Capítulo 16

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La aglomeración de gente no había menguado ni un poco con el correr de las horas

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La aglomeración de gente no había menguado ni un poco con el correr de las horas. Se lo atribuía al buen tiempo, al frenesí consumista que sufren los argentos en las vísperas del aguinaldo y a la liquidación que habían hecho los feriantes a última hora, para no quedarse con mercadería sobrante. Sobre todo, esa estrategia la implementaban los puesteros de las comidas rápidas.

Más que nunca, el aire estaba viciado con diferentes aromas: a regaliz, a azúcar quemada, a frituras, a asado... Yo distinguía claramente cada uno de los olores. Mi estómago delator empezó a crujir cuando nos acercábamos al puesto de choripanes.

—¿Querés uno? —preguntó Nahuel.«¿Me habrá escuchado o es psíquico?»—No sé vos, pero yo estoy muerto de hambre—acotó y se fue acercando al mostrador del carrito de choris, que estaba pintado con los colores de la bandera argentina.

La celeste y blanca contrastaba con los monocromáticos techitos verdes del resto de los puestos, haciendo que destaque. Entre el estandarte y el olorcito a carne asada me brotó más que nunca el espíritu patriota, lo mismo que el hambre, y no pude menos que aceptar la tentadora oferta.

—Gracias—respondí y después de hacer la compra, una vez que Nahu pagó los chori y yo la Coca Cola, nos ubicamos en una de las pocas mesitas libres para comer.

Estaba a punto de darle un bocado al choripán, cuando reconocí sus voces y me puse alerta.

Con o sin instintos súper desarrollados las podría haber identificado a la perfección, porque llevaba oyéndolas desde siempre. Eran las voces de mis hermanos y ambos estaban gritando, o mejor dicho, discutiendo.

Los busqué entre la gente, poniéndome de pie, agudizando más mi oído, hasta que capté el sitio exacto desde donde provenía el bullicio.

A tres puestos nuestros reconocí a Katu y Yaguati, y además vi con claridad a Karen y a Luciano rodeándolos, mientras mis fraternos se trenzaban en una pelea "poco fraternal".

—¿¡Qué carajo pasó!?—exclamé antes de salir corriendo hacia allí. En mi fuero interno tenía una vaga idea de lo que estaba pasando y cuando llegué hacia el sitio donde se encontraba el grupo, con Nahu detrás (él me había seguido de inmediato, pero mantenía la distancia) no hice más que comprobar mis hipótesis mentales.

—¿¡Cómo pudiste hacerle esto a la familia!?—vociferaba Yaguati. Tenía el rostro enardecido y los ojos vidriosos. Sus rasgos evidenciaban que además de sentir rabia, estaba dolido. Lo cual era aún peor.

—¡Vos no sos quién para juzgarme! Salías con minas diferentes cada semana y no todas estaban disponibles. Que ahora estés amansado no significa nada—respondió Katu. Su tono de voz estaba quebrado, pero era afilado. Sin embargo, había un aroma peculiar en él. La esencia del miedo—. ¡Así que no te hagas el moralista conmigo!— añadió elevando un poco más la voz, tomando coraje.

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