Capítulo 18

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Capítulo 18:

— ¿Tobías?, Yo no recuerdo a ningún Tobías — mintió.

— Dale Sylvanna, no te hagas sé perfectamente que te acordás de mí, dale, tengo que hablar con vos urgentemente — insistió el hombre, sentado en la cama de su hotel, desesperado por reencontrarse con ella.

— Está bien, Tobi — diminutivo, aquel que usaba en esas épocas lindas.

— ¿Qué te parece mañana?, Cuánto antes mejor, ¿No?, digo, para mí sí.

— Está bien, está bien — suspiró pesadamente, sabía que este día llegaría, pero no ahora —. En el café que está en el centro, el Martínez.

— Hay uno que está cerca del obelisco, ¿Te parece bien? — cerró sus ojos.

— Sí, dale, a las diez estoy allá. Ah, por cierto, ¿Cómo encontraste mi número, eh? — sonrió nervioso al otro lado de la línea.

Estaban sentados los tres en la barra, un poco mareados tal vez, habían hecho trece retos del juego, de los cuales Ámbar había tomado como siete shots. Sin embargo, sus cinco sentidos, o bueno, tres sentidos no le fallaban aún. Miró a su amiga sonriente y le entregó un vaso de Whisky.

— Te reto a que te tomes esto, pero antes de tragar, que le des un beso apasionado a él — señaló a su buen amigo Ramiro, que por penas de amores, había aceptado la propuesta de asistir.

— ¿Qué?, Ámbar que asco — hipó.

— Miedosa — rió, tomó lo último que quedaba de su pequeño vasito, con Dr. Lemon.

— Y yo te reto que vayas con él, y le provoques mientras bailas — sonrió retadora, ella alzó sus hombros y fue hasta el chico castaño, quién estaba junto a sus dos amigos.

Su vista era media borrosa, y la conciencia le faltaba un poco en estos momentos, ¿Será por eso que no se dió cuenta?.

— Hola, ¿Bailas? — extendió su mano hacia el moreno, que la miraba como si fuese un bicho raro.

— Eh — respondió aturdido, ella le estaba pidiendo bailar, después de todo lo que sucedió, se lo estaba pidiendo.

— Dale, ¿Qué sos miedoso? — sonrió y alzó sus ojos.

Definitivamente se iba a arrepentir luego, estaba haciendo cosas que ni ella sabía.

— ¿Ámbar te sentís bien? — ladeó la cabeza y tocó sus sienes —. Ámbar — la tomó entre sus brazos antes de caer.

Su vista se volvía borrosa, la música empezaba a aturdirla, las paredes parecían achicarse, el ambiente la achicharraba y como si fuera poco, la gente parecía ser más. Algo que le hacía faltar el aire, soltó un quejido.

— Llévame afuera — suplicó a quien sea que la tenga entre sus brazos, y quién haya adivinado su nombre.

— Sí, ok — la cargó entre sus brazos, y la llevó entre la multitud hasta la salida del boliche.

El aire fresco la calmó, respiró un poco, e inmediatamente todo lo ingerido antes se desparramó por el piso en un dos por tres. El moreno sostuvo su cabello para que éste no sea manchado, hizo una mueca y solo se decidió por darle pequeños toques en la espalda. Seguía con arcadas, mientras vomitaba toda la mezcolanza de alcohol que había tomado hace menos de una hora.

— Es la última vez que bebo — sacó un pañuelo descartable del bolsillo de su campera de cuero —. Que asco, dios — limpió su boca.

— ¿Te sentís mejor? — volteó con miedo a encontrarse con la persona que la había ayudado.

— ¿Simón? — estaba tensa —. ¿Desde cuándo estás acá, vos?.

— Me pediste que bailara contigo, no me eches la culpa — alzó sus hombros.

— Te dije que no te acercaras.

— No me importa — le tomó la mano.

— A mí sí me importa — lo apartó de sí, entró nuevamente al lugar hasta encontrar a su amiga y amigo, para poder irse.

— ¡Ámbar, volviste! — la abrazó —. Ví que te fuiste con Simón y...

— ¿Sabías que era Simón?, Emilia, estoy totalmente desacuerdo con estar con él y vos te dignas a aprovecharte de mi mal estado. Yo me largo, ahora te volverás sola — dejó su parte del pago en la barra y salió corriendo del lugar —. Maldita seas Emilia — se paró al borde de la vereda y extendió su brazo en señal de pedido.

Subió al taxi que pasó por ahí en plena noche, en el centro de Buenos Aires, por la zona de Palermo. Hundió su rostro entre sus manos y no soportó más, se derrumbó, asomó su vista hacia la ventana. Veía las calles pasar, las luces de los locales encendidas.

A la mañana siguiente, ambos adultos se encontraron en el lugar acordado, al estar frente a frente sentados en una silla alrededor de una pequeña mesa. El aire era tenso, ambos estaban nerviosos, pero estaba decidido, rompería el hielo.

— Ya sé toda la verdad, Sylvanna — juntó sus manos y suspiró pesadamente —. Necesito que me digas dónde está ella.

— Perdón Tobías, no sé de qué me hablas.

— Te estoy hablando de Ámbar, ¿Por qué la ocultas de mí? — sus ojos se cristalizaron, sintió un nudo en su garganta impidiéndole hablar.

Ya no hay Claroscuro, solo oscuridad.

Claroscuro©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora