Parte 1 Sin Título

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Es viernes por la mañana y salgo de mi casa en dirección al laburo. Una cordillera desnuda sirve de plataforma para un sol radiante que da los buenos días a Santiago. ¡Ya se siente el calor!, a pesar que son recién las 7:55 am. Tampoco se ve mucha gente por las calles. Lo que me hace considerar que hay personas que empiezan su jornada laboral incluso más temprano que yo.

Llego al paradero de buses y recuerdo que ando con la "bip!" descargada, otra vez. ¡Buenos días, permiso!, y rápidamente me dirijo a la zona posterior de la micro. Este es el instante del día cuándo hago mi primer pedido al Universo: ¡Por favor que no se suba el fiscalizador!

Veo la hora en el celular y me tensa la posibilidad de llegar atrasado a la pega y ser anotado en el muro de los lamentos donde se registra el día del atraso y el respectivo descuento en las propinas de la semana. Estará de más decir que las propinas son las ganancias para moverme en la cotidianeidad; ¡necesito mi platita! Entonces, realizo mi segundo gran pedido del día al Universo; apúrese señor conductor (¡apúrate viejo culiao!). De pronto, me reconozco tomado por una energía densa a nivel de la guata ¿Y esta violencia? ¿Por qué permito que mi energía se diluya en este tipo de emociones tan bajas?

(¡Las lucas, las lucas! ¡Acelera viejujo!)

Alguien afirmó por ahí que el dinero es el gran dios de nuestro tiempo. Y la verdad es que, como asiduo hijo del sistema, me la compro. Gracias a él puedo acceder a una amplia gama de cosas materiales y servicios... es gracias al dinero que puedo moverme con cierta "libertad".

Sigo en la micro con este celular que me compré hace poquito desde dónde escribo estas experiencias, pero lo hago con cautela. Ya he pasado por el infortunio que me lo roben, a veces incluso sin que me diese cuenta. Aquella vez quería revisar el facebook y, ¡sorpresa!, mi banano se encontraba abierto. La impotencia que sentí en ese momento se parece mucho a la sensación de violencia que tengo ahora que voy medio atrasado a la pega.

¿De dónde proviene esta sensación de violencia? ¿Será un tema personal o un proceso cultural? ¿O tal vez sea por culpa del modelo neoliberal que nos impone valores como la egoísta individualidad, la competencia descarnada y el consumo degenerado? ¿Será acaso el arrastre de pertenecer a la generación Y?

Posibilidades con sabor a palabrería...

Aquel día fue como cualquier otro, con harto webeo y tensiones. Al finalizar la jornada laboral fui a visitar a un viejo sabio para consultarle respecto a estas dudas existenciales que tenía. Le conté sobre la violencia que había sentido cuando iba en la micro y de las diversas respuestas que craneaba para compensarlas. Escusas mentales tales como "casi nunca llego tarde así que no me pueden webear" o "filo con la plata de la propina, lo importante es estar vivo". También me pillaba calculando la cantidad de lucas que iba a recibir posterior al descuento. Pero a pesar de todo ello, la tensión en mi estómago no desaparecía, todo era simple compensación mental. El sabio escuchó con atención mi relato y al finalizarlo me regaló la siguiente reflexión. Así me dijo aquella vez:

Nico, imagina que retrocedes en la historia 525 años e intenta ponerte en la piel de un indio precolombino. De pronto, en la lejanía del mar, observas unas extrañas estructuras que en tu vida habías visto, éstas se van acercando lentamente y de ellas, una vez en la orilla, comienzan a descender personas con un color de piel diferente: el blanco. De cabellos claros y ropajes extraños tan brillantes como el sol. Todo ello contrasta con tu propia apariencia y escasa vestimenta. Aquellos desconcertantes individuos te ofrecen con "desinterés" chucherías fascinantes, bagatelas que develan un nivel tecnológico diferente y en todo caso, superior. Y con ello comenzó la colonización.

Bueno, continuó el sabio, el punto importante de este relato se centra en aquella fascinación ejercida en los nativos al encontrarse con estos seres de otros mundos. La fascinación produce hipnosis. Y cuando hay hipnosis hay control. La tecnología actual, así como las baratijas compartidas por los conquistadores en el pasado, fuera de su innegable utilidad, produce fascinación y una eventual hipnosis. Esto es extrapolable a todos los ámbitos de nuestra sociedad. Para que hablar de los sistemas de comunicación y su pomposa propaganda. Para que hablar de las drogas y sus encandilados efectos. Para que hablar de los políticos y sus efervescentes propuestas. Para que hablar de los centros comerciales y del dinero... El dinero: el gran Dios.

Aquellas reflexiones develaron la prisión psicológica en la que se encuentra mi mente, secuestrada por ensueños e ilusiones. Y claro, veo al dinero como la vía para alcanzarlas.

Así parece que funciona el mecanismo; mi mente está en constante adaptación a un estilo de vida donde día a día aprendo a ir compensando la violencia. En el caso de mi pega, tengo que aprender a dar respuestas a las necesidades de la empresa y, como compensación, por haber realizado mi labor, se me da un sueldo: fin. ¿Y qué pasa entremedio?, ¿qué pasa con todo lo demás? Tres opciones: "ponerle el pecho a las balas", "hacerse el longi" o la favorita de todos: "no le pongay color".

¿Qué es la violencia entonces?, volví a preguntar. ¿Qué es aquel dolor de guata que siento cuando sufro de una supuesta injusticia que, al parecer, siguiendo el hilo de las reflexiones, se encuentra más ligada con el apego a esos ensueños e ilusiones (La Hipnosis) que a una verdadera injusticia en sí?

El viejo sabio me miró a los ojos con cariño y me sugirió que consultara a mi corazón. Y eso fue lo que hice, cayendo en cuenta que la respuesta mucho tiene que ver con mi buen actuar en el mundo, dirigiendo mi atención en ayudar al otro.  

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⏰ Last updated: May 17, 2018 ⏰

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