1. Lo que fue de mi

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Eso era lo que me daba miedo. Después de todo, el terror por mi futuro era mucho más fuerte que cualquier sentimiento de pesar que pudiera tener por atacar a otros. Así que, por eso, terminaba en la parroquia, haciendo mea culpa, hablando con Dios o con quien fuera. No era la primera vez ni sería la última que le preguntara si era una mala persona o no, si era egoísta o no.

Tal y como veía mi propia existencia en ese entonces, así mismo funcionaban mis sentimientos. El miedo, la moralidad y la culpa se mezclaban en un círculo vicioso que tenía que tragarme en silencio todos y cada uno de mis días.

La campana sonó, podía escucharla tenuemente desde donde estaba. Me levanté y dejé la iglesia, saliendo al patio que conectaba a un largo pasillo y de allí al patio cerrado del instituto, el que se usaba para los recreos. La preceptora de séptimo grado me vio, pero solo me dijo que ya se había terminado el receso y fuera rápido a clase. Quedaban todavía algunos rezagados, rebeldes, que estiraban los minutos para dejar el patio y subir las escaleras hasta el primer piso, donde se encontraban las aulas del secundario. A esos, los retó. En cambio, yo tenía fama de ser buena alumna. Lo había sido toda mi vida hasta que un tipo me enterró un cuchillo en el pecho.

Sacudí la cabeza, mientras llegaba al vestíbulo superior. Pensaba en eso todo el tiempo. Estaba segura de que nunca iba a olvidarlo, pero irónicamente no recordaba con exactitud la cara de mi asesino ni cómo fue el trayecto hasta el descampado. Sí sé que luché, sí me acuerdo de esa parte. Pateé, grité, mordí, rasguñé, de igual modo nada sirvió. Me mató.

—Serena —me dijo mi preceptora, cuando alcancé el aula de 5to año B, mi aula—. ¿Dónde estabas?

—En la parroquia —contesté—. Perdón, casi se me pasa la hora.

Ella lo aceptó. Nadie pensaría jamás que Serena Haider quería hacer novillos. No, señor. Después de todo, las clases era lo único que me mantenía normal, común.

Sin embargo, a pesar de que eso era lo único normal, yo había cambiado mucho. Pero, ¿había manera de no cambiar en esas circunstancias? Hacía lo que podía. En esos cuatros meses había reducido todo mi contacto con mis compañeros, amigas y familia. No los tocaba a menos que tuviesen mucha ropa encima que impidiera que tocara su piel y todo el mundo había notado que yo no era la misma.

Me senté en mi lugar, junto antes de que el último chico que faltaba en el aula, Alan, entrara, con su sonrisa de comercial. A mi lado, mi siempre fiel amiga Cinthia suspiró imperceptiblemente. Ella se mantenía conmigo a pesar de mis cambios y también se mantenía muy enamorada de Alan, aún cuando ni le hablara.

—¡Perdón! —se disculpó el muchacho, alzando ambas manos. Yo puse los ojos en blanco; cuando se mostraba a sí mismo como un campeón por llegar tarde, me parecía de lo más imbécil. Meses atrás, no se me había ocurrido pensar lo mismo. No me daba cuenta de un montón de cosas que hacían los adolescentes que eran realmente estúpidas—. Es que me entretuve con Luca, estábamos ayudando a Gracia con sus cajas.

Cinthia me codeó y yo me corrí a un lado, para que no llegase a tocarme, aunque teníamos los uniformes puestos y no había contacto de piel. Ella me hizo un gesto, curiosa, pero sin mencionar mi reacción. Lo que había intentado marcarme de lo dicho por Alan era, por supuesto, el nombre Luca.

Mi Luca.

Asentí. Antes, todas esas fantásticas actitudes alardeadas por parte de Alan resultaban maravillosas. Cinthia y yo creíamos que ambos eran héroes, super desinteresados y amables, además de lindos. Mi amiga lo seguía creyendo, yo solo esperaba que Luca no fuese así de falso también.

—Siéntate, Alan —pidió la profesora, entrando detrás de él y dejándolo sin muchas chances de alardear. La maestra de literatura tampoco le tenía paciencia. Detrás de ella, para mi sorpresa, entró Luca. Le traía una pila de libros enormes que seguramente habían usado en su clase, en el aula de 5to A—. Gracias, Luca.

Suspiros Robados (Libro 1) [Disponible en librerías]Where stories live. Discover now