Capítulo 02

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Inmediatamente cerré la puerta. No me importó haberla cerrado prácticamente en su cara, yo sólo quería desaparecer en ese instante.

Retrocedí unos pasos lentamente.
Quizás si mis pasos no se escuchaban podría regresar a mi habitación y fingir que no había visto nada afuera de mi casa.

Aunque estaba segura de que él me había visto, no sé si me reconoció, porque en los últimos tres años había crecido bastante, me había teñido el pelo de rubio y mi cuerpo había por fin agarrado forma, ya no se veía como el desastre hormonal que era a los 14. Pero yo no era la única que al parecer había cambiado, porque por lo que vi de reojo, Beck no era un palo andante como antes, había ganado músculos. No alcancé a ver su rostro con detalle, pero su cuerpo parecía el de un nadador. ¿Se habría puesto a nadar en estos tres años?

Sacudí mi cabeza al darme cuenta de lo que estaba pensando.

Cuerpo de nadador o no, seguía siendo el chico que una vez metió una cucaracha a mi boca mientras dormía.

Estaba apunto de llegar al camino que llevaba a mi habitación, hasta que una voz me detuvo.

—Star, ¿qué estás haciendo? —era mi mamá. Me enderecé y comencé a acariciar la maceta que se encontraba enfrente de mí. Puta madre Star, ¿podrías ser más obvia?

—Oh, nada, sólo veía lo bella que es esta maceta, ¿es nueva? —pregunté y ella se acercó a la maceta, para verla aún mejor.

—La compré hace diez años —no pude evitar reír al escuchar su respuesta. Quité mi mano de la maceta y la llevé hacia mi blusa, nerviosa. Claro, mi buena suerte nunca me dejaba de fallar, mínimo no me dijo que esa maceta la tenía desde su infancia.

—¡Que curioso! —intenté arreglar el desastre, aún riendo, pero ella seguía mirándome con seriedad. Se acercó unos pasos hacia mi.

Oh no, Jesús por favor apiádate de mí. Esta mujer si que daba miedo.

—Casi tan curioso como el hecho de que Beck no este aquí adentro de la casa —abrí los ojos como platos al escucharla. ¿Ella ya sabía que Beck estaba aquí?

—¡Sabías que estaba aquí! ¿Por qué no me dijiste nada? Salí como tonta creyendo que mis labiales estarían ahí y lo único con lo que me encontré fue ese inmaduro, feo, creído, descerebrado... —comencé a listar todas las maravillosas cualidades que destacaban en la personalidad del monstruo. Había tantas que mencionar, incluso de chica había llenado media libreta con ellas, sin embargo, no pude terminar de listarlas porque una voz me interrumpió.

—Yo también me alegro de verte, estrellita —me giré y mi corazón se detuvo, comencé a sentir como toda mi sangre se enfriaba, si es que eso era posible. Sólo había una persona en este mundo que me llamaba estrellita, como burla a mi nombre y esa persona era nada más y nada menos que el menor de los Neumann.

Vi como una enorme sonrisa se formaba en el rostro de mi madre, que se acercaba a él para recibirlo. Me crucé de brazos, ni siquiera cuando volví de mi intercambio en Australia la había visto sonreír de esa manera.

Pero claro, como yo no era su adorado Beck, sino su simple hija a la que había guardado nueve meses en su vientre y por la que rezaba y abría la biblia para que el cielo escuchara sus plegarias de tenerme.
Toda mi vida había soportado ver como ella siempre lo defendía, diciendo que era un ángel inocente, dándole las porciones más grandes de los postres que Ángela, nuestra cocinera, hacía. Era increíble que tres años después, esa preferencia no hubiera desaparecido.

Al ver que mi mamá y Beck no se separaban de su abrazo, me acerqué para molestar.

—¿Quién lo dejó entrar? Creí que habíamos dicho que no íbamos a dejar entrar a nadie si no había permiso y yo no vi que nadie se acercara para pedírmelo —me quejé y comencé a mirar en busca del culpable, para unos segundos después encontrarme con Baby, parada detrás de Beck, como si estuviera escondiéndose de mí.

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