y para rematarla, me acerqué y le planté un beso en la mejilla.

Luca empezó a reírse después de que siguiera de largo y fuese a buscar un banco donde sentarnos. Lo vi guardar el celular cuando puse el trasero en el banco de concreto y corrió a sentarse a mi lado.

Touché.

—En fin, en serio, no le digas a nadie —le dije, al final. Había recuperado mi confianza al poder responderle de forma inteligente y dejarlo sin palabras. Al menos, había reparado mi metida de pata al revelar que sabía dónde vivía.

—Claro que no. ¿Te imaginas si Nora se entera? —dijo, estirando los pies y mintiéndose las manos en los bolsillos. Claro, él sí tenía frío—. ¿Qué te dijo ella exactamente?

Arrugué la nariz.

—Bueno, después de hacer un escandalo por no querer ser mi compañera, cuando me tocó hacer la vertical y ella debía sostenerme, intentó tirarme antes de que pudiera bajar por completo. Empujó mis piernas. Si no hubiese sido yo, o si se lo hubiese hecho a la vieja Serena, me hubiese tirado realmente al piso. Me molestó muchísimo. Agredir a la gente que ni siquiera te ha hecho nada es una putada.

Luca apretó los labios, pensativo.

—Yo tenía una imagen muy diferente de ella —admitió—. Parece ser simpática y divertida, además de muy... ¿delicada?

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