—¡ALAN! —lo retó la profesora, sin darme lugar a replicar—. Ve a tu silla, ahora, antes de que decida ponerte una amonestación.

Así que el bobo quería burlarse de mí... No me digné ni a mirarlo, porque no iba a perder el tiempo con él. Después de todo, significaba que Luca había sido tan fiel que no le había dicho la verdad ni a su mejor amigo. La idea me hizo sonreír y mantuve esa expresión en mi rostro, a pesar de mi cansancio, durante el resto del día.

Bueno, al menos hasta el siguiente receso, cuando Luca me buscó y yo quise que la tierra me tragara. Su energía me llegaba en oleadas y hacia que me diera más vueltas la cabeza, muerta de hambre y de necesidad. Fingí que necesitaba ir al baño y hui antes de que él alcanzara a mi grupo de amigas. Ellas, bastante sorprendidas, se quedaron con él tratando de encontrar explicaciones para mi corrida.

Lo mismo fue al día siguiente y al siguiente, porque no tenía a quién robarle energía y estaba llegando a mi límite. Mi pecho comenzó a perder hilos de sangre y, para disimularlo, puse encima algunas gasas robadas del botiquín del baño privado de mamá. Como no encontraba gente en las noches de las que alimentarme y no había bares o discos abiertos tan temprano en la semana, acercarme a Luca era una locura.

Alan siguió intentando molestarme y ese miércoles lo hizo cuando iba caminando con Nora. Ella se frenó cuando Alan se detuvo frente a mí, listo para soltarme un comentario, y yo, que estaba sentada, con una expresión de muerta viva, sintiéndome horrible, le gruñí. Él pegó un brinco, porque evidentemente mi aura era más que solo agresiva, y casi que se esconde detrás de Norita, que estrechó los ojos.

—¿Te falta cenarte a alguien hoy? —murmuró, para ella misma. Ella no podía asegurar que la hubiese escuchado. Ni siquiera Edén o Caroline, a mi lado, podrían haberlo hecho.

Me limité a seguirla con la mirada con esa misma expresión de odio que asustó a Alan y la hizo apurar el paso. No estaba para juegos, estaba en crisis.

—¡Ahí viene Luca! —dijo Caroline, sujetándome del brazo, por si deseaba huir.

—Tengo que ir al baño.

—¿Otra vez? —dijo Edén, también agarrándome—. ¡Es obvio que quiere hablar contigo!

—Y yo quiero vomitar —repliqué, cuando me agarraron la mano, la piel desnuda, y mi cuerpo hizo lo que debía hacer: aprovecharme de ellas.

Rompí el contacto aún cuando me aliviara toda su vitalidad entrando por mis venas. No quería ser tan débil. Me levanté y me alejé aún cuando Luca me llamó. Me metí en el baño y me quedé allí, dentro de un cubículo, tocándome las gasas del pecho hasta que sonó la campana.

Cuando llegué al aula tenía una pequeña mancha de sangre en la camisa del uniforme. Me lo cubrí bien con el suéter y recé, a Dios, a los ángeles, a la muerte, que me diera la oportunidad de llegar a casa todavía a salvo.

 Me lo cubrí bien con el suéter y recé, a Dios, a los ángeles, a la muerte, que me diera la oportunidad de llegar a casa todavía a salvo

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