— . . . Y yo, por el poder que me han conferido mis antepasados, los declaro marido y mujer viviendo bajo la protección de nuestro Dios del amor y bajo el cuidado de nuestra Diosa de la sabiduría —termina de hablar el jefe luego de una ceremonia muy larga donde hubo música, risas y rezos raros—. Ya se pueden besarse.
— Realmente no creo que haga falta —digo apretando mis manos en torno al ramo de flores.
— Nuestro Dios del amor ha glorificado esta unión con su gran sabiduría —comienza a gritar mirando hacia el cielo—. Es necesario que se cumpla en ustedes su voluntad —nos mira fijamente.
Es mejor seguirle el juego a esta gente. Doy media vuelta, quedando de frente a Elliot. Pasa su mano por mi mejilla, cubierta por el velo y luego se acerca a mí.
— Estás bellísima —sonríe.
Levanta el velo tirándolo hacia atrás y dejando mi cara libre. Roza mi mejilla, pasando sus dedos por mi mandíbula y tomando mi mentón. Inclina mi cabeza hacia arriba y acerca sus labios a los míos. Una de sus manos va a mi cintura y me acerca más a él mientras que su otra mano no salía de mi mejilla.
Al separarnos, todos aplauden y se veían muchos rostros llorosos.
— Una vez más, el Dios del amor a logrado su objetivo —grita a su gente—. Ahora llévenlos.
¿Qué? ¿Dónde nos llevan? No lo sé, solo sé que nos agarran de los brazos y nos guían hacia el medio de la jungla. Era un largo sendero de piedra, con antorchas de fuego al costado y pétalos de flores desparramados por el piso.
Continuamos caminando hasta llegar a una choza de piedra, techo de madera y ventanas cubiertas por cortinas de piel.
— ¿Qué hacemos aquí? —Pregunto a una de los que me sostenían de los brazos, pero olvidé que ellos no saben hablar mi idioma. O, eso creía, porque uno de ellos me soltó y trató de hilvanar algunas frases.
— Dios del amor querer descendencia fértil para construir pueblo. Tener deber de traerlos aquí. Mañana poder volver casa feliz, pero esta noche pasar juntos.
Abre la puerta de la casa y nos meten a ambos adentro a la fuerza.
— Esperen, no puedo quedarme aquí —grito, pero ya habían cerrado la puerta—. ¡Vuelvan! —Nadie contestó.
— Solo debemos estar una noche aquí y mañana a primera hora nos vamos, ¿qué tan malo puede ser?
— ¿No entendiste nada de lo que dijo? Estamos supuestamente casados para su religión, quieren descendencia que pueda gobernar sus pueblos en un futuro.
— No se enterarán nunca si lo hemos hecho o no, nos iremos a la mañana —se adentra en el lugar—. ¿Prefieres dormir en la cama o en el sofá? —No veo la diferencia, apuesto a que ambos eran de piedra—. Si te da igual, tomaré el sofá.
Camino hacia la habitación y trato de calmarme. Comienzo a caminar de un lado a otro, buscando una solución.
— No, esto no puede ser así, debo hacer algo —murmuro para mis adentros. Me apoyo en una silla de madera que había bajo una ventana y me apoyo en el borde de la misma.
— Te prometo que al volver olvidaremos esto, no te obligaré a que hagas esto —se acerca a mí y acaricia mi mandíbula—. Si te sirve de algo; luces hermosa esta noche —seca una lágrima que bajaba por mi mejilla.
Sonrío conectando mi mirada con la suya. Su mano en mi mejilla, inconscientemente, va acercando mi boca más a la suya, y no me di cuenta hasta sentir su cálido aliento a menta rozar mis labios.
— Yo. . . Lo mejor será dormir —propongo alejándome de él—. Mañana temprano saldremos para casa, ¿crees que la gasolina estará para esa hora?
— Claro —asiente confundido.
Se sienten dos golpes en la puerta. Elliot camina hacia allí y abre la puerta. Vuelve al pasar de los minutos con una bandeja en la que había alimentos típicos del lugar y dos cáscaras de coco repletas con un líquido verdoso.
— ¿De dónde sacaste eso? —Pregunto sorprendida.
— Un sirviente del jefe los trajo esto para celebrar nuestra unión —explica tomando una de las cáscaras de coco en manos.
— ¿Tomarás eso?
— Solo se vive una vez —alza los hombros y bebe un trago de ese líquido verde—. Es delicioso, ¿quieres? —me acerco y agarro la otra cáscara de coco.
La acerco a mis labios bebiendo un trago. Quemó mi garganta, pero estaba delicioso.
Al cabo de minutos, ya nos habíamos terminado todo lo traído.
— ¿Sabes? —Me habla con cierta borrachera en su voz. No sé qué era esa, pero ya no me siento igual que antes.
Se acerca a mí y acerca sus labios a los míos, tomándome por la cintura.
— ¿Qué? —Lo miro mientras sonrío de costado.
— Creo que te amo —dice para luego besarme.
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RomanceUna noche, tres reglas, un juego. 1) No nombres ni información personal. 2) No relaciones personales. 3) No besos en la boca. Esas tres simples reglas eran las que Ginebra debía seguir si quería seguir con sus encuentros nocturnos. Todo marcha...
Capítulo 36
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