2. El instinto es más fuerte

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A esa altura del día, estaba muy ansiosa. No pude evitar rozar con la punta de los dedos a varios compañeros de cursos inferiores e incluso a algunos de 5to A y C para alimentarme, porque no podía tolerar la falta de vida dentro de mí. Literal, era como tener hambre o estar sin tus drogas durante mucho tiempo. Una comparación muy bella y divertida, claro, si teníamos en cuenta que sin mi droga yo me desangraba otra vez, obvio.

El alivio llegaba en pequeños trozos, era todo lo que podía absorber de cada uno de ellos. Al menos, durante el resto del día, eso alcanzó para sobrevivir, para mantener latiendo mi corazón y mi puñalada cerrada. En casa, seguí con mi habitual rutina fingida de niña buena, responsable, callada y calmada hasta que llegó la noche y salté por la ventana decidida a encontrar tres monstruos que me dejaran saciada por varios días.

Sin embargo, no encontré nada por el barrio y tuve que tomarme dos buses distintos para llegar a otra parte más transitada y esperar en zonas de bajos recursos, deambulando hasta las tres de la mañana, cuando por fin encontré a un hombre de más de treinta años que buscaba una prostituta.

Fui directa, me ofrecí, dejé que se acercara a mí y cuando me puso una mano en el hombro desnudo, preguntándome si no tenía frío, absorbí directamente de ese contacto. Su expresión cambió lentamente mientras me alimentaba de su vida, pero fui bastante suave porque, aunque era evidente lo mucho que le calentaba poder acostarse con una cría de diecisiete años, no era un asesino o un abusador. No al menos tan abiertamente, no con ese tipo de agresividad.

Cayó de rodillas al suelo, aturdido, y me marché caminando, frotándome los ojos y pensando que, para no tener sueño esa noche, tendría que encontrar más gente. La única forma de pasar de largo con cuestiones humanas de ese tipo, era alimentarse a lo grande. Si solo mantenía mi cuerpo sano y si heridas con dos tipos por noche —o tres cada noche y media—, al menos necesitaba cinco, como mínimo, para ir directo de allí al colegio sin dormir y no estar cansada. Sí, en cuatro meses ya había probado muchas opciones posibles. El exceso de energía me lo permitía.

Pero no encontré a nadie más esa noche y empecé a replantearme mi afortunado destino con los hombres durante las semanas anteriores. Fui al instituto sin dormir y con una necesidad de energía atroz. Estaba hiper alterada, muy irónica y sarcástica y era capaz de saltar encima de cualquiera que me mirara un poco mal, como para justificar mis pobres actos.

—Oye —Caroline me codeó—. Tienes que decírselo tú ahora —me indicó, cuando en el primer receso Cinthia miraba a Alan hablar con la chica nueva. Él y sus amigos, incluido Luca, se presentaban. La nueva era todo ojitos encantadores para ellos y sentí una punzada de celos que, con el hambre, era una mezcla peligrosa—. Sere...

—Sí —repliqué, estirando la mano para atraer a Cinthia hacia nosotras. El día anterior hubiera rezongado por tener que ser yo otra vez la portadora de malas noticias. En ese momento, no me importaba más nada—. No vayas a desilusionarte otra vez —le advertí, frotándole la espalda, mirando por un fugaz segundo la piel descubierta de su cuello con muchas ansias de sentirme mejor.

Caroline no pareció contenta con mi dicho. Y yo, que pensaba que eso era lo más amable que podía ser, la miré, retándola a mejorarlo.

—No me refería a eso —contestó a mi mirada—. Me refería a que, o vamos a marcar territorio ahora, o lo dejan perder, una vez más.

Fruncí el ceño.

—¿Lo dejan?

—¿Luca está pintado ahí o qué?

—¿Y qué pretendes que haga yo? —comenté, soltando a Cinthia, que seguía callada—. ¿Que salte sobre su espalda, lo mee como si fuese un perrito y le gruña a la nueva? —«O saltas sobre él, le robas esa deliciosa energía...». Me di un cachetazo antes de que el cansancio y la necesidad me hicieran caer ante mis instintos. Caroline y Cin me miraron estupefactas—. Demonios, ¡no! ¡No voy a hacer eso!

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