La Estación en el Fin de los Sueños

51 1 0
                                    

Nuevamente por el sendero, de izquierda a derecha en la trocha angosta. Cae el sol y la terminal parece un poco más lejos esta vez. Febo espera, como sostenido por "vaya a saber qué" e iluminando con su fulgurante luz, que me recuerda al óxido del galpón en la quinta del abuelo, allá a lo lejos. Un óxido lírico.

Y al descender en la plataforma, se ven los mismos rostros. No puedo distinguir caras nuevas, siquiera nuevas expresiones, creo que no. Llegamos, aún no sé dónde ni porqué, pero llegamos... a la estación en el fin de los sueños.

Aún queda lugar en el bar, debajo de la gran estructura de hierro. Intimidante, no lo podría describir con otra palabra.

El fastidio y cansancio que me provoca comenzar este viaje, de a poco se desvanece con extraña y tranquila ansiedad. Al igual que la espera por la nota del examen, del cual entendía estaba seguro de su perfección.

La temperatura es ideal y cada cual es su mundo, a la vista de los andenes que presentan una imagen larga y pálida.

—¡Amigo! —le grito, y lo vuelvo a invitar a sentarse. Los temas no cambian, sus reacciones tampoco. Y para terminar, el mismo tema: "las formaciones que no llegan", al parecer la nuestra fue la última. Nadie conoce la hora de volver a casa. Y es que estamos muy cómodos, pero hay que volver aún sin comprender motivo. Ese teléfono sigue sonando, alguien debería contestar.

Comenzamos a sentir tristeza y melancolía. A mi dejame los días grises, esos donde se permite estar triste.

El tiempo se detuvo y el andén volvió a poblarse. Vamos a buscar otra salida, es necesario encontrarla, pero hay que calmar esta ansiedad incremental. Terminó la búsqueda sin éxito y volvemos al viejo andén a esperar. Ya es intolerable y me cuesta recordar el último viaje, pero me queda la angustiosa sensación de haberlo sufrido.

No siempre una imagen vale más que mil palabras.

Santiago Pérez - Abril 2018

Óxido LíricoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora