Capítulo 3: Extraña Normalidad

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Capítulo 3:
Extraña Normalidad

—¿Se te es muy difícil quitarte la bata del hospital? —se burla Shema desde fuera del baño

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—¿Se te es muy difícil quitarte la bata del hospital? —se burla Shema desde fuera del baño. A veces es tan insoportable.

—Deja tu afán, ya casi estoy lista —me quejo.

El baño del hospital es poco amplio, cuatro cubículos, un espejo que cubre casi una pared y un respaldo con lavamanos. Todo huele a cloro y desinfectante.

En medio de la desesperación, nadie recordó que tenían que traerme una muda de ropa, así que tengo que usar el mismo pantalón de ayer. Mi camisa que es un asco con mi sangre y la de Darah sobre la tela.

Me pregunto, ¿qué historia habrá dado mi abuela? ¿Cómo explicó las heridas de mi cuello y las suyas?

Deslizo el suéter de Shema por mis brazos. Me queda holgado. No mucho, pero si lo suficiente para que se den cuenta que no es mi talla. Observo mi pálido rostro en el espejo, mi piel siempre ha sido clara pero hoy estoy más blanca de lo normal, mis ojos brillan de un intenso y anormal dorado.

Es extraño, nadie se ha dado cuenta del cambio en mis ojos.

Mi cabello también pasa desapercibido, está más oscuro, más vivo, un rojo que no llega a ser natural y que tampoco se puede lograr con un tinte. Es como si solo yo pudiera ver esos cambios en mí. Recojo mis ondas en una desordenada cebolla, que ato con el mismo cabello.

Doblo mi camisa manchada de sangre y tomo la transparente bata del hospital. Fuera del baño me espera un Shema impaciente.

—¡Se haría justicia! —exclama— ¿Porque las mujeres siempre tienen que demorar tanto?

—Es mejor que no lo sepas —respondo.

Él hace una extraña mueca, quién sabe que se habrá imaginado. Dejo la bata en un mueble justo fuera del baño y mantengo mi camisa en las manos.
Volvemos al pasillo, las enfermeras van y vienen, las personas se aglomeran en la recepción, otros permanecen en la sala de espera. Un hospital siempre es un desastre.

Mi abuela y hermano están en la sala de espera, ella en una silla de ruedas. Tiene el ceño fruncido y los labios presionados, que la traten como una anciana que no puede valerse por sí misma no le hace gracia.

—Bueno días —digo en forma de saludo. Ella alza la vista.

—Buenos días, larguémonos de aquí antes de que crean que es necesario mantenerme atada a una cama —dice en voz alta.

—Claro señora —expresa Shema, haciéndose cargo de la silla de rueda.
Salimos del hospital bajo las mil protestas y quejas de mi abuela.

Un enfermero se acerca para ayudarnos, pero ella se niega. Se levanta y sube al auto refunfuñando. Le doy las gracias al señor y me acomodo en el lado del copiloto.

Encantus. Alas negras (libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora