Hangar de mantenimiento de Regís Air

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—NO HAY MOSCAS —dijo Eph. —¿Qué? —preguntó Nora. Estaban frente a varias filas de bolsas extendidas afuera del 777 . Los cuatro camiones refrigerados se habían estacionado en el hangar, y sus carrocerías habían sido pintadas de negro para ocultar los letreros del Mercado de Pescado Fulton. La Oficina del Forense de Nueva York había identificado todos los cuerpos y le había puesto a cada uno una placa con un código de barras en los pies. Para decirlo en su jerga, esta tragedia era un «universo cerrado», un desastre masivo, con un número fijo y establecido de bajas, algo completamente opuesto al colapso de las Torres Gemelas. Gracias al rastreo de los pasaportes, a la lista de pasajeros y al estado intacto de los restos, la identificación de las víctimas fue una tarea simple y sencilla. El verdadero desafío sería determinar la causa de las muertes. Los miembros de HAZMAT subieron con toda la solemnidad posible a los camiones las bolsas de vinilo azul amarradas con correas. —Debería haber moscas —insistió Eph. Las luces que habían instalado alrededor del hangar les permitieron ver que el aire que había alrededor de los cadáveres estaba limpio, a excepción de una polilla o dos—. ¿Por qué no hay moscas? Tras la muerte, las bacterias del tracto digestivo comienzan a valerse por sí mismas después de cohabitar simbióticamente con su anfitrión humano. Empiezan a alimentarse de los intestinos, devorando todo a su paso hasta llegar a la cavidad abdominal para consumir los órganos. Las moscas pueden detectar el gas putrefacto que emana de un cadáver en descomposición a dos kilómetros de distancia. En el avión había doscientos seis platos de comida. Por consiguiente, el hangar debería estar infestado de bichos. Eph avanzó por la lona hacia el lugar donde un par de oficiales de HAZMAT estaban sellando otra bolsa. —Esperen —les dijo. Suspendieron sus actividades y retrocedieron, mientras Eph se arrodillaba para abrir el cierre y dejar al descubierto el cadáver que había adentro. Era la niña que había muerto tomada de la mano de su madre.
Eph recordaba casi sin darse cuenta dónde la había encontrado: uno siempre recuerda a los niños. Su cabello rubio era liso, el sol sonriente que colgaba de un lazo negro descansaba en la base del cuello, y su vestido blanco le daba un extraño aire nupcial. Los oficiales se apresuraron a sellar y trasladar la próxima bolsa. Nora se le acercó por detrás a Eph y lo miró. Él tomó con delicadeza la cabeza de la niña con sus guantes y le dio vuelta. El rígor mortis se manifiesta de lleno unas doce horas después de la muerte, y se prolonga por un periodo de doce a veinticuatro horas. Cuando ha transcurrido la primera mitad de este periodo, los depósitos de calcio que hay en los músculos se desintegran de nuevo y el cuerpo recupera su flexibilidad. —Todavía está flexible —dijo Eph—. No hay rigidez. Tomó a la niña del cuello, y las caderas, y la acostó bocabajo. Desabotonó la parte posterior de su vestido, dejando al descubierto la zona baja de su espalda y las apófisis superiores de las vértebras de la columna. Su piel era pálida y ligeramente pecosa. Cuando el corazón deja de funcionar, la sangre se acumula en el sistema circulatorio, formando pequeños coágulos. Los vasos capilares —tan delgados como una célula— revientan, pues no tardan en sucumbir a la presión, y la sangre se extiende a los tejidos cercanos, estancándose en el lado más bajo y «dependiente» del cuerpo y coagulándose con rapidez. Se dice que la rigidez se presenta aproximadamente dieciséis horas después. Y ya había transcurrido ese periodo de tiempo. Tras morir sentada y haber sido acostada posteriormente, el efecto de la sangre acumulada y espesa debería haberle dado un color morado oscuro a la zona lumbar de la niña. Eph le echó un vistazo a las hileras de bolsas. —¿Por qué estos cadáveres no se están descomponiendo como deberian?.
Eph recostó de nuevo a la niña sobre el suelo y le abrió el ojo derecho. La córnea estaba nublada, tal y como debía estarlo, y la esclerótica —la membrana blanca y opaca del ojo— también estaba debidamente seca. Le examinó las yemas de los dedos de la mano derecha que habían estado en contacto con las manos de su madre, y observó que estaban ligeramente arrugadas debido a la evaporación, tal como debía suceder. Se sintió intrigado por las señales mixtas que estaba recibiendo e insertó dos dedos entre sus labios secos. El sonido semejante a un jadeo que salió de la mandíbula de la niña era simplemente efecto del gas. El vestíbulo del paladar no mostraba nada notable; Eph introdujo uno de sus dedos para bajarle la lengua y comprobar si había más rastros de sequedad. El paladar y la lengua estaban completamente blancos, como si estuvieran tallados en marfil. Era como un modelo anatómico. La lengua estaba rígida y extrañamente erecta. Eph la movió a un lado y observó el resto de la boca, que estaba igualmente seca. «Seca… ¿y ahora?», pensó. «Los cadáveres están completamente secos: no tienen una sola gota de sangre». Podría haber citado a Dan Curtis, que decía en una película de terror de los años setenta:Comandante, a los cadáveres… ¡les han sacado la sangre!», y luego se escuchaba la música fúnebre de un órgano. Eph estaba comenzando a sentirse cansado. Sostuvo firmemente la lengua con su dedo índice y el pulgar, y alumbró la garganta clara con una pequeña linterna. Le pareció que tenía un aspecto ligeramente ginecológico, como si fuera una muñeca inflable en una tienda porno. La lengua se movió. —¡Cielos! —Eph retiró los dedos y retrocedió. El rostro de la niña seguía siendo una plácida máscara funeraria, con los labios ligeramente abiertos. Nora lo miró.—¿Qué fue? Eph se limpió el guante con los pantalones. —Un simple acto reflejo —dijo. Miró la cara de la niña pero no resistió más y subió el cierre de la bolsa. —¿Qué puede ser? —preguntó Nora—. ¿Será algo que retrasa de alguna manera la descomposición de los tejidos? Estas personas están muertas… —En todos los aspectos, salvo en la descomposición. —Eph negó con la cabeza en señal de incomodidad—. No podemos hacer esperar más a los camiones. En última instancia, necesitamos que esos cadáveres estén en la morgue. Tenemos que abrirlos y tratar de descifrar esto desde adentro. Vio a Nora mirar el armario, separado del resto del equipaje que habían descargado. —Esto no tiene nada de lógico —dijo ella. Eph miró al otro lado, en dirección a la enorme aeronave. Quería volver a subir. Seguramente habían pasado algo por alto. La respuesta tenía que estar allí. Pero antes de hacerlo, vio a Jim Kent entrar en el hangar en compañía del director del CDC. El doctor Everett Barnes tenía sesenta y un años de edad, y aún seguía siendo el mismo médico rural y sureño que había sido en sus comienzos. El Servicio de Salud Pública del cual formaba parte el CDC se había originado en la marina, y aunque se había convertido en una institución autónoma, muchos altos directivos del CDC todavía preferían utilizar uniformes militares, entre ellos el director Barnes, quien era una mezcla contradictoria de caballero campechano de barba blanca en forma de candado, vestido con un uniforme caqui y toda suerte de ribetes militares, lo que le daba un aspecto semejante a un Coronel Sanders condecorado. Después de los preliminares y de mirar rápidamente uno de los cadáveres, el director Barnes preguntó por los sobrevivientes. —Ninguno recuerda nada de lo que sucedió —le informó Eph—. No nos han sido útiles. —¿Qué síntomas tienen? —Dolor de cabeza agudo en algunos casos. Dolor muscular y zumbido en los oídos. Desorientación, sequedad en la boca y falta de equilibrio. —En términos generales, nada peor de lo que sucede después de un vuelo transatlántico —señaló el director Barnes. —Es extraño, Everett —dijo Eph—. Nora y yo fuimos los primeros en subir al avión. Ninguno de los pasajeros, y me refiero a todos, tenía signos vitales ni respiraba. Cuatro minutos sin oxígeno es el límite para que ocurra un daño cerebral permanente. Creemos que estas personas pudieron estar inconscientes durante más de una hora. —Todo parece indicar que no —replicó el director—. ¿Y los sobrevivientes no te dijeron nada ? —Me hicieron más preguntas a mí que yo a ellos. —¿Algún rasgo común entre los cuatro sobrevivientes? —Estoy trabajando en eso. Le iba a pedir su colaboración para confinarlos hasta que terminemos con nuestra labor. —¿Mi colaboración? —Necesitamos que los cuatro pacientes cooperen. —Ya contamos con su colaboración. —Sólo por ahora. Yo… no podemos correr ningún riesgo. El director se acarició su corta barba blanca mientras hablaba. —Estoy seguro de que si utilizamos ciertas tácticas podemos contar con su agradecimiento por haber sobrevivido a este destino trágico, y hacer que sean dóciles. —Su sonrisa reveló la existencia de varias prótesis dentales. —¿Qué tal si aplicamos la Ley de Poderes de Salud…? —Ephraim, sabes que hay una gran diferencia entre aislar a unos cuantos pasajeros para un tratamiento preventivo y voluntario, y confinarlos en cuarentena. Para ser sincero, hay asuntos más importantes que debemos tener en cuenta, como por ejemplo           los medios             de comunicación. —Everett, con todo respeto, estoy en desacuerdo… El director puso su pequeña mano en el hombro de Eph. Exageró un poco su acento sureño, tal vez con la intención de suavizar el golpe. —Permíteme ahorrarnos un tiempo, Ephraim. Si analizamos las cosas de manera objetiva, este accidente trágico ha sido incluso favorable, y felizmente contenido. No tenemos más muertes ni enfermedades en ningún otro avión ni aeropuerto del mundo, a pesar de que han transcurrido casi dieciocho horas desde que esta aeronave aterrizó. Éstos son elementos positivos y debemos enfatizar en ellos. Tenemos que enviar un mensaje a nivel masivo, a fin de asegurar la confianza de la población en nuestro sistema de transporte aéreo. Tengo la certeza, Ephraim, de que si motivamos a estos afortunados sobrevivientes y apelamos a su sentido del honor y del deber, será suficiente para hacer que cooperen. —El director retiró la mano y le sonrió a Eph como un militar animando a su hijo pacifista—. Además —continuó Barnes—, esto tiene todas las características de un escape de gas, ¿verdad? Tantas víctimas neutralizadas en un instante, el ambiente cerrado… y los sobrevivientes recuperándose tras ser evacuados del avión. —Sólo que el aire dejó de circular cuando el sistema eléctrico se apagó, justo después de aterrizar —intervino Nora. El director Barnes asintió, frotándose las manos mientras pensaba en eso. —Bueno, es indudable que hay muchas cosas por resolver. Pero fue una práctica excelente para vuestro equipo, y manejasteis bien la situación. Y ahora que las cosas parecen haberse resuelto, veamos si podéis llegar al meollo del asunto tan pronto termine esta maldita conferencia de prensa. —¿Qué? —exclamó Eph. —El alcalde y el gobernador darán una conferencia de prensa junto a los representantes de la aerolínea, los oficiales de la Autoridad Portuaria, etcétera. Tú y yo representaremos a la división federal de salud. —Ah, eso no. No tengo tiempo, señor. Jim puede hacerlo… —Sí: Jim puede hacerlo, pero hoy lo harás tú, Ephraim. Como dije, ya es hora de que estés al frente de esto. Eres el director del proyecto Canary, y quiero a alguien que haya tenido contacto personal con las víctimas. Necesitamos darle un rostro humano a nuestros esfuerzos. A eso se debía toda la discusión sobre no detener a los sobrevivientes ni mantenerlos en cuarentena. Barnes estaba siguiendo la política oficial. —Pero realmente yo no sé nada —le dijo Eph—. ¿Por qué una conferencia de prensa con tanta rapidez? Barnes sonrió, mostrando de nuevo sus implantes dentales. —El primer artículo del juramento médico es no hacer daño; el del político, salir en la televisión. Además, entiendo que el factor tiempo también cuenta, pues quieren que la conferencia se transmita antes del maldito evento solar; de esas manchas solares que afectan a las ondas de radio o algo parecido. Eph había olvidado por completo el eclipse total que tendría lugar a las tres y media de la tarde. Era el primer evento solar de ese tipo en la ciudad de Nueva York desde el descubrimiento de Norteamérica, hacía más de cuatro siglos. —¡Cielos, lo había olvidado! —El mensaje que les daremos a los habitantes de este país será simple. Ha ocurrido una gran pérdida de vidas que está siendo investigada de manera exhaustiva por el CDC. Se trata de una verdadera tragedia humana, pero el incidente ha sido controlado, su naturaleza parece ser única, y no hay la más mínima razón para alarmarse. Eph dejó de mirar al director. Lo estaban obligando a salir ante las cámaras y a decir que todo estaba de maravilla. Abandonó la zona de contención y atravesó el espacio estrecho que había entre las enormes puertas del hangar, saliendo a la aciaga luz del día. Estaba buscando la forma de olvidarse de todo eso cuando el teléfono móvil que tenía en el bolsillo de sus pantalones vibró contra su muslo. Lo sacó y vio el símbolo de un sobre titilando en la pantalla. Era un mensaje de texto enviado desde el teléfono de Matt. Eph lo leyó:

Yanquis 4 Medias R. 2. Qué asientos. Te extraño, Z.

Permaneció mirando el mensaje electrónico de su hijo hasta que sus ojos se enfocaron de nuevo. Y luego miró su sombra en la pista del aeropuerto, la cual, a no ser que estuviera imaginando cosas, había comenzado a desvanecerse.

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⏰ Última actualización: Apr 21, 2018 ⏰

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