Capítulo I

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11 años antes

Stella e Isaac Simmons veían con consternación a su querida hija Leah. Tenían que notificarle la mala noticia.

No sabían por dónde empezar porque ni siquiera tenían una clara explicación para todo lo que estaba ocurriendo aunque sí tenían muy claro que aquel cambio en la historia de su pequeña, la marcaría para siempre.

—Papá, mamá, ¿qué ocurre? Me están preocupando —Leah estaba inquieta y cansada. Después de un día intenso en la universidad, solo quería acabar de conversar con sus padres, darse un baño, comer algo y llamar a Jonathan para preguntarle cómo estaba. También quería conversar con él sobre la decoración de la boda.

Giró el anillo en su dedo anular izquierdo. Aun no se acostumbraba a pensar que sería la esposa de Jonathan Rodríguez antes de que llegara el otoño y con apenas unas semanas de graduarse en administración.

No se lo podía creer todavía.

—Bueno, ya —dijo con cansancio a sus padres que seguían viéndola como si en cualquier momento se fuera a romper—. Es mejor que digan lo que les preocupa y me dejen subir que tengo cosas que hacer de la universidad.

Entonces recordó el día en el que le dieron la noticia de la muerte de Mima, su abuela paterna, con quien tuvo una relación muy especial. Eso la inquietó más todavía porque sus padres tenían las mismas expresiones de preocupación y tristeza en sus rostros que entonces y ya no le quedaban abuelas para anunciar sus muertes y tampoco parientes cercanos, que ella supiera.

Se tocó de nuevo el anillo y algo saltó en su interior.

—¿Es Jonathan? ¿Le ocurrió algo?

Sus nervios fueron en aumento al ver la expresión de sus progenitores y las miradas de pena que intercambiaron.

Leah pensaba que el corazón le iba a estallar en pedazos y se levantó.

Marcó el teléfono de la casa de su prometido y no recibió respuesta, ni siquiera el contestador automático.

Algo estaba pasando.

—Hija, por favor, siéntate y cálmate.

Si había algo que Leah no podía hacer en un momento de angustia era sentarse. Mucho menos calmarse. Así que cogió las llaves de casa, las del coche de su padre y salió de la vivienda.

—Leah, no. No te va a gustar lo que vas a encontrar.

Su padre siempre era honesto con ella y sabía que esa advertencia se convertiría en verdad.

Su corazón palpitaba desbocado.

—Te acompañaremos —dijo su madre y subieron al coche con ella. El silencio era ensordecedor. Agradeció que el trayecto fuese relativamente corto. Salió del coche lo más de prisa que le permitieron sus torpes pies.

Tocó el timbre un par de veces y no obtuvo respuesta. Las luces estaban apagadas y no salía ningún ruido del interior de la propiedad.

Leah estaba a punto de entrar en pánico. No entendía nada de lo que ocurría.

Fue entonces cuando la Sra. Margaret, vecina de los Rodríguez desde que Leah los conocía, se presentó ante ella y su cara albergaba tanta tristeza que Leah empezó a hiperventilar.

—No sabemos qué pasó, Leah —comentó su padre—. No hay nadie en casa. Hemos venido hoy a invitarles a una cena para poder empezar a planificar los detalles de la boda y también, porque queríamos darles nuestro regalo de bodas —Su padre la abrazó muy fuerte porque sabía que se iba a quebrar en cualquier momento.

—Lo siento, muchacha —Margaret se acercó a ella—. Les vi partir ayer en la noche, todos iban con maletas en mano y esta mañana ha venido un camión enorme y se ha llevado todo lo que estaba dentro de casa.

Leah sintió que le estaban jugando una broma y empezó a reírse de forma nerviosa con tanta fuerza, que un par de vecinos más se acercaron para corroborar la historia de Margaret.

No podía creer lo que le estaban diciendo.

¿Maletas? ¿Mudanza?

¿Cómo no se había enterado de eso? Alguna explicación debía existir, ¿no?

Estaba convencida de que Jonathan, su adorado Jonathan, no iba a abandonarla y todo lo que estaba ocurriendo tendría alguna explicación lógica que, de seguro, le daría su prometido en los próximos días.

Jonathan no la dejaría así, sin más. Tenían una vida por delante y tantos planes; además, ella estaba segura de su amor. Jonathan la amaba desde el primer día que se vieron. Se conocían a plenitud, eran los mejores amigos y lo amaba con todo su ser. Por ese mismo amor que se tenían, sabía que esa improvisada mudanza de la familia Rodríguez tenía una lógica explicación y ella lo único que tenía que hacer era esperar a que Jonathan se presentara en su casa para explicarle todo.

Solo era cuestión de tiempo para poder saber toda la verdad.

Lo que Leah no sospechaba era que, la repentina salida de los Rodríguez y la explicación de Jonathan, quizá no llegaría.


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