d o s

55 5 5
                                    


El año nuevo lo pasamos en casa con la familia. Cocinamos un pavo de 5 kilos, e hicimos patatas asadas. Después de tocar las doce campanadas y de comernos las uvas, llamamos a nuestros parientes y amigos por videollamada para felicitarles el año. 

Para nosotros cuatro, esto no era sólo empezar un año nuevo, era también una vida nueva. 

El día 3 de enero empezábamos las clases. Estaba bastante nerviosa pues eso de que me gustara quedarme en casa había hecho que tuviera pocas habilidades sociales. Pero aún así, estaba segura de que me las apañaría. 

Me gustaba hablar con mis amigos aunque poco a poco nos llamábamos menos. Visité el pueblo —o ciudad— varias veces cuando acompañaba a mis padres a hacer la compra o a hacer recados. La verdad es que era maravilloso. Las casas y edificios eran de piedra, algunos incluso mantenían el moho en las piedras, y eso le daba al pueblo un ambiente místico. 

Me encantó que no sólo fuera un pueblo antiguo con su historia y sus tradiciones, sino que la gente que vivía allí parecía estar actualizada y no ser completamente ignorantes. Le encontré cierto parecido con los pueblos estadounidenses que salían en las series de adolescentes como The Vampire Diaries, Riverdale o Teen Wolf. Series que mi hermana me había obligado a ver.

Sin ni siquiera darme cuenta, el 3 de enero llegó antes de lo esperado. Y aunque me preparé con ilusión, al salir por la puerta fue inevitable comparar la situación con mi antiguo colegio. Mi hermana pareció darse cuenta y entabló conversación para que yo no pensara en antiguos recuerdos.


✦✦✦


El instituto era grande, más bien enorme. Extrañamente le encontré un cierto parecido a Hogwarts, pues parecía un castillo y se encontraba a las afueras del pueblo. Tardábamos media hora en llegar hasta allí, no obstante, me di cuenta de que tenía una pequeña villa a unos cinco minutos a pie. Lo cual me recordó aún más a Hogsmeade. Era tan curioso el parecido que por un momento pensé que me adentraba en el mundo de Harry Potter, aunque esa sensación duró poco al ver que la gente vestía normal y estaba con su teléfono. 

Nada más entrar al edificio fuimos al despacho del director a que nos asignaran las clases. Al ver al director se me hizo más evidente que no estábamos en Hogwarts. Era un hombre bajito, regordete y con una avaricia que se apreciaba desde la puerta. No tardó en explicarnos los horarios y cómo funcionaba el colegio. Tampoco tardó en tirarnos ''amablemente'' de su despacho. 

Lys y yo nos quedamos plantadas en la puerta. Me miró con ojitos y me preguntó: —¿Me acompañas a la mi clase porfaplis? 

No dudé en ir con ella y con un ''pequeño'' mapa del colegio, buscamos su aula. Cuando llegamos a la puerta, se giró y nos abrazamos. Entró sin pensárselo dos veces y yo me fui a buscar mi clase. 

—Número 3.6, en la tercera planta, enfrente del laboratorio. Perfecto —Me dije a mi misma. 

Antes de entrar miré por el cristal, y vi a bastante gente sentada mirando hacia la profesora. Llamé a la puerta y abrí con timidez. 

—Buenos días, ¿es esta la clase 3.6? —Pregunté mirando a mi plano. 

—Ah, sí. Tú debes ser Laylah ¿no? —Asentí con la cabeza—, entra, entra. 

Obedecí a la profesora y nada más entrar al aula me di cuenta de que era bastante más grande de lo que había supuesto, además de que habían radiadores. 

—Muy bien. Bueno chicos, esta es vuestra nueva compañera —Dijo la profesora mientras se acercaba hacia mí —. Preséntate por favor. 

Sentí las miradas de toda la clase en mi. Noté que la gente estaba expectante a lo que iba a decir. Debió ser que la clase de esa profesora no era muy entretenida.  

