Madeleine siempre quiso vivir en la costa, pero desafortunadamente su viejo y único pariente se dedicaba a dirigir un taller con demasiado buen rumbo. Puede que fuera egoísta querer alejarse del lujo, pero realmente le hubiera gustado emprender un trabajo más de campo como el cuidado de la tierra o el cultivo de las flores, incluso se habría conformado con poder estar cerca del mar.
Muchas veces pensó en escapar de casa y iniciar su aventura, pero por ser la única hija del director, era vigilada constantemente, a excepción de cuando se encerraba en su cuarto o decidía pasar las horas en su biblioteca.
Fue un día, leyendo un extraño libro sobre anatomía humana cuando a Medelein se le ocurrió la más brillante idea de su vida.
A finales de semana ya se encontraba disfrutando del agradable sol que calentaba la plaza en la que se encontraba. Lo mejor de todo era que podía ir andando hasta llegar a la playa. Definitivamente su nuevo disfraz le hizo comprobar que era un buen actor, aunque la gente solo vela el dueño de una floristería en la costa.
