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Siempre me catalogué de impulsiva, incapaz de mantener cautivos todos esos sentimientos que afloran en un instante. Ahora, por ejemplo, escribo; en mi aletargado estado comatoso, pero escribo. Y escribo porque no quiero dejar reposar nada de lo que siento, porque entonces ya no sería lo que siento sino una copia disfuncional de contenido mediocre y condensado. Si en la mañana vuelvo a releer estas líneas, habrá modificaciones, pero no serán fundamentales ni alterarán lo plasmado.

Frecuentemente sufro de cefalea y múltiples acontecimientos compiten por ser su causa adecuada: cansancio, concentración, miopía o astigmatismo. Mi hipótesis es que de ninguna de ellas proviene, sino que es producto del goce de las sensaciones que alertan a mi organismo.

Un budín de manzana es un objeto singular. Un budín de manzana compartido con una amiga lo vuelve diferente en su mismidad al budín de manzana propiamente dicho. El budín de manzana de hoy resultó diferente de los budines de manzana que puedo comprar en San Roque a las diez de la mañana. Mis papilas gustativas asumieron que es mucho más dulce el que consumí hoy porque lo hice en una mesita de madera cubierta por un mantel rojo cuadrillé, mientras cuatro mujeres recitaban poemas sobre la tierra, y las voces que se volcaban sobre mis oídos, conmovedoramente tiranas, ordenaban que no me pierda un segundo de estas contemplaciones.

Si miraba a la derecha la calle me parecía gris y acelerada, y adentro yo estaba tan cobijada por el calor que pendía del barcito, que las miradas furtivas de los transeúntes me resultaban irreverentes y atrevidas, distantes y desconocidas.

Las sensaciones falsificadas por los objetos tecnológicos son apabullantes, distinguirlas de las naturales es un arduo trabajo humanista que requiere de perfeccionamiento constante. Es requisito querer al ser humano en sus cielos y sus infiernos, en sus orígenes y sus confines y en sus carencias y abundancias.

Los bailarines de tango debajo de la torre no desperdiciaban vaselina para moverse con más agilidad, traduciendo con sus movimientos lo que con lenguaje no puede decirse, por ser éste precario, obsoleto.

Se despertó el viento al son de las caminatas de mis negros mocasines acostumbrados a la conjunción de mis pasos frenéticos.

No existe pureza más conservada que la del silencio cuando el mundo parece ahogarse continuamente en ruido. 

COTIDIANIDADWhere stories live. Discover now