—Hola a todos y a todas, mi nombre es Laylah Loughty. Vengo de Estados Unidos y tengo 17 años. Encantada de conoceros.

—Nosotros te damos la bienvenida —Dijo la profesora amablemente—. Ahora, por favor siéntate al lado de William y así continuamos la clase —comentó señalándome a un chico sentado en las mesas del final junto a la ventana. 

Al llegar al pupitre le saludé, pero el chico ni me miró. Me sentí incómoda y tuve que aceptar que me había sentado bastante mal que no me saludara de vuelta. Ya estaba lo suficientemente nerviosa para que encima, las personas pasaran de mi.

El chico no dijo ni una palabra en las tres primeras horas. Me molestó un poco pero luego recapacité y pensé que era mucho mejor así ya que necesitaba atender en las clases. Debía hacer un enorme esfuerzo por llegar al nivel en el que estaban los demás. 

En uno de los descansos entre clase y clase, me fijé en el chico. Era pálido, vestía de negro, y su letra era muy bonita. Cursiva y alargada, como las del siglo XVIII. Era extraño, pero conocía la del siglo XVIII y de otros más por los documentos de mi padre. A veces eran cartas entre comerciantes, y otras veces, eran cartas de amor entre jóvenes.

De pequeña soñaba con haber pertenecido a una familia noble del siglo XVIII y haber vivido con trajes excéntricos, la elegancia de Francia, y el amor juvenil. Soñaba con haber sacado mi pañuelo blanco por la ventana para despedir a alguien, con recorrer praderas verdes y con leer libros de romance junto a la ventana de un carro mientras me desplazaba. 

Todo esto dejó de ser un sueño cuando mi padre me habló de Henry VIII y de las barbaridades que hacían con las mujeres y las personas que los hombres consideraban inferiores.

Tardé poco en volver a concentrarme en la clase, y nada más sonó el timbre recogí mis cosas para salir del aula. Sin embargo, cinco chicas me obstruyeron la salida. Todas ellas perfectamente maquilladas, vestidas muy elegantemente, y con un olor a arpías que apestaba.

El chico que estaba sentado a mi lado no se había movido y tenía los brazos cruzados. Estaba sentado en una posición cómoda, como si se estuviera preparando para ver un espectáculo. 

Las chicas me empezaron a hacer preguntas sobre de dónde era, porqué me había mudado, etc. Una de ellas no hizo ninguna pregunta, sólo miró amenazantemente. Me quedé parada escuchándolas, eran tantas cuestiones que no me daba tiempo a contestarlas. Tenían todas voz de persona repelente con la que no se me ocurriría nunca juntarme. 

—Soy Celia —Dijo la del medio interrumpiendo las preguntas de sus amigas, estas se callaron inmediatamente. Ella era la que no había hecho ninguna pregunta. Yo me quedé callada sin hablar, cruzada de brazos mirándolas—. ¿Qué pasa? ¿Eres muda o algo? ¿No sabes hablar? 

Hice ademán de ir hacia la puerta pero ''sutilmente'' me empujaron hacia detrás. Yo seguí sin contestarles, y lo único que hice fue resoplar. 

—¡Eh! Que Celia te está preguntando. ¡Contéstale! —Dijo una chica a la izquierda de Celia. 

—Sí, la he oido. Y a vosotras también. Y no tenéis ni idea de lo insoportables que sonáis —Contesté con un poco de rabia.

 Todas ellas se ofendieron, todas menos Celia. Ella me miró directamente a los ojos. Yo deshice mi postura, suspiré y me acerqué a ella, sin apartar la mirada. Celia se tiró un poco hacia atrás. 

—Zorra. —Me dijo susurrando. 

—Oh. —Contesté fingiendo que me había ofendido—. Como si fuera la primera vez que me lo dicen. 

Le aparté y salí del aula con mis cosas. En mi cara había una sonrisa de satisfacción al recordar las caras de afligidas que tenían las cinco chicas. 





La chica del secretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora