Capítulo 1

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Ray

Anoche me quedé dormido en mi despacho sobre una pila de exámenes que estaba corrigiendo. Es increíble cómo ha degenerado todo. La universidad ya no es lo que era, y la culpa es de esos malditos institutos de hoy en día. Tratan a la juventud como si fuese imbécil; el de delante pregunta 2+2, los de detrás dicen 4, y luego suena el timbre, provocando una estampida de gente dándose empujones, que engullen el almuerzo, antes de que se acaben esos preciados 30 minutos en los que están autorizados a comer. Yo no llamaría a eso ser un alumno, de hecho, lo cierto es que la palabra más adecuada es "borrego". Me preocupa qué será de todos nosotros dentro de 10 años, cuando todos estos "borregos" despierten de esa burbuja en la que viven y sean la base que sustente al país.

Cuando me doy cuenta, llevo más de 20 minutos mirando a un punto perdido del despacho, divagando y reflexionando. Voy a llegar tarde otra vez a la universidad. El Rector me ha dicho que voy a tener problemas si vuelvo a hacerlo. Menudo gilipollas, no me extraña que su mujer lo dejara. Ese tío está obsesionado con el control y el orden.

Me visto lo más rápido posible y salgo del apartamento directo al coche. No he tenido tiempo para desayunar, y me estoy viendo obligado a conducir, cosa que odio. El día ha empezado de una forma increíble.

Siba

Salí de casa directa al trabajo. Me encanta caminar temprano por la ciudad; las calles están llenas de vida. Por el camino me he cruzado con un grupo de niños que, a juzgar por sus mochilas, iban al colegio. No he podido evitar sonreír al ver sus inocentes caras llenas de ilusión. Me recuerdan a mí cuando era pequeña, y a la tierna infancia que viví en Granada. Nos mudamos a Madrid hace 12 años, cuando mis padres compraron el "Thinking Cup", nuestro bar. Todos han vuelto al sur desde que papá no está. Mi madre me dice, a menudo, que es una lástima que haya empleado cinco años de mi vida estudiando derecho para acabar sirviendo copas, pero no puedo abandonar el bar a su suerte. Mi padre trabajó en él con toda su ilusión, hasta aquel fatídico día, y yo siento que se lo debo. A fin de cuentas, ¿Qué sería del mundo si no tuviésemos ilusión?

Una vez frente a la puerta del bar, se me hielan las manos al sacarlas de los bolsillos para buscar las llaves en mi bolso. Al abrir la puerta, el recuerdo de mi padre haciendo inventario después de cerrar, mientras yo jugaba correteando entre las mesas, me viene a la mente.

–¡No podrás escapar, pequeñaja! –me decía cuando me levantaba del suelo con sus brazos y me hacía cosquillas antes de marcharnos a casa.

–¡Papá, no me digas pequeñaja! ¡Yo ya soy mayor! –replicaba mientras me reía.

–Aun no lo eres, hija, pero aunque algún día lo seas, para mí, siempre serás mi pequeñaja.


Ray

Tras terminar mi última clase, salgo del aula y me dirijo a un bar cercano conocido en toda la ciudad por servir un café delicioso. Al atravesar el pasillo, soy testigo de cómo los estudiantes agachan la cabeza cuando paso por su lado, como una manada de borregos al ver a un lobo caminando delante suya. Sé perfectamente por qué lo hacen, pero su comportamiento no es más que el reflejo de su debilidad. Cuando los reprimo duramente en clase, solo pretendo hacerlos más fuertes, quiero que por un momento cuestionen mi autoridad y si realmente estoy siendo justo, pero por el contrario, todos se callan y lo acatan. Cada año que pasa, los nuevos alumnos oponen menos resistencia, y echo de menos reducir a los insurrectos con la esperanza de que alguien se levante y me diga que ya basta. Siento que, a pesar de que vengan a estudiar expresamente a esta universidad por mis reputadas clases de sociología, no las entienden del todo. Siempre les digo que el poder es sólo una ilusión y que en sus manos recae la esperanza de nuestro futuro, y la capacidad de cambiar las cosas, pero si son incapaces de verlo dentro del aula, cuando salgan al mundo en unos años, van a convertirse en títeres sin opinión incapaces de cortar los hilos que los atan al sistema.

Caminos CruzadosWhere stories live. Discover now