Capitulo 1

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El estridente sonido de la alarma irrumpió con fuerza en el dormitorio. Amaia, aún con los ojos cerrados, estiró el brazo en busca de su teléfono, para poder apagar el molesto sonido. Tardó más de lo que le habría gustado, sin embargo cuando por fin lo logró, el cuerpo varonil que yacía a su lado empezaba a desperezarse.

Ese movimiento despertó todas sus alarmas internas, y saltó con energía fuera de la cama, antes de que el chico hubiese despertado del todo. Recogió la ropa que había desperdigada por el suelo y la echó al cesto de la ropa sucia, mientras cogía su cepillo de dientes y frotaba con fuerza, intentando eliminar de su boca algo más que el aliento matutino.

Escuchó como él pronunciaba su nombre y lo ignoró conscientemente. Se vistió con la ropa que tenía en previsión de planchar sin importarle las arrugas, agarró abrigo y bolso y salió de su casa aún más deprisa.

La calle le recibió con una brisa fría y húmeda. Había olvidado su bufanda, pero desde luego no pensaba volver a subir a por ella. Entró en la cafetería más cercana y pidió un café con leche en vaso grande y un croissant a la plancha con mucha mantequilla. Poco después disfrutaba tranquilamente de su desayuno. El azúcar le ayudaba a camuflar la presión en el pecho que sentía desde que se había despertado. Sin embargo el sonido de una llamada entrante le volvió a amargar.

<Chris>

Silenció el sonido y siguió como si nada. Entendía la llamada, pero no estaba preparada para lidiar con lo que suponía responder. Ignorando también los whatsapp, metió el teléfono en el fondo de su bolso, y salió destino a la Berliner Philharmonie, el único lugar desde hacía un par de años que sentía como su hogar.

El edificio se alzaba majestuoso de forma asimétrica, llamando claramente la atención sobre todo lo que le rodeaba. Amaia saludó al vigilante de seguridad con un gesto de su mano que el hombre entrado en años respondió. Subió las escaleras deprisa y entró en una sala privada, sin llamar. No pensaba encontrase a nadie, después de todo llegaba una hora antes de la reunión.

- ¿Amaia? ¿Qué haces tan temprano? No es propio de ti.

A pesar de que el alemán era un idioma complicado, Amaia había desarrollado un buen nivel durante el tiempo que llevaba en Berlín. Frente a ella, Henrik Schell, director de la orquesta, la miraba entre extrañado y divertido. Era un hombre entrado en los 50, atractivo, de constitución fuerte. Sin embargo de su físico llamaba la atención, un poblado bigote totalmente blanco y unos pequeños ojos azules, extremadamente claros.

- Venía a estudiar... ando nerviosa por la función del fin de semana.

- Eres la mejor pianista que tengo desde hace años. Los nervios déjaselos para los novatos.

Amaia sonrió halagada y se ruborizó levemente. Daba igual el tiempo que pasase, nunca se acostumbraría a los cumplidos. Henrik la ofreció un café que ella declinó mientras sacaba de su bolso unas partituras que pretendía volver a repasar. Desde hacía 8 meses era la pianista principal de la orquesta filarmónica de Berlín, todo un honor para ella que durante un tiempo había perdido la ilusión por todo. Había sigo designada como segunda pianista al poco tiempo de mudarse a Alemania. Su profesor del conservatorio de Navarra había tirado de contactos y le había conseguido una audición y no tuvieron dudas en aceptarla. Poco más de un año le había costado ascender a primera pianista y aunque su ascenso no estuvo libre de críticas y habladurías, lo cierto es que cuando la escuchaban tocar nadie podía negar que realmente lo mereciera. Y ella vivía y se desvivía por y para el piano. Era su fuente de felicidad y su soporte en la vida.

- Relájate Amaia, eres demasiado joven para llevar ese peso sobre tus hombros.

Henrik la miraba preocupado

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