¿Y este quién es?

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—Ponme otra.

El camarero lo miró, a punto de preguntar algo, pero se mordió la lengua y le sirvió otra copa. Había perdido la cuenta de cuántas llevaba ya y no podía evitar sentir curiosidad de qué estaría pensando el chico rubio, y qué le había llevado hasta allí. No es que no estuviera acostumbrado a los clientes que iban allí a ahogar sus penas en alcohol, lo que le venía bien a su bolsillo, sino que había algo en su expresión que le llamaba la atención. Más que enfadado o triste como el resto, parecía pensativo, como peleándose él solo. Lo observó mientras recogía los dardos del centro de la diana y los lanzaba, una y otra vez. Casi diría que lo había visto más emocionado las pocas veces que falló y no dio en el centro, como si eso le sorprendiera, que todas las veces que acertó.

—¿Estás bien, muchacho?

—No hace falta, gracias.

El joven camarero no pudo evitar reírse, lo que pareció traer de vuelta al mundo real al otro chico, que le miraba algo confuso. No recordaba haber dicho nada gracioso, pero tampoco recordaba qué le había preguntado. Arrastró un taburete hacia él y se sentó en la barra, echó un vistazo a su alrededor y su mirada se paró en el camarero al ver que le miraba fijamente, como si intentara entrar en su cabeza.

—¿Ocurre algo?

—¿A mí? No, nada. Pero pareces un poco desorientado.

—Solo estoy esperando.

—¿Esperas a alguien? No es por ser aguafiestas, chico, pero llevas aquí unas cuantas horas y ya hay que tener fe para pensar que va a venir.

—No estoy esperando a nadie —el camarero alzó una ceja al escucharlo—. ¿Y tú quién eres, que tanto te interesa mi vida?

—Me llamo Martí. Y tranquilo, que tu vida no me interesa, pero estaría bien poder cerrar el local y eso, que ya va siendo hora. Estabas tan a tu bola que no sabía si dejarte aquí.

¿Cerrar? ¿Pero cuánto tiempo llevaba allí metido? Miró a su alrededor y no vio a nadie más, solo quedaba él. Pero no podía ser, estaba atento a la puerta y comprobaba quién entraba o salía cada vez que se abría. Tenía que quedar una persona más allí.

—¿Es la única puerta? —preguntó, señalando la entrada principal con un pequeño movimiento de cabeza.

—No, hay otra, pero es para el servicio.

—¿Y estás tú solo?

—Como de costumbre, sí. ¿Y tú quién eres, que tanto te interesa mi trabajo?

—Me llamo Raoul, con o. Y tu trabajo no me interesa, solo es curiosidad. Buenas noches.

—Ea, hasta otra, Raoul con o —para cuando Martí acabó la frase, el rubio ya había desaparecido por la puerta, no sin antes dejar unos cuantos billetes sobre la barra con los que pagar la cuenta.

Raoul se paró en la puerta, se cerró bien la cazadora, se encendió un cigarrillo y suspiró. «¿Qué cojones estoy haciendo?» Se rascó la cabeza mientras intentaba recordar qué había pasado.


Iba de camino a casa cuando pasó por allí, la calle repleta de gente, todos abrigados, intentando no acabar calados por la lluvia refugiándose bajo un paraguas o con solo una capucha. Aceleró el paso para empaparse lo menos posible cuando de pronto algo captó su atención. O mejor dicho, alguien. Vio a un joven de espaldas, moreno pero con las puntas grises, algo curioso sí, pero no tanto como su vestimenta. Llevaba una camiseta de manga corta blanca y unos pantalones piratas de estampado militar, que puede parecer normal, pero no cuando el termómetro rondaba los 0 grados. «¿Y a este qué le pasa en la cabeza?» pensó Raoul, que sin darse cuenta se había quedado quieto, mirándolo.

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