CAPÍTULO 9

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Una sensación de angustia constante se había asentado en el estómago de Thomas, y no parecía que fuese a desaparecer. Pero lo peor de todo es que se sentía atrapado en sus propias emociones, y es que nunca había sido muy bueno manejándolas. No se le daba bien expresarse con palabras, por eso desde muy pequeño había recurrido a la pintura. Cuando pintaba, podía plasmar todo lo que sentía, y ver sus emociones sobre un lienzo le aportaba calma, pues era capaz de verlas desde otra perspectiva. Sus abuelos le habían prohibido hacerlo, por razones en las que no le gustaba pensar, razones que pretendía no entender, y durante un tiempo se había mantenido alejado de todo ello, pero aun así no había podido evitar volver a hacerlo.

Estaba mal, él lo sabía, y no le gustaba desobedecer a sus abuelos, pero ese tipo de cosas Azriel las perdonaba, sobre todo cuando lo necesitaba casi tanto como el aire que respiraba.

Cómo deseaba tener a mano sus pinturas en aquel momento y darle rienda suelta a sus sentimientos.

Pero las había dejado atrás, como todo lo demás, y en esos instantes lo tenía todo adentro, haciéndole sentir a punto de explotar. Los chicos dormían en el carro, pero él no podía conciliar el sueño, no con todo lo que tenía en su cabeza, o peor aún, en su corazón, y definitivamente no con la que decisión que había tomado, el camino que había elegido.

Sabía que Seth confiaba en él, en que tendría razón, pero él no podía sentir lo mismo, no después de años y años en los que sus abuelos le habían convencido de que era imposible, algo horripilante, y no había nadie en el mundo en quien él confiase más que en ellos.

Pero ahora estaban muertos, y Seth, Noah, y aquellos chicos necesitaban su ayuda. A él ya no le importaba mucho lo que le pasase, pero no quería que sus amigos de toda la vida, sus hermanos, acabasen mal, sobre todo si él podía evitarlo. Por eso había cogido el pincel, o mejor dicho, el palo que Jason le había pasado, y había dibujado la línea que o bien les salvaría la vida, o bien los sentenciaría. Porque ahí estaba la cosa, ¿realmente podía evitarlo?

Lo había sentido como siempre, un calor en su interior que rápidamente se extendió hacia su cabeza, y lo había visto con una claridad cegadora; había visto el camino que debían tomar, igual que había visto a los Oscuros entrando en su capital. Así de simple era, solo que ni era simple, ni tampoco confiable. Había visto el camino que debían tomar, sí, pero no donde desembocaba, ni lo que les depararía. Tal vez, solo los condenaría.

De pequeño lo hacía casi sin darse cuenta, ver cosas que se suponía que no debía ver, pero conforme había ido creciendo, y después de que sus abuelos le gritasen una y otra vez que por favor no mintiese, que no blasfemase, había comenzado a parar esos impulsos, a suprimirlos, y ya casi nunca los tenía. Claro que si se concentraba mucho, en ocasiones podía sacarlos a la superficie, aunque era algo que no había hecho en años.

La última vez había sido para mostrarle a sus abuelos que él no era un mentiroso; había dibujado una de las tablas de la escalera quebrándose bajo el peso de su abuelo, y a este cayéndose por las escaleras. Pero él no quería que eso pasase, por lo que intentó detenerlo incluso aunque lo siguiesen llamando blasfemo, y entró en desesperación cuando no lo tomaron en serio.

Aquella noche, se había sentado junto a la cama de su querido abuelo, su pierna completamente astillada, y había soportado cómo le decía que esos supuestos poderes suyos, no eran muy distintos de lo que hacía diferentes a los Oscuros.

—Son algo malévolo, aberrante. Azriel los condenará, como también te condenará a ti —le había dicho.

La dureza con la que le habló le caló muy hondo, pues era algo que nunca había hecho, y no pudo evitar sentir que aquella persona que tenía frente a él, no era la misma que conocía.

ASESINOS DE ALMASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora