Documento número cinco

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Muchas personas conocen el sentimiento de tenerlo todo y a la vez nada. Es como vivir en un huracán en el que no hay lugar para el silencio, lo que impide que tus ideas fluyan porque donde busques solo encuentras ruido. Puede ser que no me explique correctamente. Tengo esa clase de días en las que me miro a mí misma y no puedo entender qué es lo que me hace sentir tan triste. Al despertar tengo mi desayuno. Luego puedo divertirme con muchas cosas: resolviendo un cubo Rubik, leyendo un libro, dibujando, escribiendo, llorando. Al ducharme tengo agua caliente. Siempre tengo comida tanto en el almuerzo como en la cena y, en la mayoría de las ocasiones, es más de la que necesito.

Ahí es cuando la dichosa pregunta llega.

¿Por qué me siento tan vacía?

Hagamos para esta historia algo diferente. No quiero tener que comenzar, típicamente, por el principio. En lo que a mí respecta es posible que no exista uno, así que hablemos de lo que cualquiera consideraría el final: la muerte. Hay quienes la llaman, al mismo tiempo, el nuevo inicio y el inevitable fin de todo, pero yo no me incluyo en estas formas de pensar. La muerte y yo somos amigas. La he tocado y ella me ha abrazado. Nos conocemos de muy cerca. Por todas estas razones sé que ella no fue sólo una forma de despertarme, sino que también me lanzó a las espinas en cuanto nos conocimos.

Creo saber en qué estás pensando, pero no. Estoy más viva que nunca. De todas formas, no podría escribir esto estando muerta.

Cuando tenía trece años pensaba que mi mayor virtud era la curiosidad. Mis padres, ambos científicos, no paraban de decirme que ella puede ser tanto una gran amiga como una enemiga. En mi cabeza de preadolescente de casi catorce años esto no tenía ningún tipo de sentido, casi como la mayoría de las cosas que mi atención atraían. Era incapaz de verle el lado malo a la curiosidad. Ella me hacía querer aprender, tiraba de mí hacia aquello que a nadie le interesaba. Debido a esto, todo este tema comenzó a generarme cierta ansiedad, además de que tenía la inevitable e insaciable necesidad de demostrar por cualquier medio que la curiosidad no tenía nada de malo.

Llegó el día en el que mis cuestiones recibieron una respuesta. Junto con la clase de Ciencias visitamos el laboratorio en el que mis padres trabajaban. Para mí todo eso era genial. Mis grandes amigos estaban conociendo esa parte extraña de mi vida que yo no era capaz de explicar. Por si fuera poco, era la hija de dos personas que comenzaron a admirar muchos de mis compañeros de clase. Tenía contacto directo con esa vida. Yo, Laverne, era la chica de trece años más feliz de todas.

La única regla era no tocar nada pero, claro, tal regla no aplicaba para la hija de los científicos, ¿verdad?

Había un extraño líquido en el estante más alto de una de las salas del laboratorio que a todos nos llamó la atención. Ansel, el hombre que nos guiaba a través del gran lugar, nos había dicho que era un proyecto que mis padres habían abandonado al no encontrar una cura para los efectos de ese líquido. No quiso explicarnos para qué servía, dejándolo como un gran misterio que una niña curiosa no estaba dispuesta, de ninguna forma, a dejar como tal.

El grupo de alumnos siguió el trayecto y yo dije que quería ir al baño acompañada de mis dos mejores amigas, Lacey y Shirley. Se suponía que, como yo ya conocía el laboratorio, la profesora nos esperaría en un lugar exacto en lugar de acompañarnos. Claro que prefería cuidar del grupo mayor antes que vigilar a tres inocentes y aparentemente inteligentes niñas que solo planeaban ir al baño.

Pero claro que no fue eso lo que hicimos.

Volvimos a esa linda sala del estante alto con el líquido verde llamativo. Solo nos hizo falta mover una mesa y pararnos sobre ella para alcanzar el gran frasco que tanto deseaba poder beber. Estaba congelado, parecía electrizar mis dedos y juro que en cuanto lo tuve en mis manos mi corazón comenzó a latir apresurado por el miedo pero, al mismo tiempo, la curiosidad y ansiedad que me generaba el poder descubrir en que habían estado trabajando mis padres.

Rosas para los muertosWhere stories live. Discover now