Capítulo 36

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—Sí, yo mismo, con mis propias manos, metí ese neumático nuevo en su auto —afirmó un señor barrigón con un uniforme azul maltrecho y lleno de grasa.

—¿Qué tan seguro está? —enfatizó Konrad al mecánico.

—Mucho —dijo el hombre escupiendo un gargajo al piso —, ya le dije, yo mismo metí el neumático y pierdo trabajo hablando con usted.

El mecánico se alejó con un andar de pingüino. Konrad sabía lo que eso significaba. No era en absoluto coincidencia que se hubieran varado aquella noche, alguien había sacado el neumático del portaequipaje.

Guardó el comprobante de pago que tenía en sus manos dentro de un bolsillo y empezó a andar hacia su camioneta. El sonido de una voz familiar lo detuvo y volteó a observar, era Dasha que hablaba con sus padres junto a un auto.

—¡Dasha! —grito Konrad obteniendo la atención de la chica y acercándose a ella.

—¿Qué haces acá? —preguntó la pelirroja sin quitar el desagrado de su cara.

—Estaba cambiando el neumático de mi camioneta, se pinchó y...

—Te pregunté por cortesía, pensé que había quedado clara nuestra relación.

—Perdón, no te quería molestar.

—Lo estás haciendo.

—¿Ustedes para dónde van? —preguntó como si esperara una golpiza.

—Vamos a visitar a mi abuela al hospital psiquiátrico.

—Es mejor que tengan cuidado...

Dasha se giró, ignorándolo y entrando en el auto de sus padres. Ya no había nada que hacer, había arruinado todo lo que pudo haber tenido con aquella pelirroja. Cabizbajo y arrastrando los pies volvió a su camioneta mientras fijó su mirada en una hoja seca del bosque y la prendió en fuego.

Como multiplicándose aparecieron más llamas entre los árboles del bosque, pero distintas, tenían una forma humanoide y caminaban en filas.

A hurtadillas se internó en el bosque, pensando que aquellas personas no debían estar lejos y al divisar a las llamas, corrió hacia ellas. Ahora que estaba más cerca se dio cuenta de que las llamas eran parte natural de sus cuerpos. Si movían sus extremidades el fuego se movían con ellos.

—Buenas tardes —dijo y de repente alguien lanzó una fuerte llamarada que le incendio toda la ropa, pero no lo hirió.

¿Desnudo de nuevo? "Y las flores del cerezo vuelven a caer" pensó y en un parpadeo ya estuvo rodeado de llamas. Varias de esas criaturas lo observaban con sus ojos rojos y dando muchos parpadeos.

—¡Es él! —gritó uno.

—¡No! —exclamó otro.

—¡Que sí! —propuso el primero —, se hubiera quemado si no lo fuese.

—Si buscan al rubí —dijo Konrad tapando su pene con una mano —, soy yo.

—Te lo dije, ¡gané! —exclamó uno —, somos los Heliópatas y tus cuidadores.

—Si es que en verdad es el rubí.

Ambos heliópatas, sonaban como hombres ancianos, sus voces eran gruesas y quebradizas y hablaban en tono de reproche constantemente.

—Lo soy —aseguró Konrad —, soy el rubí.

—Yo digo que es un simple humano.

—No es un humano Fatuo, es el rubí. ¿Acaso la edad ya te dejó sordo?

Las Gemas De UspiamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora