Luna apoyó la mano en la pared, insegura. Los peldaños resonaban a cada paso, despertando ecos. A la luz de la vela, la zona central de las escaleras parecía brillar, como si el paso de cientos de pies a lo largo de los años hubiese pulido y suavizado la madera. Mantuvo la vela en alto y miró hacia abajo. No se distinguía nada desde allí, sólo una gran mesa en el centro de la estancia.
En el aire flotaba un olor extraño, a hierbas y especias. Quizá era allí donde su tía preparaba las medicinas. Si aquel era su lugar de trabajo, quizá no debería seguir bajando. Podría romper algo. Bajó la vela de nuevo para que iluminase el siguiente escalón y continuó el descenso. No tocaría nada, tan sólo echaría un vistazo rápido y volvería a subir.
Una vez delante de la mesa se quedó perpleja, intentando encontrar alguna explicación a aquella colección de objetos. Algunos de ellos podían utilizarse para preparar jarabes o pomadas, como un pequeño cuchillo de plata, un cáliz o un caldero de hierro pero a otros no les encontraba ninguna lógica. Sobre la mesa había decenas de velas y piedras de diferentes colores y tamaños. Le dio la impresión de que no estaban esparcidas al azar, sino situadas siguiendo un orden determinado, cuyo centro eran unas toscas imágenes de piedra que representaban a un hombre y una mujer. Luna se acercó más a las pequeñas figuras pero no se atrevió a alargar el brazo para tocarlas. Nunca había visto unas figuras así. De la cabeza del hombre surgía una gran cornamenta de ciervo y llevaba una vara de madera en la mano. Sobre la cabeza de ella reposaba una media luna. Ambos estaban sentados en tronos y las figuras tenían un aire de autoridad. Debían ser dioses pero, ¿de qué religión? Luna se fijó en el trozo de madera en el que reposaban. Era una estrella de cinco puntas dentro de un círculo. Aquello era el símbolo del demonio, lo había visto en algún programa de televisión.
Se sintió nerviosa y asustada. Todo aquello no le gustaba. Su tía podía ser muy simpática pero estaba metida en cosas que ella preferiría no saber. Quizá su madre siempre había sospechado que era una bruja y por eso se había negado a dejarla venir. Pensó que debería salir de allí cuanto antes pero un libro negro situado en el centro del altar llamó su atención. Le echaría sólo una ojeada y después saldría de allí, fingiría que no había visto nada y al día siguiente le diría a su tía que tenía que marcharse porque echaba mucho de menos su casa.
Abrió la tapa del libro con cuidado, temiendo que se rompiese. La cubierta era rugosa y pesada, fabricada con algún tipo de piel envejecida. Las páginas estaban amarillentas y parecían frágiles, no tanto por los años transcurridos como por el mucho uso. Luna acarició con cuidado la primera página. Estaba escrita a mano, con tinta negra. El borde estaba lleno de dibujos que simulaban las diferentes fases de la luna. En el centro, con grandes letras, se podía leer “Libro de las Sombras”. Miró por encima las siguientes hojas. Era la escritura de su tía, sin duda alguna. Pero, ¿qué significaba todo aquello?
Empezó a leer la segunda página. Parecía un poema o un cántico. Luna se concentró, intentando comprender su significado:
Escucha la palabra de las brujas
Nuestro secreto en la noche escondido
Cuando el camino se hace sombrío
Nosotras lo revelamos en esta luna.
Ante el fuego y el agua fluyendo,
Por el soplo del aire y por la tierra
Y del espíritu la quintaesencia
Festejamos en un círculo sin tiempo.
Para la Candelaria y la recolecta
En la fiesta de Mayo y Todos los Santos
Cuando los días y las noches sean exactos
Cuando el sol esté en su cenit o amanezca.
Trasmitido desde antiguas edades
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Viajes a Eilean: Iniciación
Teen FictionLuna, una estudiante de instituto madrileña, consigue que sus padres le permitan pasar el verano con su tía Emma, una mujer enigmática a la que no ve desde su niñez. Una vez allí, Luna descubre que su tía es una bruja con auténticos poderes, descend...
Capítulo 3: Revelaciones
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