Capítulo 36

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   Abro los ojos despacio. Sentía mi cuerpo pesado y no podía moverme. Una vez que me acostumbré a la luz del lugar, agudicé la vista. Noté que me encontraba en una choza. Las paredes de madera y el techo con hojas de palmera y atado con lianas.

   Estaba rodeada de personas que vestían, nada más y nada menos que una hoja de palmera tapando sus partes íntimas. Las mujeres llevaban el torso desnudo y sus caras llenas de tatuajes pintados en negro. Todos gritaban e hilvanaban palabras inentendibles.

   — Ya fue suficiente —se escucha un grito de atrás de todos, quienes comienza a separarse formando un pasillo y la figura de un hombre va apareciendo.

   Vestía un taparrabos de piel, una gran capa que colgaba por su espalda hecha de hojas de palmera y en su cabeza llevaba una corona de oro con piedras preciosas, seguramente son cosas sacadas de algún barco que naufragó.

   — Disculpa el comportamiento de estos salvajes —me dice—. ¿Por qué la ataron así? —le grita a la gente, quienes comenzaron a gritar—. ¡Ya basta! Desátenla ahora.

   Todos vinieron hacia mí y cortaron las gruesas liana que ataba mis muñecas. Me ayudan a ponerme de pie con amabilidad.

   — Disculpe, ¿podría decirme por qué estoy aquí? —Pregunto al que parecía ser el jefe de la tribu y el único que hablaba mi idioma.

   — Nosotros somos una tribu de Greengots, vivimos en estos lugares desde que el mundo comenzó. Desde que estamos aquí, nuestro objetivo ha sido unir a las personas que pisen estas islas en sagrado matrimonio —mi rostro se endurece, ¿qué acabo de oír?—. Por eso, en unos minutos, tú te unirás a un extraño que encontramos paseando por aquí.

   — No puedo hacerlo, hay alguien que de seguro me está esperando fuera de aquí —me agito.

   — Lo siento, son nuestras reglas y debes respetarla por estar en nuestra tierra —da media vuelta, dándome la espalda—. Quiero que la lleven a la habitación y le pongas prendas adecuadas para la ocasión.

   Un grupo de mujeres me toma de los brazos y me dirigen a una habitación. Me quitan la ropa, hasta dejarme en ropa interior y abren un gran cajón de madera. De ahí sacan unos zapatos sacados de un baúl de algún naufragio, una falda de seda de gusanos blanca larga hasta mis pies y una blusa, que dejaba ver mi brasier de lo transparente que era. Recogieron mis cabellos en un bello rodete, dejando libres algunos mechones rizados. Sobre eso me colocan un velo de un material que parecía telaraña, espero estarme equivocando. Ponen en mi mano un ramo de flores blancas.

   — Esperen, no puedo hacer esto —comienzo a gritar al sentir que me empujaban hacia afuera—. Necesito volver ahora —digo al ver que frenan delante de una cortina de telarañas. Del otro lado se veía un hombre vestido con algo verde, pero no llegaba a ver quién era.

   — Queridos hermanos, damas, caballeros, niños y niñas. Hoy estamos aquí juntando dos almas que se conocieron por casualidad y que nuestro Dios del amor nos mandó la señal de unir.

   — Disculpen, debo irme —doy media vuelta, pero justo la cortina de telarañas se abre y la gente comienza a aplaudir.

   Giro lentamente sobre mis talones temiendo a lo que podría llegar a encontrar. Y, al girar, no podía creer a quien tenía en frente.

   Las mujeres que me habían cambiado, me empujan hacia él. Al llegar, noto como me mira con sorpresa.

   — ¿Ginny? —Pregunta sin poder quitar sus ojos de mí.

   — Te busqué por todas partes, ¿qué pasó? —Susurro.

   — Había juntado la leña suficiente, pero ellos me trajeron aquí —el jefe de la tribu, golpea un bastón de madera contra el piso y todos hacen silencio.

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