El Inicio. 12 de Julio

11 0 0
                                    

El doceavo infinito

Yo había sido la primera en usar aquel término.

Algo buscado por 12 generaciones, una familia por vez. Una promesa para quien lo encontrara. Un incentivo para encontrarlo. Algo imposible de encontrar.

Rememoraba mi aventura, sentada en la cueva que se había convertido en mi hogar, mi prisión.12 años habían pasado desde que mi vida se había puesto patas para arriba por la búsqueda de un infinito que no quería ser encontrado.

La cueva era oscura. Oscuridad, en eso se había convertido mi vida, en la oscuridad que se tragaba todo, desde los más íntimos pensamientos. Ese era el único infinito que había encontrado, oscuridad.

Pensé en lo que me había llevado a aquella búsqueda imposible, en lo que me había llevado a renunciar a todo aquello que alguna vez había conocido y aventurarme a un destino incierto con la promesa de una recompensa al final de ese nebuloso camino imposible de atravesar.

La noche de un 12 de julio de un año que ya no recuerdo (los números ordinarios que usamos para medir nuestra vida ya no son útiles ni importantes aquí) era cuando había empezado todo.

Una tormenta sacudida nuestra pequeña casa en un campo de un lugar que ya tampoco importa yo era pequeña, apenas 12 años recién cumplidos. Vivía la vida que cualquiera hubiese considerado normal, jugaba con Coco, el perro pastor  y con  mis dos hermanos, Julián, el mayor y Rafa, el más chico.  Julián ya trabajaba en el campo con papá y Rafa había empezado hace poco con las clases del profesor Vestuto. El profesor nos daba clases a mi hermano y a mí para que supiésemos lo básico, leer, escribir  y pudiésemos llegar a conseguir un trabajo en la ciudad.

Era lo único que quería nuestro padre, sacarnos a nosotros del campo, pero Julián era demasiado joven para conseguir cualquier trabajo en el pueblo, así que seguía trabajando con papá. ¿Por qué papá nos quería lejos del campo? Obviamente por mamá, que había desaparecido poco después de que Rafa naciera y nadie sabía dónde se había ido, pero desde entonces la única cosa que papá quería era abandonar el campo. Pero no podía, la plata no le daba para mantenernos a los tres en la ciudad.

Esa era mi vida antes de aquella noche del 12 de julio, cuando todo cambio.

La tormenta nos había dejado sin electricidad, como siempre pasaba a los que vivían lejos de la ciudad, al mínimo viento la electricidad se cortaba. Estaba tumbada en la litera que compartía mi hermano menor mirando hacia la cama de arriba, él ya se había dormido. La habitación estaba a oscuras, exceptuando la vela parpadeante en una esquina. Escuchaba a mi papá intentando sintonizar alguna radio, pero con el temporal de afuera se le hacía imposible.

La vela se apagó con un fuerte viento que entró a fuerzas por la débil ventana de mi dormitorio. Me levanté rápidamente y me apresuré a cerrarla y atrancarla, pero para cuando lo hice, el mal ya había entrado.

Me acosté y cerré los ojos, ignorando el aullido del viento, intentando dormirme.

Segundos después abrí los ojos y el sonido de la tormenta se había apagado, no se escuchaba absolutamente nada. Di vuelta mi cabeza, intentando enfocar la luz de la ventana pero tampoco la encontraba. Intenté levantarme de mi cama, intenté llamar a Rafa, a papá. Pero estaba atrapada en el silencio y la oscuridad. Estaba atrapada en la nada.

Poco a poco sentí como se entumecían mis sentidos y la desesperación me invadía, junto con una fuerza que atravesaba mis pensamientos. Traté hacer todo lo posible para detenerla, construí paredes, pero las derribaba sin apenas esfuerzo. La fuerza extranjera tomó control sobre mi mente, introduciendo un mensaje susurrado por todos sus oscuros pasajes.

La búsqueda del doceavo infinitoWhere stories live. Discover now