9. Las conjeturas

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Corrí por el patio hasta las rejas negras que protegían mi casa de intrusos y brinqué por encima sin esfuerzo. Como tantas otras noches, papá y mamá ni se enteraron.

Caminé, entonces, tranquila hacia el parque. Estaba a un par de cuadras más lejos que el colegio y era consciente de que quizás nos cruzaríamos compañeros que vivían cerca y que los sábados salían de fiesta. Pero, si nos ubicábamos en un espacio con poca luz, nadie sabría que éramos nosotros.

Al llegar, me apoyé contra un árbol, refugiándome de la luminosidad del poste de luz de la plaza y esperé allí. Luca no tardó en llegar. Capté su energía antes de poder verlo a lo lejos. Caminaba resuelto y me sonrió al verme.

Cuando estuvimos a unos pocos metros, se metió las manos en los bolsillos del pantalón.

—¿Hoy sí tenías frío?

Sonreí y me encogí de hombros.

—No necesito cazar más, ¿no recuerdas? —le contesté, cruzando los brazos, con una expresión socarrona que lo hizo reír. Me saludó con un beso en la mejilla, como si nada, aunque yo hubiese querido estamparle un beso en la boca de una.

—La verdad, por como te leí hoy, pensé que estarías acalorada. Ya sabes, enojada con Nora...

Apreté los labios y negué, todavía apoyada en el árbol.

—Estoy enojada, sí. Pero tampoco puedo hacer nada. ¿Qué hay de ti? ¿Qué hiciste hoy?

—Estudie para el examen de Inglés. ¿No les va a tomar a ustedes el lunes? —preguntó, cruzándose de brazos también y apoyándose con elocuencia en el tronco, a mi lado, demasiado pegado para mi propia sanidad mental. En mi cerebro, más que el examen del inglés, estaba una única idea: "¿Por qué no nos estamos besando aún, eh?"

«Ah, sí, porque vinimos a hablar, Serena», me recordé, mientras le respondía que sí con la cabeza al chico.

—Cierto, cierto.

Luca alzó una ceja. Me miró en silencio por un par de segundos en los que me mantuve callada, sin saber porqué lo hacía.

—¿Te importa un pepino, no?

—¿Qué cosa? ¿Nora?

—No, el examen de inglés.

No me hubiese gustado de la nada mostrar tanta indiferencia por el colegio. Hacia meses que no era mi prioridad, incluso aunque me siguiera yendo mínimamente bien. No era mala en inglés, sin estudiar podría aprobar. Zafando, claro.

—Sí, la verdad es que me importa un pepino.

—¿No vas a estudiar?

—Ni me acordaba —admití.

En seguida, Luca empezó a molestarme, con era sonrisa pícara que había puesto el día en que le salvé la vida y terminamos baboseándonos hasta las cinco de la mañana.

—Serena Haider, eres una mentirosa, una fachada. Esa Serena toda buenita y nerd que muestras en el colegio no existe, pero ni por un poquito —se carcajeó, dejándome pasmada. Cuando reaccioné, puse los ojos en blanco—. No estudias, no eres nada santa...

—Hey —dije, clavándole un dedo debajo de las costillas y haciéndolo saltar—. Esa Serena si existió. Pero no es mi culpa. Además, obvio no tengo ganas de estudiar. Por primera vez en meses puedo quedarme en casa jugando a Los Sims hasta las tres de la mañana como cualquier persona normal.

Se alejó de mi dedo, todavía riendo, y negó.

—Lo que quieras, eres una farsa.

—Más te vale que sigan creyendo eso —lo amenacé, con fingida seriedad, y él rodeó el árbol para seguir alejándose de mí. Me tocó darle la vuelta, detrás, apuntándolo con un dedo—. Eh, que sé dónde vives.

Suspiros Robados (Libro 1) [Disponible en librerías]Where stories live. Discover now